Historia rusa
¿Qué pasó con los restos de los últimos Romanov?

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La ciencia y la arqueología terminaron por esclarecer un caso que durante décadas fue un enigma.
Durante décadas, Rusia entera supo que en algún punto de los bosques de Ekaterimburgo yacía la familia que había gobernado el imperio más vasto del planeta. Pero no sabía dónde, ni cómo, ni cuántos de ellos permanecían allí. Los bolcheviques habían borrado huellas, documentos, testigos, y hasta memorias.
En 1979, dos hombres descubrieron una fosa. Estaba cerca de la antigua Casa Ipátiev, el lugar donde Nicolás II, Alejandra y sus hijos habían sido ejecutados en la madrugada del 17 de julio de 1918. La fosa permaneció oculta por orden del gobierno soviético. Pero en 1991 los restos fueron exhumados. Se esperaba encontrar once cuerpos. Aparecieron solo nueve.
Y allí comenzó la segunda vida del mito.
El enigma de los dos cuerpos faltantes
Los nueve esqueletos encontrados correspondían —según los primeros análisis— al zar, la zarina, tres de sus hijas y a los cuatro sirvientes fieles que se habían negado a abandonar a la familia. Pero faltaban dos niños: el zarevich Alexis y una de las grandes duquesas.
¿María? ¿Anastasia?
La ciencia no se puso de acuerdo.
Los expertos estadounidenses insistían en que la ausencia de rasgos de inmadurez ósea indicaba que el cuerpo que faltaba era el de Anastasia, de apenas 17 años. Los científicos rusos, en cambio, afirmaban que la desaparecida era María. Para sostenerlo, incluso recurrieron a un programa informático que comparaba las proporciones de los cráneos con fotografías de las niñas tomadas años antes.
El ruido alrededor de Anastasia —“la princesa que quizá sobrevivió”— volvió a estallar. Decenas de mujeres que afirmaban ser ella aparecieron en medio mundo durante el siglo XX. En 1998, cuando los restos identificados fueron enterrados en la Catedral de San Pedro y San Pablo, un cuerpo de 1,69 metros fue colocado bajo el nombre de Anastasia. Sin embargo, las fotografías muestran que la joven era considerablemente más baja. Su propia madre lo había escrito en 1917:
«Anastasia… está ahora muy gorda… Tiene mucha grasa alrededor de la cintura y las piernas muy cortas. Espero que crezca pronto.»
Nunca creció. Tenía unos 1,57 metros.
La contradicción alimentó más sombras que certezas.
Los relatos de Yurovski y la búsqueda desesperada
El “Informe Yurovski”, escrito por el hombre que dirigió la ejecución, añadía otra capa de misterio. Según él, dos cuerpos habían sido retirados de la fosa y quemados en secreto para confundir al Ejército Blanco, todavía en avance. Pero muchos historiadores sostienen que lograr una cremación total, con los medios improvisados de aquel amanecer sangriento, era prácticamente inviable.
Durante años se rastrearon las inmediaciones de la fosa principal. No apareció nada. Hasta que, casi un siglo después, el bosque habló.
El 23 de agosto de 2007, un arqueólogo ruso anunció un hallazgo inquietante: dos esqueletos parciales, quemados, enterrados entre clavos, balas de varios calibres, restos de una caja de madera y cascos de botellas de ácido sulfúrico.
Exactamente lo que describía Yurovski.
Los huesos pertenecían a un niño de entre 10 y 13 años y a una adolescente de entre 16 y 23. La ciencia hizo el resto. Las pruebas de ADN confirmaron que aquellos restos correspondían al zarevich Alexis y a una de sus hermanas: Anastasia.
La fantasía de su supervivencia, sostenida durante casi un siglo, se derrumbó.
