Masonería
Del Templo a la Casa Rosada: presidentes argentinos que fueron masones

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La Gran Logia Argentina desclasificó documentos que confirman la participación de Perón y Alfonsín en la masonería.
En las últimas horas la Gran Logia de la Argentina desclasificó documentos históricos que confirman la participación de Raúl Alfonsín y Juan Domingo Perón en la masonería. Pero no fueron los únicos.
La masonería ha sido, desde los orígenes de la Nación, una red de sociabilidad intelectual, política y simbólica de enorme influencia. Sus valores —libertad, igualdad, fraternidad— y su vocación filantrópica y progresista encontraron terreno fértil en los líderes de la construcción nacional. No es casual que su lista de miembros incluya a figuras que fueron a la vez estadistas, pedagogos, reformadores o militares.
Desde Bernardino Rivadavia, el primer presidente constitucional, hasta Agustín P. Justo, hay una larga serie de mandatarios pasaron por las logias. Entre ellos se cuentan Justo José de Urquiza, Santiago Derqui, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, Roque Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Hipólito Yrigoyen y Agustín P. Justo.
Sarmiento: el maestro de la masonería argentina
Entre todos esos nombres, destaca significativamente el de Domingo Faustino Sarmiento. Su papel no fue el de un simple miembro simbólico, sino el de un auténtico arquitecto de la masonería moderna en Argentina. Su ingreso a la Orden ocurrió durante uno de sus exilios en Chile, el 31 de julio de 1854, cuando fue iniciado en la logia “Unión Fraternal” de Valparaíso. Allí comprendió que la masonería no era solo un espacio ritual, sino un instrumento cultural y político al servicio del progreso y la educación popular.
A su regreso al país, fundó en 1855 la logia “Unión del Plata Nº 1”, desde donde impulsó la creación de nuevas logias que fueron la base para constituir, en 1857, el Supremo Consejo y Gran Oriente de la República Argentina. La masonería se consolidaba así como una fuerza nacional, laica y racionalista, afín al ideario sarmientino.
Su compromiso se plasmó en uno de los momentos más emblemáticos de la historia masónica local: la célebre “tenida histórica” del 21 de julio de 1860. Sarmiento, junto a figuras como Bartolomé Mitre, Justo José de Urquiza y el presidente en ejercicio Santiago Derqui, juró solemnemente comprometerse “por todos los medios posibles” con la unidad nacional. En aquel entonces, los cuatro se encontraban revestidos con los atributos del más alto grado masónico: el grado 33. Pasando Sarmiento del grado 18 y siendo Mitre un iniciado.
Educación y masonería: una causa común
En 1882, ya retirado de la política activa, Sarmiento fue elegido Gran Maestre de la masonería argentina, el cargo más alto de la Orden. En su discurso inaugural, sintetizó lo que creía que debía ser un buen masón: un hombre dedicado al progreso, la tolerancia, el trabajo colectivo y la búsqueda de la verdad. Sin embargo, por motivos de salud, debió renunciar un año después, siendo sucedido por Leandro N. Alem, otra de las grandes figuras masónicas de nuestra historia.
Su muerte y el legado masónico
Sarmiento murió el 11 de septiembre de 1888 en Asunción, Paraguay. Rechazó la presencia de un sacerdote en su lecho y pidió ser envuelto con las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, símbolo de una vida marcada por el diálogo regional. Fue despedido tanto por la masonería paraguaya como por la argentina. Al arribar sus restos al país, Carlos Pellegrini —también masón y futuro presidente— le rindió los honores correspondientes.
Más allá del secreto: un camino hacia la Nación
La acción masónica de Sarmiento —como la de otros presidentes— no se limitó a símbolos o ritos reservados. Fue, en esencia, una apuesta por la formación cívica, la modernización y la laicidad. Esa tradición, aunque discreta, sigue latiendo en los archivos, en las escuelas que fundó y en los valores que defendió.
Hoy, cuando nuevos documentos iluminan los vínculos de Alfonsín y Perón con la masonería, la historia vuelve a recordarnos que buena parte de los cimientos de nuestra vida pública se construyeron entre columnas simbólicas, escuadras de constructores y un deseo común: que la Argentina sea, alguna vez, una obra bien terminada.
