El 18 de mayo redibujó el mapa político porteño.
Una elección que fue una encuesta

Historiadora.

CABA votó con apatía, pero con contundencia: el cambio ganó y los partidos tradicionales se hundieron.
La Ciudad de Buenos Aires vivió una elección atípica el pasado 18 de mayo, no tanto por la logística electoral, sino por el peso simbólico de sus resultados. Más que una contienda clásica entre partidos, lo que ocurrió fue una gran encuesta social, una medición a cielo abierto del estado de ánimo colectivo. Y ese ánimo dejó un mensaje inequívoco: el cambio sigue siendo el principal deseo de una parte importante del electorado porteño.
La gran vencedora fue La Libertad Avanza, que no solo logró imponerse en términos numéricos, sino que se consolidó como el espacio que mejor canaliza ese deseo de ruptura. Ya no es solo el partido de Javier Milei, sino un movimiento político en expansión, con estructura creciente y capacidad para ganar elecciones sin necesidad de depender de figuras prestadas. Su voto fue emocional, pero también estratégico: La Libertad Avanza logró posicionarse como lo nuevo, como la nueva bandera del cambio.
El contraste con el peronismo no puede ser más marcado. Por primera vez en mucho tiempo, el justicialismo porteño perforó su piso histórico. No solo perdió terreno respecto a elecciones anteriores, sino que sus militantes se fueron desconformes del búnker. Este dato no es menor: el peronismo había logrado, incluso en escenarios adversos, mantener una base fiel en CABA. Esta vez, esa base se redujo, dejando al descubierto una crisis de representación profunda. Ni la marca partidaria ni las figuras tradicionales lograron convocar. Es un llamado de atención que va más allá de una derrota coyuntural.
Pero si hay un espacio que debe hacer autocrítica urgente, ese es el PRO. El partido que gobernó la ciudad durante casi dos décadas no solo fue superado por La Libertad Avanza, sino que quedó relegado al tercer lugar. El adelantamiento del calendario electoral fue leído como una maniobra de conveniencia y no como una decisión transparente. Y la campaña fue aún peor: dominada por internas, quejas cruzadas, y la imagen constante de un Mauricio Macri serio, enojado, desconectado de la escena, siempre en compañía de una Silvia Lospennato demasiado woke para tentar a la derecha. La victimización constante de la candidata no aportó entusiasmo y los votos se diluyeron al ritmo de sus quejas televisivas.
Uno de los temas que intentó instalarse con fuerza en la campaña fue el de la “ficha limpia”, impulsado por sectores del PRO como bandera ética frente al avance del oficialismo nacional. Sin embargo, el electorado porteño pareció darle la espalda a ese debate. Lejos de convertirse en un eje movilizador, el tema no logró captar la atención ni modificar el comportamiento electoral. En una campaña marcada por el hartazgo, la economía y la necesidad de seguir profundizando en un cambio profundo, la discusión sobre la inhabilitación de candidatos con condenas no tuvo impacto real. Fue, en definitiva, un gesto dirigido más a la tribuna política que a las preocupaciones cotidianas de la gente.
Lejos de mostrarse como una fuerza con capacidad de renovación, el PRO se presentó como un espacio en crisis, sin liderazgo claro y con un discurso más centrado en reproches que en propuestas. La consecuencia fue inmediata: el votante que alguna vez confió en su gestión viró hacia una alternativa que, al menos por ahora, se muestra más fresca y con menos mochilas.
La participación electoral fue otro de los datos llamativos de la jornada. A pesar de la obligatoriedad del voto en la Argentina, la cantidad de votantes se acercó a los niveles que suelen observarse en países donde no existe esa obligación. No se trata de un detalle menor: puede leerse como una señal de apatía, pero también como una expresión de hastío frente a una estructura política que muchos consideran agotada. Tal vez estemos frente a otro de los debates necesarios: ¿sigue siendo útil el voto obligatorio en este contexto? ¿No sería más representativo un sistema que exija mayor compromiso voluntario?
El 18 de mayo dejó una postal clara: el mapa político porteño está mutando. Viejas certezas se desvanecen, mientras nuevas fuerzas comienzan a consolidarse. La Libertad Avanza no solo ganó una elección: se posicionó como la gran protagonista de una era que busca dar vuelta la página. Y, en ese movimiento, se lleva consigo no solo votos, sino expectativas, broncas acumuladas y la esperanza de un nuevo comienzo.