Historia
¿Los argentinos matamos a Darwin?

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La picadura mendocina que pudo condenar al padre de la evolución.
Charles Darwin viajó por medio planeta para revolucionar la ciencia, pero su destino final pudo haberse sellado aquí en Argentina, más precisamente en el corazón de Cuyo. Un episodio casi anecdótico —una picadura nocturna en Mendoza, registrada por él mismo en su diario de viaje— refleja una luz inquietante: ¿fue en esa noche, en esa aldea mendocina, cuando la vinchuca le transmitió el mal de Chagas que terminaría inflamando su corazón hasta llevarlo a la muerte?
La hipótesis lleva más de medio siglo circulando en ámbitos científicos, pero en Argentina siempre tuvo un atractivo irresistible: el padre de la teoría de la evolución habría contraído, en nuestro territorio, una enfermedad mortal que él mismo desconocía que existía.
Un mal desconocido y un enemigo diminuto
Darwin murió en 1882, mucho antes de que la ciencia pudiera explicarle qué había estado destruyendo su corazón. El mal de Chagas —tripanosomiasis americana— recién fue descripto en 1909 por el médico brasileño Carlos Chagas. Para entonces, Darwin llevaba casi treinta años muerto.
La enfermedad es causada por el parásito Trypanosoma cruzi, transmitido por la vinchuca (Triatoma infestans), un insecto hematófago muy extendido en Sudamérica. En su fase crónica puede producir demencia, trastornos neurológicos, daño severo en el músculo cardíaco y muerte súbita. Todo esto, lentamente, décadas después de la picadura inicial.
¿Coincide con la vida de Darwin? Sí.
¿Coincide con sus síntomas? También.
¿Coincide con sus viajes? Mucho más de lo que imaginamos.
El día que una vinchuca mendocina atacó a Darwin
El 25 de marzo de 1835, tras cruzar la cordillera desde Chile, Darwin se detuvo en Luján de Cuyo, que por entonces era una pequeña aldea rodeada de huertos, “límite meridional de las tierras cultivadas de la provincia de Mendoza”, como anotó de su puño y letra.
Allí pasó la noche. Y allí ocurrió lo que él mismo llamó “un ataque”.
En The Voyage of the Beagle, escribió:
“Durante la noche sufrí un ataque (no merece otra palabra) de una vinchuca, el gran chinche negro de las pampas.
¡Qué asco siente uno cuando nota que le recorre el cuerpo un insecto blando, de una pulgada de largo! Antes de chupar es plano; después se hincha hasta convertirse en una bola”.
La descripción es perfecta. Y es la escena fundacional de toda esta historia: Darwin, en Mendoza, siendo picado por una vinchuca que hoy sabemos podía estar infectada.
¿Por qué estaba Darwin allí? El absurdo origen de un destino
La historia se vuelve todavía más extraña cuando se cruza con otro personaje: un pez, el misterioso Ostracion concatenatus, el famoso “pez capucho”.
Darwin quería verlo en Italia —era una rareza conservada por Spallanzani—, pero terminó enrolándose en el Beagle. Y ya en Sudamérica, obsesionado con comprobar su existencia en la laguna de los Porongos (la actual Mar Chiquita), quiso internarse hacia el interior argentino.
Esa curiosidad fue la que lo llevó a atravesar Mendoza.
Ese desvío lo puso en el camino de la vinchuca.
Y esa vinchuca pudo cambiar la historia.
Un giro mínimo. Un pez que nunca vio. Una noche cuyana. Y el padre de la evolución con una enfermedad silenciosa que recién se activaría décadas después, en su casa de Down House, en Inglaterra.
“Gigantic blood sucking bug”: la frase que lo condena
El propio Darwin aclara que ya había capturado otras vinchucas en Chile y Perú, pero el único registro de una picadura es el mendocino. Además, describe cómo el insecto se infla, cómo succiona, cómo vuelve a intentarlo cada dos semanas. Un manual clínico involuntario.
La sintomatología posterior de Darwin —palpitaciones, dolor precordial, desmayos, problemas digestivos, arritmias severas— coincide punto por punto con lo que hoy se reconoce como Chagas crónico avanzado.
¿Murió de Chagas? La pregunta que nadie quiere responder
Muchos científicos creen que sí. Otros sostienen que Darwin era hipocondríaco. Pero lo cierto es que la única forma de responder definitivamente sería analizar sus restos en Westminster Abbey, algo que la institución se ha negado a permitir durante décadas.
¿Por qué?
Nadie lo explica con claridad.
El resultado podría reescribir un capítulo entero de la historia científica: Darwin, víctima del parásito más emblemático de Sudamérica.
Entonces… ¿los argentinos matamos a Darwin?
La pregunta es provocadora, pero tiene su lógica.
Darwin no murió en 1835; murió en 1882. Pero si el mal de Chagas lo acompañó desde aquella noche mendocina, la Argentina fue, al menos, el escenario donde comenzó su agonía silenciosa.
La ciencia lo llevó a recorrer desiertos, cordilleras, lagos salados, pampas interminables. Y ese mismo impulso —la curiosidad que lo definió— lo puso frente a un insecto que cambiaría todo.
¿Lo matamos nosotros?
Tal vez no.
Tal vez sí.
O tal vez, como diría el propio Darwin, fue la selección natural… en versión sudamericana.
