La política como herencia familiar
Historia de la casta política: 160 años de apellidos en el poder


Apellidos que se repiten y cargos que se heredan: la política argentina como un asunto de familia.
En la Argentina, el término “casta política” no es una mera consigna electoral, sino una descripción precisa del modo en que opera el sistema de poder desde hace más de un siglo. Familias que se suceden generación tras generación, ocupando cargos públicos, construyendo dinastías políticas que sobreviven a golpes de Estado, crisis económicas, cambios de régimen y escándalos de corrupción. La política, para ellos, no es una vocación ni un servicio: es un legado familiar.
La lista es extensa. Los Cafiero, los Rodríguez Saá, los Abal Medina: apellidos que se repiten como si fueran cargos hereditarios, como si la república fuera una monarquía encubierta. El Estado, en este esquema, deja de ser una herramienta para el bien común y se transforma en una estructura que garantiza continuidad, influencia y, muchas veces, impunidad.
Caminar por el pasillo principal de la Casa de San Luis en la ciudad de Buenos Aires es una experiencia reveladora. En una de sus paredes cuelgan los retratos de los gobernadores que han dirigido la provincia desde el siglo XIX. Al detenerse frente a cualquier fotografía, lo más probable es encontrarse con un apellido que se repite como un eco: Rodríguez Saá. La familia ha dado siete gobernadores desde que Juan Saá inauguró la dinastía en 1860.
La historia familiar también incluye episodios oscuros. Ricardo “el Lobito” Rodríguez Saá, un exmontonero rebelde dentro del propio clan, fue asesinado por la policía en 1991 en circunstancias jamás esclarecidas. La versión oficial dijo que fue durante un robo en Capital Federal, pero las dudas sobre su ejecución todavía persisten.
En cuanto a los gobernadores, la genealogía es extensa. El primer Adolfo, abuelo de los actuales Alberto y Adolfo Rodríguez Saá, gobernó en 1934. También ocuparon la gobernación Felipe Saá en 1867 y Teófilo Saá entre 1893 y 1894. Durante mucho tiempo el traspaso de poder no ocurrió entre partidos, sino entre ramas de la misma sangre.
Casos como el de San Luis son extremos, pero no excepcionales. La familia Cafiero, por ejemplo, tiene al menos tres generaciones en cargos públicos. Desde Antonio Cafiero —ministro de Perón, gobernador bonaerense, senador— hasta su nieto Santiago, exjefe de Gabinete de Alberto Fernández y canciller, pasando por sus hijos Mario y Juan Pablo, la política es la ocupación permanente de toda la familia. Algunos intentos en el sector privado, como una librería abierta por Santiago, no prosperaron. El Estado siempre los recibió de nuevo.
Los Abal Medina, por su parte, aportan una historia atravesada por el peronismo y la militancia. Desde Juan Manuel Abal Medina padre, secretario general del PJ en los años 70, hasta su hijo, ex senador y jefe de Gabinete de Cristina Fernández, la tradición continúa.
Y por supuesto, la familia Kirchner, que llegó a la cúspide del poder. Néstor y Cristina fueron presidentes, su hijo Máximo es diputado desde 2015, y Alicia -hermana de Néstor- gobernó Santa Cruz y actualmente se desempeña como senadora nacional. Todo queda en familia.
La casta política en Argentina no es una construcción discursiva: es un sistema operativo. Un modo de gestionar el poder que impide la renovación, desalienta la competencia y naturaliza que la política sea un asunto de familia antes que de vocación pública. Cuando los apellidos pesan más que las ideas, la democracia se debilita.
Para que el país avance, es necesario romper con la lógica hereditaria. No hay destino escrito por la sangre. Gobernar no debería ser un derecho de nacimiento, sino una responsabilidad que se gana con trabajo, capacidad y compromiso. Y sobre todo, con alternancia. Porque donde no hay rotación, hay estancamiento. Y donde hay casta, hay una república incompleta.