Cuando los cardenales fueron encerrados y obligados a ayunar
El cónclave que duró tres años
El bloqueo tras la muerte de Clemente IV forzó una reforma clave: así nació el sistema que aún elige al Papa.
El sistema que rige hoy la elección del Papa fue establecido hace más de siete siglos y continúa, con modificaciones, guiando uno de los procesos más importantes de la Iglesia Católica: el cónclave. Su instaurador fue Gregorio X, un pontífice inesperado cuya breve gestión (1271-1276) tuvo un impacto duradero en la historia eclesiástica.
La necesidad de una reforma se hizo evidente tras la muerte del papa Clemente IV, ocurrida en 1268. Durante casi tres años, la Iglesia quedó acéfala. La elección del nuevo pontífice se estancó por las divisiones entre cardenales italianos y franceses, reflejando el conflicto entre el Sacro Imperio Romano Germánico y la monarquía francesa. La ciudad de Viterbo, sede del cónclave, fue testigo del prolongado bloqueo. Ante la desesperación, los ciudadanos locales tomaron una decisión drástica: encerraron a los cardenales bajo llave y les redujeron la alimentación. Este acto, insólito pero eficaz, condujo finalmente a la elección del cardenal Teobaldo Visconti, un hombre que ni siquiera era sacerdote en ese momento y que adoptó el nombre de Gregorio X al asumir el papado.
Gregorio X fue un reformador decidido. Durante su corto pontificado, intentó sanar las divisiones internas de la Iglesia, promovió el acercamiento con la Iglesia ortodoxa y apoyó la idea de una nueva cruzada. Pero su legado más duradero fue sin duda el diseño del sistema moderno de elección papal. En 1274, durante el II Concilio de Lyon, promulgó la bula Ubi periculum, un documento histórico que estableció las bases del cónclave tal como se conoce hoy.
En dicha constitución apostólica se introdujo por primera vez la palabra “cónclave”, del latín cum clave (bajo llave), en referencia al encierro estricto de los cardenales durante la elección papal. Según Marco Maiorino, experto del Archivo Apostólico del Vaticano, “la Constitución Ubi periculum, aprobada el 16 de julio de 1274, fue recibida con resistencia por buena parte del Colegio Cardenalicio. Sin embargo, los Padres conciliares votaron a favor de la propuesta del Papa, marcando un cambio fundamental en el proceso de sucesión”.
Las nuevas reglas eran claras: los cardenales debían vivir en común, aislados totalmente del mundo exterior, sin recibir ningún tipo de emolumento de la Cámara Apostólica. Si después de tres días no se lograba la elección, las comidas se reducían a un solo plato diario durante cinco días. Si aún así no se llegaba a una decisión, se pasaba a una dieta de pan, agua y vino hasta alcanzar el consenso necesario. Estas restricciones tenían un objetivo claro: evitar presiones externas, acelerar el proceso y fomentar una elección guiada únicamente por criterios espirituales.
La bula también apelaba a la conciencia de los cardenales con palabras solemnes. En uno de sus pasajes más recordados, se lee:
“Suplicamos a los mismos cardenales que reflexionen atentamente sobre el deber que pesa sobre ellos cuando se trata de elegir al vicario de Jesucristo y sucesor de Pedro, cabeza de la Iglesia universal y guía del rebaño del Señor. Habiendo renunciado a toda pasión privada, que no miren tanto a sí mismos. Que nadie más que Dios influya en su juicio en la elección”.
A pesar de su brevedad en el trono de San Pedro, Gregorio X dejó un sistema sólido y eficaz que, salvo ajustes menores, sigue vigente hasta nuestros días. Cada vez que se produce la muerte o renuncia de un Papa, el mundo vuelve la mirada al Vaticano y al ritual sellado hace más de siete siglos por un hombre que no era sacerdote, pero que terminó reformando para siempre la cúspide de la Iglesia Católica.