Historia y abandono social
La Matanza: de la conquista española al feudo peronista

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El distrito más poblado de Buenos Aires refleja la larga decadencia de un poder que se volvió costumbre.
En febrero de 1536 Pedro de Mendoza levantó el Real de Santa María del Buen Aire, una precaria fortaleza junto al río. Al principio los querandíes fueron amistosos: llevaron carne y pescado a los hambrientos europeos. Pero pronto los abusos y la violencia rompieron la tregua. El 15 de junio de ese año, día de Corpus Christi, Mendoza envió a su hermano Diego con 300 soldados y una treintena de jinetes para “castigar” a los indígenas.
Los pueblos originarios los esperaban: cerca de cuatro mil hombres armados con lanzas y flechas enfrentaron a los españoles en un combate feroz a orillas del actual río Matanza. Murieron decenas de conquistadores y centenares de nativos. La sangre de aquella jornada le dio nombre al río… y al territorio que, siglos después, sería el Partido de La Matanza.
Tras la muerte de Mendoza en el Atlántico, la región quedó desierta. Los caballos y vacas que habían traído de Europa se multiplicaron en libertad, y cuando Juan de Garay refundó Buenos Aires en 1580, esas pampas se habían vuelto un mar de pasto y ganado salvaje.
Pagos, curatos y estancias: el nacimiento del territorio
Durante el siglo XVII, las tierras se dividieron en pagos, enormes extensiones rurales sin límites precisos. El “Pago de La Matanza” abarcaba un territorio vastísimo que llegaba hasta los actuales barrios de Flores, Liniers, Mataderos y Pompeya, y se extendía por Morón, Merlo, Ituzaingó y más allá del río Salado.
La vida era dura y solitaria. Las casas se levantaban lejos unas de otras, los caminos eran sendas de tierra y los pobladores —criollos, esclavos, indígenas y campesinos— sobrevivían de la ganadería y de pequeñas chacras. Hacia el oeste se instaló la nación pampa, descendientes de cazadores y pehuenches que adoptaron el caballo y con él un modo de vida trashumante.
El crecimiento fue lento. En 1730, la Iglesia creó los primeros curatos de la campaña bonaerense, entre ellos el de La Matanza, delimitado por los ríos Las Conchas, Matanza y Salado. Catorce años después se levantó una línea de fortines que unía Magdalena con San Nicolás, pasando por Luján y Merlo. Uno de ellos fue la Guardia del Juncal, en territorio matancero, símbolo de una frontera siempre amenazada por los malones.
En 1778, el virrey Pedro de Ceballos dispuso la creación de nuevos alcaldes de hermandad, autoridades locales encargadas de impartir justicia y garantizar la seguridad rural. Así nació oficialmente el Partido de La Matanza, con Juan Manuel de Echabarri como su primer alcalde. La fecha —1º de enero de 1778— es reconocida como el acto fundacional del distrito.
De la Revolución de Mayo al municipio de San Justo
Con la Revolución de Mayo de 1810 y la apertura del puerto al libre comercio, la campaña bonaerense experimentó un boom ganadero. Los saladeros comenzaron a multiplicarse, y en 1815 la sociedad Rosas, Dorrego y Terrero inauguró uno de los más importantes de la región, exportando tasajo al Caribe y Brasil.
Un padrón de 1813 registraba 1.661 habitantes en La Matanza, la mayoría pequeños agricultores que trabajaban la tierra en familia o como arrendatarios. En ese paisaje rural se forjaron las grandes familias que marcarían la política local: los Ramos Mejía, los Villegas, los Ezcurra.
Tras la caída de Rosas en 1852, sus propiedades fueron confiscadas y se reorganizó la administración provincial. La Ley de Municipalidades de Campaña (1854) creó la Municipalidad de La Matanza, encabezada por José Silveyra. Dos años después, el 25 de diciembre de 1856, se fundó San Justo, en tierras de Justo Villegas, que se convirtió en la cabecera del partido.
A lo largo del siglo XIX, la llegada del ferrocarril transformó el paisaje. En 1872 se fundó Ramos Mejía, y poco después Laferrere, González Catán, Rafael Castillo e Isidro Casanova, dando forma al entramado urbano que definiría el futuro conurbano.
Industrialización, migración y el poder político
Durante el siglo XX, La Matanza dejó de ser rural. La industrialización impulsada por el Estado y la llegada del ferrocarril generaron empleo y atrajeron miles de migrantes del interior y de países limítrofes. Entre 1935 y 1947 el número de fábricas se triplicó, y en 1960 el partido ya superaba los 400.000 habitantes.
En 1948, el médico Felipe Iannone fue elegido primer intendente peronista. En la década siguiente, el gobierno de Perón impulsó la construcción de Ciudad Evita, un barrio modelo con 15.000 viviendas y un diseño inspirado en el perfil de Eva Perón. La Matanza se convirtió en símbolo del ascenso obrero y en el bastión del peronismo bonaerense.
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La historia escrita por el peronismo: pobreza, violencia y abandono
Pero todo ese pasado próspero es hoy sólo un recuerdo. Desde el retorno de la democracia en 1983, el Partido Justicialista gobierna sin interrupciones. Por el sillón de San Justo pasaron Federico Russo, Héctor Cozzi, Alberto Balestrini, Verónica Magario y Fernando Espinoza. Con 1,8 millones de habitantes, La Matanza representa más del 11% de la población bonaerense y es conocida como “la quinta provincia”. Pero detrás del poder político, se esconde una realidad más dura.
Según el RENABAP, en los 328 km² del partido existen 130 asentamientos precarios, donde 55.393 familias viven sin acceso pleno a agua, gas o cloacas. Casi la mitad de la población está bajo la línea de pobreza. En los 1.300 comedores del distrito —la mitad de los que existen en toda la provincia— unos 100.000 niños reciben su plato diario de comida.
Las villas de Puerta de Hierro, San Petersburgo, Villa Palito y El Triángulo son focos de narcotráfico y violencia. En San Petersburgo, los jóvenes adictos al paco son llamados “los zombis”, símbolo de una marginalidad sin salida. Las bandas controlan territorios enteros, cruzan droga por el río en tirolesa y operan con impunidad. Los vecinos, agotados, se organizan para defenderse: carteles en Casanova advierten a los ladrones que “no llamarán a la policía, arreglarán ellos mismos”.
En las zonas más pobres, los pasillos se inundan con aguas servidas y los autos robados se queman para borrar rastros. Mientras tanto, los carteles municipales insisten: “La Matanza avanza”.
El poder y la deuda social
Durante más de cuarenta años, el peronismo mantuvo un poder absoluto sobre el distrito. Ninguna fuerza política logró arrebatarle su hegemonía. Sin embargo, esa continuidad no trajo desarrollo: trajo destrucción y deterioro.
El atraso estructural crece. Las villas se expanden más rápido que las fábricas, los barrios se hunden en la precariedad y la inseguridad se vuelve cotidiana.
El mito de “capital nacional del peronismo” convive con los peores índices de desarrollo humano del conurbano. Donde alguna vez se prometió justicia social, hoy imperan la desigualdad y la violencia.
La Matanza es una síntesis de la Argentina peronista: una tierra fértil dónde nada crece. Un territorio cuyo nombre nació de una matanza y que, cinco siglos después, sigue sangrando.
