Historia argentina
La muerte de Sarmiento

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Murió en Asunción el 11 de septiembre de 1888, lúcido y de pie, como había vivido. Su cuerpo fue despedido con honores.
Hablar de Domingo Faustino Sarmiento es hablar de un hombre que se atrevió a pensar un país distinto. Maestro, periodista, presidente y polemista incansable, fue un espíritu inquieto que hizo de la palabra un arma y de la educación una bandera. Su genio, su pluma y su temperamento lo convirtieron en uno de los grandes constructores de la Argentina moderna. Y aunque no estuvo exento de contradicciones ni de enemigos, la magnitud de su figura trascendió el bronce: se ganó un lugar en la historia por la fuerza de sus ideas, su pasión reformadora y su inquebrantable voluntad de progreso. La hora de su muerte, lejos de apagarlo, lo elevó a la dimensión de los inmortales.
En 1888 muchos de sus compañeros de lucha ya habían partido, pero el titán de la pluma seguía en pie. El 5 de junio Sarmiento viajó a Paraguay, de donde jamás regresaría. Asunción poseía un clima conveniente que aliviaba su difícil tracción respiratoria. Ese mismo día Buenos Aires estremeció literalmente: un fuerte sismo —5,5 en la escala Richter— sacudió la ciudad. Con un “terremoto” lo despidió la patria. No podía ser de otra forma.
A pesar de la guerra y de sus palabras duras contra Paraguay, el país vecino abrió sus puertas tanto a él como a su familia. Le obsequiaron un terreno en Asunción, donde instaló la casa creada por Gustave Eiffel —constructor de la famosa torre—, que había encargado a Bélgica. Mantuvo una nutrida vida social y las madrugadas lo encontraban escribiendo. Pasaba noches enteras entre multitudes de hojas y libros esparcidos por doquier. En la prensa paraguaya publicó varios artículos, cosechando elogios y hasta un duelo a muerte que, desde luego, aceptó pero fue impedido por el presidente.
Parecía olvidar su enfermedad, sus achaques y su edad, y ayudó a excavar un pozo para extraer agua. Razonablemente, cayó enfermo. Los médicos no dieron espacio a la esperanza. El viejo guerrero se negó a recibir sacerdote alguno, siguiendo con firmeza sus convicciones, aunque estas no ayudaran a la hora de enfrentar el fin. El día 10 su estado agravó. Sarmiento se fue antes del alba, a las 2.15 del 11 de septiembre, lúcido como había vivido, desplomándose sobre la misma tierra que Dominguito.
Como era costumbre se fotografió el cadáver. La imagen, capturada por Manuel de San Martín, puede observarse en numerosos sitios webs y libros. El artista Víctor de Pol confeccionó la máscara mortuoria. Fue embalsamado en hora y media.
Al conocerse la noticia en la Argentina, el maestro ocupó las primeras planas de la prensa nacional. Nada redime más a un hombre que la muerte y sus antiguos adversarios lo despidieron como a un amigo. El 16 de septiembre de 1888 la portada de El Mosquito, el mismo que se cansó de fustigarlo, publicó su retrato sin ningún epígrafe. La semana siguiente reforzó los honores con una ilustración que invadía las páginas centrales. Representaban al sanjuanino llegando al cielo, donde San Martín, Belgrano, Moreno, Rivadavia, Alsina y Avellaneda lo invitaban a unirse: “Venga, Don Domingo, sea Ud. bienvenido, que aquí hay lugar para los que como Ud. han servido bien a la patria y al progreso”.
El féretro fue despedido en Asunción con un acto homenaje y cubierto por las banderas de la Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, cumpliendo el deseo del prócer. Formosa recibió de la comisión paraguaya el ataúd. De allí fue trasladado a Corrientes, en cuya catedral principal se celebró un funeral; lo mismo sucedió cuando el cuerpo llegó a Rosario y más tarde a San Nicolás.
Finalmente, el 21 de septiembre de 1888 al mediodía, autoridades nacionales y un nutrido público recibieron los restos en la capital. Por este motivo en dicha fecha se festeja el Día del Estudiante, sus huérfanos de primer orden. Llovía, hacía mucho frío y el cortejo se puso en marcha hacia la Recoleta. Aquel féretro avanzó cubierto de flores por las calles de Buenos Aires. En el cementerio pronunciaron discursos Aristóbulo del Valle, Osvaldo Magnasco, Agustín de Vedia y Paul Groussac.
Al día siguiente todos los diarios suspendieron sus ediciones y se unieron en una sola publicación con el título de La Prensa Argentina: homenaje a la memoria de Domingo Faustino Sarmiento. Una distinción y reconocimiento inéditos que jamás volvieron a repetirse por nadie, salvo por el COVID.