Historia de sangre y traición
La mutilación de Chacho Peñaloza: el final brutal del caudillo


A pesar de rendirse, el Chacho Peñaloza fue ejecutado sin juicio y su cuerpo fue profanado por las tropas nacionales.
Cada 12 de noviembre marca un nuevo aniversario de la trágica muerte de Ángel Vicente Peñaloza, más conocido como el Chacho, uno de los caudillos más complejos y fascinantes del siglo XIX argentino. Figura mítica del interior profundo, su trayectoria política y militar se mueve entre la defensa del federalismo, las traiciones de sus aliados y la violencia de una época en la que los ideales y las ambiciones solían teñirse con sangre.
A diferencia de otros caudillos que enfrentaron con firmeza al centralismo porteño, Peñaloza tuvo una relación ambigua con el poder. Si bien se opuso a Juan Manuel de Rosas, y en su momento se alineó con las ideas nacionales que promovía Bartolomé Mitre, su fidelidad fue siempre relativa. Cuando sus intereses regionales se vieron amenazados por el avance del Estado nacional, no dudó en rebelarse una vez más.
En ese contexto, lideró incursiones armadas sobre las provincias de Catamarca y Tucumán, motivado por el respaldo que estos territorios ofrecían a Mitre. Aunque la figura del caudillo suele ser revestida de un halo romántico, lo cierto es que las montoneras al mando del Chacho no estuvieron exentas de actos brutales. Los testimonios de la época dan cuenta de saqueos, asesinatos, violaciones y otros crímenes que se repetían en cada invasión, dejando tras de sí un rastro de horror que la épica no logra ocultar.
Peñaloza terminó por convertirse en un foco permanente de agitación en las provincias del oeste y centro argentino. Su figura se alzaba amenazante sobre San Juan, San Luis y Córdoba, desafiando abiertamente a las autoridades establecidas. Derrotado finalmente por las fuerzas nacionales, firmó una tregua en 1862 conocida como el Tratado de la Banderita, en la que se comprometía a reconocer la autoridad del gobierno central. Sin embargo, fiel a su estilo impredecible, el Chacho violó el acuerdo y reanudó sus campañas de violencia, aunque procurando no exponerse directamente.
Por entonces, Peñaloza era ya un hombre mayor, con más de sesenta años. El escritor y contemporáneo Salvador de la Colina lo evocó con estas palabras:
“Lo vi, al pasar una tarde por mi casa, a caballo y seguido de un grupo de gauchos. Llevaba montura de plata, con pretal, freno de grandes copas y riendas del mismo metal. Su traje era: pantalón doblado para lucir los calzoncillos bordados; chaleco de terciopelo negro, sin saco, desabrochado y con botones amarillos; la cabeza atada con un pañuelo de seda de flores punzó y encima un sombrero blando de felpa color marrón (…). El Chacho era blanco y de ojos azules. Su cabello y su barba debieron de ser rubios, peor ya estaban blancos. Usaba la barba afeitada en el medio, formando U como la tenía prohibida Rosas, porque U quería decir unitario”.
La persistencia de su resistencia, su capacidad de movilización y su carisma entre los sectores rurales le permitieron mantenerse como un dolor de cabeza constante para el gobierno central. Pero su historia llegó a su fin de manera cruel y despiadada. A pesar de haberse rendido, Peñaloza fue ejecutado por las tropas nacionales. Su asesinato fue tan cobarde como brutal: tras dispararle sin juicio previo, los soldados ultrajaron su cadáver.
La sevicia fue más allá de la muerte. Le cercenaron las orejas y la cabeza, y esta última fue expuesta en una pica como escarmiento público. La escena quedó grabada en la memoria colectiva, y uno de los testimonios recogidos por Fermín Chávez en su obra dedicada al caudillo reconstruye el horror con crudeza:
“El peón que trajo la oreja (…) ignoraba lo que conducía. Al llegar a La Rioja (…) abrió el paquete en presencia de mi tío —un niño en esa época—, ¡quién vio entonces una tremenda oreja peluda y putrefacta! Vino, haciendo arcadas, a contar en la casa lo que había presenciado”.
Así terminó la vida de un personaje que fue, a la vez, símbolo de rebeldía y de caos, de valentía y de violencia. Su figura sigue despertando interpretaciones contrapuestas, entre la admiración popular y el repudio por sus acciones. Lo cierto es que el Chacho Peñaloza encarnó una época de la Argentina donde las ideas se debatían a sablazos, y donde la muerte no conocía de clemencia ni de gloria.