Entrevista
“Tengamos el coraje de ser felices”: la huella de Enrique Shaw en la voz de su nieta

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Josefina Canale reconstruye la figura de su abuelo desde la memoria familiar y un legado que atraviesa generaciones.
Enrique Shaw tuvo una vida corta pero intensa. Empresario, padre de nueve hijos, oficial de la Armada y fundador de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, eligió vivir su fe en el corazón del mundo del trabajo, convencido de que la empresa debía ser una comunidad de personas y no solo un espacio de lucro. Hoy, tras el reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión, su camino hacia la beatificación se encuentra en la etapa final.
Desde una mirada íntima y familiar, su nieta Josefina Canale reconstruye quién fue Enrique Shaw, cómo se transmitió su legado y qué significa para la familia este momento histórico.
—¿Qué historias o anécdotas sobre tu abuelo escuchaste repetirse más cuando eras chica? ¿Hay alguna anécdota pequeña, cotidiana, que para vos lo pinte mejor que cualquier biografía?
—Mi abuelo murió joven, a los 41 años, y yo no llegué a conocerlo. Pero muchos de sus amigos lo sobrevivieron y estuvieron muy presentes en nuestra vida. Todos los años se hacía una misa aniversario y allí hablaban quienes lo habían conocido. Siempre nos contaban lo buena persona que era. Él murió en 1962 y recién en 1996 comenzó el proceso que hoy está en curso, pero desde chica yo escuchaba que me decían: “tu abuelo era un santo”. En ese momento no entendía del todo qué quería decir eso.
También hay muchas anécdotas cotidianas que lo pintan de cuerpo entero. Mi mamá cuenta que una vez, de chica, decidió ordenarle el escritorio porque lo quería mucho y acomodó todos los papeles por tamaño. Él se aguantó, le agradeció el gesto y después le dijo que la próxima vez le preguntara antes. Fue una gran lección de paciencia y respeto.
Otra historia muy repetida es la de un tío que se fue en moto a Pinamar cuando todavía era un descampado. Volvieron tardísimo y mi abuelo le puso una penitencia fuerte, pero muy clara: “Vos tenés tu libertad, pero abusaste de tu libertad, y el abuso de la libertad trae aparejada una pérdida de libertad”.
Siempre lo describen como alguien alegre, cercano. Le gustaba bailar, llegaba a casa silbando y todos salían corriendo a recibirlo. Nunca llegaba de mal humor; aunque estuviera cansado, jamás lo demostraba en la familia.
—¿Había algo de él —una frase, una actitud, una costumbre— que se transmitiera casi como una enseñanza familiar?
—Después de la muerte de mi abuelo, mi abuela quedó sola con nueve hijos y tuvo que hacerse cargo de una empresa familiar. Aunque tenía un carácter distinto al de él, continuó con algo muy central en su forma de vivir: el respeto profundo por las personas que trabajaban con ella. Ese valor quedó muy marcado en nuestra familia.
La idea de que cada persona tiene su propia dignidad y su propia valía, más allá del lugar que ocupe o del trabajo que haga. Esa convicción de que somos todos iguales frente a los ojos de Dios.
—Cuando se conoció el milagro atribuido a su intercesión, ¿cómo lo vivieron ustedes como familia?, ¿hubo sorpresa, emoción, confirmación?
—El proceso de canonización es largo y muy cuidado. Al principio, mi mamá y una tía se ocuparon de escribir y dejar asentados muchos testimonios; después se sumaron una hermana mía y varias primas, que trabajan muchísimo en la difusión. Yo sabía que se estaba analizando algún caso, aunque no se habla demasiado de eso, pero tenía noción de que había habido una curación milagrosa.
En lo personal, yo sentí siempre muchísimas señales en mi vida. Desde trabajos a los que llegué y descubrí que mi jefe había conocido a Enrique, hasta pequeñas coincidencias que para mí fueron símbolos. Siempre tuve la sensación de una presencia muy fuerte en mi vida y en la de mi familia. Por eso, el milagro es una confirmación, un regalo gratuito y necesario a la vez.
Este milagro, que hoy está probado, todavía no termina de caerme del todo. No me sorprende por esa presencia tan grande, pero al mismo tiempo me resulta increíble la sanación tan profunda de ese chiquito.
—¿Qué parte de su legado te parece que todavía no fue suficientemente comprendida?
—Lo que más cuesta que se comprenda es su cercanía con los obreros. Muchas veces tengo que explicar que no se trataba del patrón que hace favores, ni de alguien que buscara popularidad o una proyección política. Durante mucho tiempo él tuvo una crisis vocacional y quería ser obrero. Fue un sacerdote quien lo ayudó a discernir que podía hacer mucho más desde el mundo empresario.
Tampoco era una postura política. No era peronista; de hecho, estuvo preso durante el peronismo. Lo suyo era una convicción mucho más profunda: la necesidad de santificar la empresa. Creía que a través del trabajo las personas podían tener una vida íntegra y convertirse en mejores personas. Esa idea todavía hoy es la que más cuesta entender.
—Si hoy pudieras hacerle una pregunta, no al futuro beato sino al abuelo, ¿qué te gustaría preguntarle?
—Le preguntaría por qué se tuvo que ir tan joven. Me hubiera encantado conocerlo. Después le preguntaría mil cosas más, que me cuente anécdotas, que me hable de su vida tan aventurera, de sus viajes, de su tiempo como marino.
Y le diría cuánto me acompaña una frase suya que aparece en una carta a mi abuela: “Tengamos el coraje de ser felices”. Hoy esa frase me llega muchísimo.
