Historia argentina
La hija de Lavalle: del apellido ilustre a la obra silenciosa

:format(webp):quality(40)/https://newstadcdn.eleco.com.ar/media/2025/12/dolores_lavalle.png)
Creció a la sombra de un héroe de la Independencia y convirtió esa memoria en acción.
La visita al mausoleo del general Juan Galo Lavalle, en el cementerio de la Recoleta, invita inevitablemente al recogimiento. Allí descansa uno de los nombres más dramáticos y legendarios de la historia argentina, héroe de la Independencia y figura trágica de las guerras civiles. Pero junto a él, acompañándolo incluso en la muerte, reposan también los restos de su hija. Es desde ese gesto silencioso —padre e hija unidos más allá del tiempo— que surge la necesidad de rescatar su historia, muchas veces opacada por la épica masculina, pero no menos trascendente.
En 1816, cuando el rumor de la libertad comenzaba a sacudir los cimientos del orden colonial, un joven granadero llamado Juan Galo Lavalle llegó a Mendoza para incorporarse al Ejército Libertador. Allí conoció a Dolores Correas, una joven mendocina de familia distinguida. Se enamoraron de inmediato, pero el matrimonio debería esperar: para Lavalle, la patria estaba antes que todo. Las campañas de Chacabuco y Maipú, las operaciones en el Perú y su célebre victoria en Riobamba lo consagraron como uno de los jefes militares más audaces de la Independencia americana. Sin embargo, la gloria tuvo su contracara: desencuentros políticos, exilios y una vida signada por la ausencia.
Juan Galo y Dolores Correas se casarían finalmente y formarían una familia atravesada por la política y el desarraigo. Durante uno de esos exilios, el 27 de mayo de 1831, nació su hija Dolores Lavalle Correas en Colonia del Sacramento, en la Banda Oriental. Desde su nacimiento, su vida estuvo marcada por la condición errante y por el peso de un apellido destinado a ocupar un lugar central en la memoria nacional.
La infancia de Dolores transcurrió entre regresos y partidas, hasta que la violencia política selló definitivamente su destino: el asesinato de su padre en 1841. Aquella niña que lo había abrazado implorándole que no se fuera —y a quien él prometió volver con un caballo— quedó para siempre ligada a una ausencia fundacional. Esa promesa incumplida se transformaría, con los años, en una forma distinta de legado.
Tras la caída de Juan Manuel de Rosas, la familia regresó definitivamente al país. Dolores creció en Buenos Aires convertida en una dama de la alta sociedad, culta, refinada, concertista de piano, profundamente formada y sensible a las injusticias sociales. En 1867 contrajo matrimonio con su primo Joaquín Lavalle Pinto. No tuvieron hijos, pero su vida no estuvo vacía: eligió una maternidad social, volcándose por completo a la acción benéfica y educativa.
Llevaba uno de esos nombres ilustres y gloriosos de la historia argentina, y supo demostrar que lo que para muchos es una carga pesada, para ella fue un florecimiento natural de virtudes. En 1871 comenzó una intensa labor en la Sociedad de Beneficencia y, desde allí, impulsó múltiples iniciativas destinadas a mejorar la vida de los sectores más vulnerables. Fue inspectora del Asilo de Huérfanos, integrante de comisiones nacionales y figura respetada en los círculos públicos.
Convencida de que las mujeres debían educarse para valerse por sí mismas, fundó la Escuela Profesional “Santa María” para mujeres, donde se enseñaban oficios y se aplicaban programas pedagógicos inspirados en modelos europeos. Su objetivo era claro: brindar herramientas concretas para la independencia económica femenina. En 1908, en reconocimiento a su labor, la institución adoptó su nombre. Hoy, tras varios traslados, la Escuela “Dolores Lavalle de Lavalle” continúa funcionando en Parque Patricios, en la Ciudad de Buenos Aires.
Su compromiso fue aún más lejos. Cuando el consultorio oftalmológico de las Hijas de María estuvo a punto de cerrar, Dolores decidió hacerse cargo. De esa iniciativa surgiría el futuro Hospital Santa Lucía. Fundó también el Asilo del Buen Pastor, colaboró con la creación del Hospital de Niños Gutiérrez y la Casa Cuna, y fue parte del primer comité de la Cruz Roja Argentina. Junto a Cecilia Grierson, la primera médica del país, integró espacios clave de acción femenina, como el Consejo Nacional de Mujeres, cuya consigna —“Todo por amor, nada por la fuerza”— sintetizaba su ética de vida.
Dolores Lavalle de Lavalle falleció el 3 de febrero de 1926, a los 95 años, tras una existencia casi centenaria dedicada al servicio. Caras y Caretas la despidió con palabras cargadas de admiración, describiéndola como una reliquia viva de los tiempos heroicos y, al mismo tiempo, como una mujer profundamente anclada en el porvenir.
Hoy, sus restos descansan junto a los de su padre en el cementerio de la Recoleta. Él, recordado por la espada y la tragedia; ella, por una obra silenciosa y duradera. Dolores Lavalle fue mucho más que la hija de un general: fue la demostración de que la historia también se construye lejos del campo de batalla, en las aulas, en los hospitales y en las manos tendidas hacia los demás.
