Fútbol
Gallardo y el riesgo de creerse Napoleón

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El Muñeco, cegado por su éxito anterior, dejó de ver lo simple. Y hoy queda expuesto.
Hay algo peor que perder: perder jugando muy por debajo de las posibilidades y cometiendo errores evitables. Eso es lo que le está pasando a Marcelo Gallardo. No es solo una cuestión de resultados (aunque los últimos tampoco lo acompañan), sino de decisiones estratégicas que muestran a un técnico que, en algún punto, dejó de ver lo evidente. O peor: empezó a creerse más importante que los jugadores. Su afán de control total lo fue cegando, y perdió de vista lo básico.
Cuando un entrenador se convence de que gana los partidos él solo, que su pizarra es más decisiva que el talento en la cancha, empieza a cruzar una línea peligrosa corriendo el riesgo de pasarse de rosca y no aplicar la lógica en momentos que lo amerita. Gallardo, que supo construir equipos memorables, hoy parece desorientado, encerrado “en la de él” sin poder plasmar el potencial del plantel.
Remontémonos a la Libertadores del año pasado: en el duelo de ida contra Atlético Mineiro eligió una línea de 3/5 que quedó muy expuesta, priorizando a jugadores como Aliendro por encima de Mastantuono, en un partido que pedía otra lectura. Un año después, repitió el error contra Palmeiras: volvió a improvisar una línea de 3, dejó a Enzo Pérez solo en el mediocampo, y el equipo lo sintió. También hay errores de lectura posicional. Poner a Salas de 9 no es lo atinado. En Racing, el 9 era Maravilla, y Maxi iba por todo el frente de ataque como segundo delantero. Poner a Driussi en ese rol y a Salas como referencia fija, y no al revés, es un desacierto. Claro que Salas puede jugar de 9 y meter algún gol, pero no es su lugar óptimo. Queda coartado si no juega libre, y Gallardo lo viene encasillando.
Tampoco se entiende el delay en ver y poner a los pibes. Y eso, justamente, es algo que al hincha de River le exaspera. Probó mil centrales hasta que finalmente puso a Rivero, que ya había mostrado condiciones. Lencina se ganó en cancha más minutos de los que tuvo, mientras que Subiabre apenas tuvo minutos. Meses atrás se tardó de manera exagerada en tirar a la cancha a Echeverri y a Mastantuono, insisto. No los usó el año pasado en los momentos importantes, y para este ya no estaban. River nunca pudo aprovecharlos de lleno en un playoff de Copa. Un desperdicio.
Mientras tanto, se empecinó con nombres que ya no están para sostener el peso del equipo. Enzo Pérez, Nacho Fernández, Juanfer Quintero: todos enormes jugadores, pero no podés ponerlos a todos juntos como si el tiempo no pasara. Ya no tienen 25 años como para jugar todos.
A Demichelis se lo criticaba por poner a Colidio por la banda, hoy el muñeco hace lo mismo. Eso depende del contexto, y a veces puede funcionar. Pero ahí es donde importa la lectura del partido.
Y esa lectura es clave. Pero hoy no se ve un lineamiento sostenido. La sensación es que se busca el rumbo por todos lados, mientras se van perdiendo las convicciones sobre hacia dónde ir. Al punto de ya no ver lo evidente. En algún que otro partido puso hasta a Galoppo de 5, cuando es un jugador que necesita estar suelto para llegar al área. Y como ese, hay varios casos de jugadores fuera de puesto. Todo eso muestra el desconcierto.
El fútbol es simple. Y lo que lo condena no es una eliminación ni una mala racha. Lo que lo condena es que estas cosas las vemos todos. Todos menos él. Y eso culmina en una obstinación que parece más un intento por demostrar que tiene razón que por corregir el rumbo.
Gallardo fue el mejor. Pero hoy, su terquedad lo aleja de lo que alguna vez lo hizo distinto: la capacidad de leer el momento, de reinventarse, de poner al equipo por encima del ego. El colmo fue poner a Borja a patear el primer penal el otro día por Copa Argentina…
Napoleón no cayó por la fuerza del enemigo, sino por no ver el frío de Waterloo. Porque cuando el estratega se enceguece en su ego y pierde de vista lo básico, hasta el más brillante termina solo en el barro.
