Después del trauma, una nueva mirada
Salud mental en Argentina: del diagnóstico al sentido

Médico psiquiatra infantil y especialista en neurociencias cognitivas.

La pandemia visibilizó una crisis, pero también abrió la puerta a una visión más integral de la salud mental: menos etiquetas, más propósito.
La pandemia de COVID-19 ha dejado una huella profunda en la sociedad argentina, y uno de los aspectos más afectados ha sido la salud mental. La cuarentena, el aislamiento social y la incertidumbre económica generaron un aumento significativo en los problemas de salud mental en la población.
Según datos aportados por la Organización Mundial de la Salud los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad para el 2030. Además, una de cada cuatro personas tendrá un trastorno mental a lo largo de su vida. Esto se ve agravado dado que entre 35% y 50% de los afectados no recibe tratamiento, y quienes sí lo reciben, no suele ser adecuado.
La pandemia aportó una aumento de un 25% a los casos de ansiedad y depresión. La falta de interacción social y la sensación de aislamiento afectaron especialmente a los niños, jóvenes y a las personas mayores, con consecuencias que aún perduran.
Según un estudio del Observatorio Humanitario de la Cruz Roja Argentina (2022) solo el 36% de las personas en Argentina busca atención especializada, lo cual pone en evidencia la disociación que existe entre uno de los problemas más graves que sufriremos para el 2030 y la falta de consciencia y acceso a recibir ayuda, sea por barreras económicas, institucionales, sociales, culturales o profesionales.
Podríamos quedarnos en un análisis lineal del impacto que tiene una situación desproporcionada e incontrolable como fue la pandemia, sobre cada persona. Tenemos mucha información sobre cómo afectan las catástrofes a un individuo.
A la vez, también tenemos información de que las personas responden de manera diversa. Lo que es un crisis intensa con consecuencias graves y duraderas sobre la salud para una persona, para otra termina siendo una instancia de crecimiento personal en relación a su mirada hacia sí mismo y el sentido de la vida.
Qué es lo que hace la diferencia entre una y otra persona ha sido ampliamente estudiado. El poder seguir aprendiendo de uno mismo y de la vida a pesar de lo que esté sucediendo, es un “habilidad” epigenética. Es decir, que participan factores genéticos de la constitución de esa persona, pero también de lo recibido y aprendido del entorno.
Esto es una muy buena noticia, saber que la salud mental puede ser una habilidad a practicar y fortalecer. Esta manera de ver nuestros síntomas no como déficits o debilidades de la personalidad sino como oportunidades de aprendizaje, pertenece a una mirada denominada “salutogénica” que se centra en la capacidad de empoderar a cada persona en el auto-conocimiento de sus tendencias y hábitos de salud, o de disfunción, todas como oportunidades de aprendizaje, cambio y maduración.
Esto contrasta significativamente con un modelo en el cual el médico casi exclusivamente está formado para tratar enfermedades, y su única recomendación “preventiva” muchas veces es comer sin sal y salir a caminar, desconociendo el efecto que tienen los pensamientos, emociones y auto-concepto en generar el terreno predisponente para la mayoría de nuestras enfermedades, tanto mentales como somáticas.
Esta mirada más integral y salutogénica de la vida y del potencial de un individuo, en salud mental viene de la mano de lo que se ha dado en llamar, terapias de la tercera ola, directamente relacionadas con prácticas de auto-conocimiento meta-cognitivo, atención y consciencia plena.
Nuevo paradigma de la salud mental
Uniendo y comprendiendo nuestra evolución humana desde una progresiva ampliación de la consciencia, estamos ingresando a una nueva era y paradigma de la humanidad y su salud mental, en donde comenzamos a reconocer que la mayoría de nuestros diagnósticos psiquiátricos y clínicos están relacionados con diversas situaciones de estrés crónico por vivir en modalidades de supervivencia y competencia entre pares.
La integración de las investigaciones en neurociencias con sabidurías ancestrales nos permiten una comprensión más amplia de nuestra evolución humana sobre el planeta y las aplicaciones de nuestra tecnología biológica de aprendizaje de percibir, sentir, pensar y actuar. Luego de milenios de desarrollar identidad y un sentido y propósito de la vida basado en logros externos, nos estamos dando cuenta de que en realidad poseemos el potencial y estamos diseñados para generar estados de bienestar, gratitud, amor y ecuanimidad internas por aprender a utilizar nuestra mente-cuerpo de “otra” manera.
Bien entendido, bajo esta mirada, la mayoría de nuestros desajustes emocionales y ansiedades más que ser “enfermedades psiquiátricas, son señales de sufrimiento y/o falta de claridad en relación a cuál es mi sentido y propósito en la vida. Según mi sentido y propósito es hacia dónde voy a dirigir mis esfuerzos, desarrollo y atención todo el día en mi vida. Todo propósito externo se beneficia y cobra profundo sentido cuando se encuentra arraigado en un claro propósito interno, que trae calma y claridad.
La mayoría o todas las personas que son consideradas resilientes en la vida, las que han sobrellevado situaciones muy difíciles, lo han hecho desde un motor y visión interna que les permitió “nunca” apagar la curiosidad y aprendizaje de lo que estaba sucediendo, por sentir -por más que no lo puedan explicar- que la vida tiene “sentido” y eso proporciona una confianza intrínseca para seguir “aprendiendo a vivir”.
Por múltiples razones tanto genéticas como por hechos dolorosos en la niñez y crecimiento, muchas personas pueden estar “heridas” en sus capacidades de saber encontrar y darle un sentido mayor al vivir y al sufrimiento que se da en la vida.
Es aquí en donde ver síntomas como oportunidades de un crecimiento personal en base a un permanente “auto-conocer” que potencia la participación de la propia persona, con sostén de una comunidad, es importantísimo. Evita caer en el diagnóstico automático que se atiene a una lista de criterios y síntomas.
El predominio actual de una mirada determinista basada en síntomas que derivan directamente a diagnósticos y de allí hacia identidades, le está quitando agencia, potestad y soberanía a muchas personas, sumiéndolas en una profesía auto cumplida de “enfermedades” de por vida, sin habilitar una conocimiento más profundo del rol del auto-conocimiento, aceptación y prácticas metacognitivas.
Está claro que no se trata de simplificar estas miradas tan complejas, sino de comprender su complementación. Una mirada bien amplia, con raíces espirituales conectadas para acompañar el desarrollo de aspectos personales relacionados al sentido de la existencia, combinada con miradas bien prácticas que identifican síntomas como señales de aspectos personales a auto-conocer y fortalecer y/o compensar, parecería ser la mejor combinación y hacia dónde vamos.
El ingreso, cada vez con más respaldo científico, de técnicas de auto-conocimiento basadas en la atención plena, contemplación y meta-cognición, está generando una re-humanización de nuestras prácticas, no solo en salud mental, sino en todo el modelo médico.
Aún hay mucho por transitar. Las recientes noticias sobre la estrecha convivencia entre la industria farmacológica, la medicina, los comités y los sistemas de clasificación en salud mental, también nos dan esperanza de que quizás estemos ingresando a una era en donde medicina, salud mental y espiritualidad sean inseparables, lo mismo.