Volver a ser dos
El eco de elegir de nuevo

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Elegir una pareja es un compromiso que evoluciona. Los años traen crecimiento, pero también desafíos que nos alejan.
Imaginá el momento en que elegiste a tu pareja, cuando la pregunta “¿quién quiere caminar conmigo?” encontró una respuesta. Los años trajeron proyectos, risas, peleas y logros, pero también rutina, cansancio y distancias. Como psiquiatra, he acompañado a parejas en este cruce: una etapa donde la vida nos desafía a reconectar, redescubrirnos o, a veces, soltarnos con valentía. Este eco reflexiona sobre la satisfacción de lo construido, la química que renace, los nuevos proyectos y el coraje de elegir de nuevo, ya sea juntos o por separado.
Los años de crecimiento juntos
Elegir una pareja es apostar por un proyecto común: formar una familia, construir un hogar, viajar, soñar. Esos años de esfuerzo –comprar la primera casa, criar hijos (si los hay), superar crisis– tejen un tapiz de memorias compartidas. La satisfacción de mirar atrás y ver lo logrado –una vida construida en equipo– es un ancla poderosa. Estudios de la Asociación Americana de Psicología muestran que las parejas que reflexionan sobre sus logros conjuntos reportan mayor satisfacción marital, con menos conflictos y un sentido renovado de propósito. Pero el camino no es lineal: los proyectos alcanzados conviven con los que se postergaron, y ahí comienza el desafío.
Los desafíos que nos alejan
La vida tiene formas de alejarnos. La rutina se instala, convirtiendo los días en una repetición de tareas. Los proyectos personales –un ascenso, un emprendimiento– a veces eclipsan el “nosotros”. Si hay hijos, su energía absorbe todo: noches sin dormir, agendas llenas, charlas reducidas a lo práctico. Los problemas de salud, desde un diagnóstico inesperado hasta el desgaste natural, añaden peso. Las discusiones se vuelven frecuentes, las peleas normales, pero sin resolución pueden erosionar el vínculo. Es común que la chispa inicial se apague, que las conversaciones profundas cedan ante el cansancio. No es un fracaso; es la vida misma, pidiéndonos que volvamos a elegir con conciencia.
Los riesgos de no enfrentar la crisis
Desde una perspectiva psiquiátrica, ignorar esta etapa puede ser devastador. La pérdida de identidad es un riesgo central: años de priorizar a otros –pareja, hijos, trabajo– pueden apagar el “yo”, dejando a la persona desconectada de sus deseos. La sexualidad, si se reduce a complacer al otro o a rutinas vacías, pierde su vitalidad, alimentando inseguridades y rechazo. Esto puede desencadenar ansiedad, insomnio o depresión, con síntomas como anhedonia –la incapacidad de sentir placer– o rumiaciones sobre lo que “pudo haber sido”. En casos extremos, la falta de sentido puede llevar a ideas suicidas. Sin intervención, como terapias cognitivo-conductuales o de pareja, el aislamiento crece, afectando no solo al individuo, sino a la familia y las redes sociales, perpetuando un ciclo de desconexión y malestar.
Volver a mirarnos
Reconectar es volver a las bases: recordar la chispa de las primeras épocas, cuando todo era posibilidad. No se trata de revivir la juventud, sino de redescubrir la química en la madurez. Una cena sin celulares, una caminata recordando anécdotas, un mate compartido al atardecer: gestos simples que reavivan la complicidad. La sexualidad madura, menos apresurada, se nutre de esta intimidad, transformando los cuerpos cambiantes en un espacio de conexión. Estudios muestran que las parejas que priorizan estos momentos reducen el estrés y fortalecen su bienestar emocional. La satisfacción de lo construido –un hogar, una historia– se convierte en un cimiento para mirar adelante juntos.
Una segunda oportunidad en el amor
A veces, el reencuentro revela que los caminos divergen. Elegir separarse no es un fracaso, sino un acto de valentía que alinea la vida con deseos auténticos. He visto parejas que, al soltarse con respeto, redescubren una versión olvidada de sí mismas. Ana, tras 25 años de matrimonio, me dijo: “Terminar mi matrimonio me permitió reencontrarme; me enamoré de la persona que había relegado tantos años”. Esta elección puede abrir puertas a un amor propio renovado o a nuevas relaciones, con menos ansiedad y mayor claridad. Estudios confirman que las separaciones conscientes en la adultez fomentan el bienestar al liberar tensiones acumuladas.
Redescubrirse como individuo
La pareja no lo es todo. Los años también traen sueños personales postergados: ese curso de fotografía, un viaje en soledad, escribir un libro. Retomar estas pasiones fortalece la autoestima y aporta frescura al vínculo o al camino en solitario. La psicología evolutiva subraya que la madurez es una oportunidad para integrar quiénes fuimos con quiénes queremos ser, reduciendo el riesgo de depresión al encontrar propósito más allá de los roles compartidos.
Amistades y comunidad
Las conexiones sociales son un pilar esencial. Reconectar con amigos o sumarse a comunidades –un taller, un voluntariado– contrarresta el aislamiento. Un café compartido revive risas y memorias, ofreciendo un soporte emocional que trasciende la pareja. Estudios longitudinales muestran que estas redes reducen la depresión y aumentan la satisfacción vital, dando un sentido de pertenencia.
Los hijos, si están
Si hay hijos, la relación evoluciona hacia una dinámica de pares. Respetar su independencia, escuchar sus proyectos y renegociar límites fortalece la salud mental de todos. Un estudio reciente indica que estas relaciones positivas reducen la ansiedad parental, mientras que aferrarse al rol de protector puede generar conflictos y estrés.
Un caso real: Carla y Esteban
Carla y Esteban, tras 28 años, sentían la distancia: el trabajo de Esteban, el cansancio de criar hijos, una salud frágil. Las discusiones eran diarias, pero una noche, recordando su primer viaje juntos, decidieron intentarlo. Empezaron con cenas sin celulares, retomaron clases de baile y planearon una mudanza a una casa en las afueras de la ciudad, un sueño postergado. Carla volvió a pintar, Esteban se unió a un grupo de running. Su química renació, no sin tropiezos, pero la satisfacción de lo construido los impulsó a nuevos proyectos, aliviando la ansiedad y reavivando su vínculo.
Nuevos proyectos, nuevos comienzos
Elegir de nuevo es mirar al futuro: una mudanza, un viaje, un deporte compartido. Estos proyectos, grandes o pequeños, rompen la rutina y reavivan la complicidad. Los datos son claros: las parejas que enfrentan esta etapa con apertura experimentan menos estrés; quienes eligen separarse con conciencia encuentran paz. Reconectar con amigos, redescubrirse como individuos y construir un vínculo maduro con los hijos (si los hay) completa este renacer. Este eco, ligado a los anteriores sobre la paternidad y el nido, nos recuerda que cada elección –quedarse, partir o empezar de nuevo– es un paso hacia la autenticidad.
Próximo eco: El retiro laboral, el legado y el cierre de ciclos con paz.