Litio, oro y desarrollo local en el altiplano
Puna salteña: el secreto mejor guardado de la minería argentina

Periodista

La Puna salteña combina riquezas geológicas únicas con consenso social y tecnología para impulsar la nueva era minera argentina.
La altura no miente. A más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, la Puna salteña parece un páramo silencioso y deshabitado. Pero bajo esa superficie agrietada por el sol, el subsuelo guarda uno de los secretos más codiciados del siglo XXI: litio. Y no solo eso. También oro, plata, boratos, ónix y potasio. Minerales estratégicos que explican por qué este rincón de la Argentina norteña se convirtió en uno de los territorios más vigilados por inversores, Estados y empresas tecnológicas del mundo.
El nombre que más suena, claro, es litio. La Puna integra el llamado Triángulo del Litio, junto a regiones de Jujuy y Catamarca, que concentra más de la mitad de las reservas globales del “oro blanco” indispensable para baterías de autos eléctricos, celulares y almacenamiento energético. Pero reducir el potencial salteño solo al litio sería injusto. La mina Lindero, por ejemplo, extrae oro con tecnología de lixiviación de última generación; mientras que el yacimiento Tincalayu produce boratos a escala industrial. El Salar del Rincón, en tanto, ofrece carbonato de litio de alta pureza y reservas superiores al millón de toneladas.
Con más de 20 proyectos en distintas fases de desarrollo y una inversión estimada en más de 6.000 millones de dólares, Salta se posiciona como uno de los motores del nuevo modelo extractivo argentino. Solo en 2023, las exportaciones mineras superaron los 304 millones de dólares. Pero lo más singular no es la cifra, sino cómo se está construyendo esta minería.
A diferencia de otras regiones del país donde la palabra “minería” despierta alarma social, en la Puna más del 70 % de la población apoya la actividad minera. ¿Por qué? Porque genera trabajo formal, inversión local, capacitación y desarrollo territorial en una zona históricamente postergada. Hay ferias de proveedores locales, programas para insertar jóvenes y mujeres, y una ley provincial que prioriza el “compre salteño”. La minería, dicen, no pasa por arriba de las comunidades: dialoga, escucha, consulta.
“Antes vivíamos de la cría de llamas y la venta de artesanías. Hoy tenemos trabajo, formación y un ingreso estable”, cuenta Rosa, vecina de Santa Rosa de los Pastos Grandes, una de las localidades más próximas a los yacimientos. En la altura extrema, la minería no se ve como un enemigo sino como una oportunidad compartida.
Esto no significa que todo esté resuelto. El agua sigue siendo un tema sensible —especialmente en los salares— y los organismos provinciales deben reforzar los controles y la fiscalización. Pero el marco de licencias sociales y ambientales, las audiencias públicas y el monitoreo conjunto con las comunidades marcan una diferencia notable con respecto a experiencias pasadas en otros puntos del país.
Al mismo tiempo, el desarrollo tecnológico también empuja. Una empresa salteña presentó recientemente la perforadora más avanzada del país, diseñada para condiciones extremas, que reduce costos y tiempo en las campañas de prospección. La innovación, así, no llega desde afuera: se fabrica en casa.
La Puna salteña no es solo un yacimiento. Es un caso testigo. Una muestra de cómo un modelo extractivo puede —con regulación, escucha y visión de largo plazo— generar prosperidad donde antes solo había silencio. En una Argentina urgida por dólares y empleo, este altiplano áspero y lejano podría ser, paradójicamente, el camino más directo al futuro.