Entrevista
Vivir al servicio: una topadora que siempre pudo un poco más

/https://newstadcdn.eleco.com.ar/media/2025/09/rochi.jpeg)
Mamá de ocho hijos, mujer, líder, emprendedora y una vida llena de sentido y entrega. Rochi Naón partió con 43 años.
Son tres años desde que Rochi Naón se fue al cielo rodeada de su familia y su marido, Pipo Paz, durante una noche tranquila, tras algunos meses que se habían puesto difíciles. Rochi seguía escribiendo en sus eternos cuadernitos, ofrecía su dolor como entrega: le pedía a Dios ser santa y quedarse un tiempo más acá para compartir con los suyos. Quería rezar más, estar más disponible, seguir ayudando. Nunca hubo un límite a la hora de hacer por otro, de entregarse, acompañar en el dolor y brindarse.
Pipo Paz recibió a Newstad en su casa, donde el recuerdo de Rochi está intacto, su sonrisa presente en las estampitas y en cada anécdota, los cuadernitos en los que escribió desde la época del secundario hasta en el hospital. Rochi es la santa del día a día, de las pequeñas cosas y la entrega sin límite, de lo sutil y del trabajo silencioso, ese que cuesta más. Una charla necesaria para entender una mujer distinta, con grandeza y valores que le permitieron quedar para siempre en el recuerdo de todos los que la conocieron y los que no también. Los que incluso ya hoy le rezan, le piden y le agradecen.
Pedro Paulin: En los momentos más difíciles, ¿la notaste alguna vez débil, o que se enojara con Dios?
Cristián Paz: No, nunca se enojó con Dios. Al contrario, muchas veces la gente le decía: “tenés que enojarte, tenés derecho”. Y ella respondía que no, que lo único que hacía era entregarse más. Claro que sufría, como cualquiera. Tenía un dolor enorme en el corazón porque sabía que podía dejarnos a mí y a nuestros ocho hijos. Ese era su único dolor: no poder estar presente para acompañar a la familia. Pero en ningún momento renegó de su fe. Ella repetía que la vida eterna era realmente eterna, que lo que vivimos acá es un rato, unos años que nos toca compartir. Eso lo escribía en sus cuadernos, lo rezaba, lo decía en voz alta. Esa certeza de Jesús, de que la muerte no era el final, le daba una serenidad increíble. Y lo más fuerte era que transformaba su dolor en Amor: lo ofrecía por sus hijos, por las madres del barrio, por la comunidad. Nunca se encerró en sí misma, siempre pensaba en los demás.
Pedro Paulin: ¿Qué te marcó más de esa entrega suya, incluso en la enfermedad?
Cristián Paz: Su capacidad de pensar en el otro hasta en el momento más duro. Imaginate que me llegó a decir: “te voy a buscar una novia, así no te quedás solo con todo esto”. Eso era Rochi. En lugar de quedarse con la angustia, trataba de aliviarnos a nosotros. Su entrega era tan grande que a veces me descolocaba. También me impresionaba cómo rezaba. Tenía un librito donde anotaba intenciones por cada persona que conocía, cada situación difícil que le contaban. Todo lo ofrecía, hasta el dolor físico que la estaba destruyendo. Esa dimensión espiritual era enorme, pero a la vez muy concreta, porque después la veías llevar comida al barrio, acompañar a una madre al hospital, ocuparse de los chicos. Nunca se quedó en palabras, siempre pasó a la acción.
Pedro Paulin: ¿Cómo nació la idea de armar el CONIN en Bancalari?
Cristián Paz: Fue muy simple y a la vez muy profundo. Un día se cruzó en el Walmart con Pablo Bernal, que también tenía ocho hijos y estaba impulsando un CONIN. Y Rochi me dijo: “Si él puede, nosotros también podemos”. Era así: veía una necesidad y lo transformaba en una misión. No le importaban los obstáculos. Me acuerdo que al principio teníamos miedo de no tener el tiempo, porque ya la vida con ocho hijos es intensa. Pero ella nos convenció de que lo importante no era la cantidad de tiempo, sino la calidad. Y que educar a los hijos con el ejemplo era la mejor herencia que podíamos dejarles. Entonces nos lanzamos. Y así empezó el CONIN Bancalari, que después se convirtió en Nutriéndonos.
Pedro Paulin: ¿Nunca tuvo miedo de meterse en barrios tan complicados?
Cristián Paz: Claro que tuvo miedo, cualquiera lo tendría. Una vez estaba con un grupo de madres haciendo una dinámica de oración en Bancalari y de repente hubo un tiroteo. Todos al piso. Cuando volvió a casa todavía temblaba. Yo le dije: “tenemos seis hijos, ¿vale la pena arriesgarse?”. Y ella me contestó: “Si yo no voy, ¿quién va a ir?”. Esa frase me marcó para toda la vida. Porque te das cuenta de que para ella el Amor era más fuerte que el miedo. Yo trataba de protegerla, pero ella no podía dejar de pensar en las madres, en los chicos, en la comunidad. Y al final tenía razón: si los que creemos en el bien no nos animamos a dar el paso, ¿quién lo va a hacer?
Pedro Paulin: ¿Qué lugar tenía la fe en su vida diaria?
Cristián Paz: Central. Para Rochi, la fe no era un accesorio ni una costumbre: era el eje de su vida. Rezaba todos los días, recibía la Eucaristía, se confesaba con frecuencia. Su vínculo con Jesús era tan cercano que lo vivía en cada gesto. Y no era una fe desconectada de la realidad: al contrario, la hacía más fuerte para servir. Yo la vi muchas veces agotada físicamente, pero igual encontraba fuerzas para ir al CONIN, para acompañar a una madre, para ayudar a alguien más. Siempre decía que la paz verdadera solo viene de Jesús y de María, y que esa paz era la que le permitía seguir adelante.
Pedro Paulin: Hoy hay gente que habla de ella como santa. ¿Te sorprende?
Cristián Paz: No me sorprende. A veces me asusta, porque es un peso grande, pero yo creo que es así: para mí Rochi es santa. No porque la Iglesia lo haya declarado todavía, sino porque su vida fue un ejemplo que inspira. Eso es la santidad: alguien que te acerca a Dios, que te muestra un camino. Yo conozco mucha gente que se convirtió después de su muerte, que empezó a ir a misa o a rezar porque se cruzó con su historia. Eso no lo provoca cualquiera. Y yo mismo, que viví 23 años con ella, siento que me transformó. La santidad no es un premio, es un testimonio, y en ese sentido ella lo fue siempre.
Pedro Paulin: ¿Qué fue lo más duro para vos al acompañarla en la enfermedad?
Cristián Paz: Verla sufrir y no poder hacer nada. Ella lloraba y me pedía perdón por llorar. Y yo le decía: “yo también voy a llorar”. Fue un tiempo muy duro, pero también muy íntimo. Aprendimos a comunicarnos con gestos, con silencios. Había una comunión tan profunda que no hacían falta muchas palabras. Yo siempre digo que fue un regalo atravesar eso juntos, aunque parezca raro. Porque ahí entendí lo que es el Amor verdadero: darlo todo, acompañar, sostener, incluso en la oscuridad.
Pedro Paulin: ¿Cómo fueron sus últimos momentos?
Cristián Paz: Ella pidió estar rodeada de su familia. Y así fue. Sus hermanas, su papá, todos alrededor. Esa noche fue dura, pero también muy luminosa. En medio del dolor, me repitió una frase que le gustaba mucho: “no hay espinas sin rosas”. Hasta en la agonía buscaba dejarnos un mensaje de esperanza. Murió con paz, entregada a Dios, y con la certeza de que su vida había tenido sentido.
Pedro Paulin: ¿Cómo sigue hoy su legado en el CONIN?
Cristián Paz: Sigue vivo, más que nunca. Yo sigo como presidente de la ONG, pero ahora hay una directora ejecutiva que se ocupa del día a día. Y lo más impresionante es que muchas madres que nunca conocieron a Rochi igual sienten su presencia. A veces me dicen: “cuando entro acá, siento que ella está”. Eso es increíble. Hoy más de 130 chicos pasan todas las semanas por el centro, y ese es el fruto de su entrega. Ella trascendió, dejó una huella que no se borra.
Pedro Paulin: ¿Qué enseñanza concreta te dejó que aplicás todos los días?
Cristián Paz: Que el miedo no puede frenar al Amor. Esa frase de “si yo no voy, ¿quién va?” me acompaña siempre. Ella me enseñó que cuando uno se entrega a los demás, se entrega también a Dios. Y que no hay límite para el Amor: cuanto más das, más se multiplica. Yo la recuerdo todos los días, no con tristeza, sino con gratitud. Porque en 43 años vivió una vida plena, intensa, y nos dejó un legado inmenso.
La charla entera acá en el video: