Una práctica culturalmente prohibida
Cuando el deseo incomoda: lo íntimo y lo no dicho

Coach sexual.

El sexo anal se practica más de lo que se dice. Hablarlo con cuidado e información es parte del respeto.
Aunque sigue siendo uno de los grandes tabúes dentro de la sexualidad, el sexo anal forma parte de la intimidad de muchas parejas. No se habla demasiado del tema, tal vez por vergüenza, por prejuicio o por la idea de que “eso no se dice”. Pero lo cierto es que, puertas adentro, sucede. Y por eso, hablar con información es mejor que silenciar por miedo.
Una práctica más común de lo que se cree
Las estadísticas internacionales coinciden: cada vez son más las personas que, dentro de vínculos heterosexuales o no, han tenido o consideran tener sexo anal en algún momento de su vida. No por moda, no por rebeldía, sino porque la curiosidad, el deseo o la confianza pueden abrir ese espacio. Aun así, el tema sigue estando más presente en las fantasías que en las conversaciones reales.
Entre el deseo, la incomodidad y el silencio
El problema no está en la práctica en sí, sino en la falta de información. En cómo se accede a ella. En la presión que muchas veces se ejerce dentro de la pareja. En lo que no se dice, pero pesa. Porque si hay algo claro, es que el cuerpo no negocia lo que no desea, y que toda experiencia sexual debería estar atravesada por el consentimiento y la comodidad mutua.
El sexo anal requiere más que ganas. No puede improvisarse ni forzarse. Es una zona delicada del cuerpo y, sin preparación o cuidado, puede tornarse dolorosa o incluso riesgosa. Por eso, quienes decidan explorar ese camino deberían poder hablarlo antes, entender sus límites y asumir que, si algo incomoda o no convence, se puede decir que no.
Más allá del prejuicio
Durante décadas, el sexo anal fue condenado por creencias religiosas, morales o incluso médicas. Se lo asoció con la perversión, con lo prohibido o con lo “anormal”. Sin embargo, hoy se entiende que el placer no tiene una única forma y que la intimidad es un espacio que no debería responder a mandatos sociales.
Esto no significa que sea para todo el mundo. Ni que deba naturalizarse. Pero sí que dejar de hablarlo como si fuera sucio, violento o vergonzoso ayuda a que quienes lo viven no lo hagan desde el miedo o la culpa.
¿Y los cuidados?
Hablar de sexo anal también implica hablar de higiene, de cuidado físico y de prevención. No porque sea “más peligroso”, sino porque es una zona que merece una atención diferente. No está lubricada de manera natural y, por eso, muchas personas usan lubricantes específicos. Tampoco se recomienda pasar del sexo anal al vaginal sin medidas de higiene, ya que puede provocar infecciones.
El uso del preservativo sigue siendo una recomendación básica: reduce el riesgo de infecciones de transmisión sexual, que también pueden darse en esta práctica.
¿Por qué sigue generando incomodidad?
Quizás porque se lo asocia a una pérdida de control. Porque muchos lo ven como algo que vulnera, o como una concesión que alguien hace por amor. Pero no debería ser así. Ninguna práctica sexual valida un vínculo, ni lo define. Lo que une a una pareja es el respeto, no la cantidad ni el tipo de encuentros íntimos.
Hablar sin escándalo también es una forma de cuidado
En tiempos donde la sexualidad se exhibe pero no se conversa, poder poner en palabras lo que sucede en la intimidad es una forma de acercar información sin juzgar. El sexo anal existe, y no nombrarlo no lo hace desaparecer. Por eso, hablarlo con responsabilidad, sin morbo ni prejuicio, es una manera de cuidar más y mejor.