Una profesión en jaque
La doble herida

Docente

En un país donde todos hablan de educación, pero pocos se animan a enseñarla, un maestro expone las contradicciones.
Recuerdo una anécdota que en alguna oportunidad me contó el rector de un colegio. Viajando en tren rumbo al trabajo, encontró a un compañero de secundaria con el que había perdido contacto desde hacía ya varios años. En el poco tiempo que les quedaba de viaje “se pusieron al día”.
“¿Te casaste?” “¿Cuántos chicos tenés?” “¿Con quiénes del grupo te ves?” “¿A qué te dedicás?”
“Estudié Letras, soy rector de un colegio”, respondió el otro.
Desconcertado dijo el primero: “Pero… ¿qué pasó?” “Eras el mejor promedio, medalla de oro de nuestra promoción”.
Fue una respuesta brutal, espontánea. Una doble herida: lo que dijo y lo que no dijo.
En un encuentro con alumnos, de esos que se dan fuera del aula, algunos se quedaron conmigo en la parrilla. Las brasas y el asado son siempre inspiradores de conversaciones profundas.
Era época de elecciones nacionales, cuestión que suele inflamar los espíritus, especialmente el de los varones. Reconozco que con doble intención, fruto de algún prejuicio, les pregunté qué importancia le daban a la propuesta sobre educación al momento de decidir el voto. O mejor aun, y como para no ponerlos en el brete de una respuesta que no tenían, les pedí que me definieran las tres prioridades que tendría nuestro país para salir adelante.
Alternativamente economía y educación ocuparon la pole position. Claro, en un país empobrecido como el nuestro, fueron respuestas de sentido común. Algunos se animaron a más, con discursos más convencidos que convincentes. Ni el mismísimo Sarmiento hubiera tenido tanta determinación. Hice entonces una pausa y pregunté, sin cortapisas quiénes planeaban dedicarse a la educación, siendo que según ellos mismos declaraban, era de imperiosa necesidad mejorar su calidad… Que las pruebas PISA… Que la interpretación de textos… Que la resolución de cálculos matemáticos…
En concreto, ninguno de ellos tenía intención alguna de pararse frente a un aula. No obstante, la economía (en sus distintas manifestaciones), aquella competidora de la pole position, acumulaba varios aspirantes. Todos ellos convencidos de la importancia de la Educación ¿O de la Economía?
Nuevamente una doble herida: lo que se dijo y lo que no se hizo.
Días atrás un grupo de colegas de algunos distritos del país compartió el material, que según las indicaciones recibidas, debían ofrecer a los alumnos para completar su “educación integral”. Recordé entonces aquello de un publicista que decía que, a falta de un tribunal o comité de conducta, había decidido no producir jamás algo que no fuese propio de los ojos de su madre. Todo un caballero, un idealista, y por qué no, ahora un desocupado.
Los personajes, las situaciones y las circunstancias de estas piezas de “educación integral” eran tan antinaturales como humillantes. Algunas de ellas, de una perversión repugnante.
Que conste en actas esta tercera doble herida: perturbar la inocencia de los más chicos y hacer del maestro su verdugo.
Por algún motivo de varios años a esta parte, los padres nos hemos propuesto preservar a nuestros hijos de cualquier fracaso, cualquier corrección o, en definitiva, de cualquier circunstancia que no esté quirúrgicamente controlada.
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Así las cosas, pruebe usted sancionar -colegir el verbo con la normativa vigente- a alguno de sus párvulos. Recuerde evitar el rojo en las correcciones, y que la memoria, esa misma que usted disfraza como “fijar conocimientos”, en tiempos de IA, es definitivamente un fastidio.
Conste en una adenda: sepa que lo estamos mirando, que sus obsesiones ortográficas, sus pretensiones de urbanidad de naftalina y otros de sus desbordes no serán tolerados. En todo caso es indiscutible que la IA tiene mejor talante que el suyo, y una mirada del mundo considerablemente más abierta.
Última doble herida: su criterio es obsoleto, y la inteligencia artificial es el futuro.