Un gol para la eternidad
El día que Beto Alonso convirtió la jugada que Pelé no pudo
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En 1972, con apenas 19 años, Norberto Alonso marcó contra Independiente un gol calcado a la recordada acción de Pelé en México 70. Lo que fue un “casi” para O Rei, terminó en obra maestra para el Beto, quien desde entonces se ganó el apodo de “el Pelé Blanco”.
El fútbol, además de goles y resultados, vive de jugadas inolvidables. De momentos que trascienden el marcador y se instalan en la memoria colectiva. Uno de esos instantes tuvo lugar el 3 de diciembre de 1972, cuando River Plate goleó 7-2 a Independiente en el Monumental. Aquella tarde, con apenas 19 años, Norberto Alonso convirtió un gol que el destino parecía haberle negado al mismísimo Pelé dos años antes.
La historia tiene un antecedente mundialista. En México 1970, por las semifinales entre Brasil y Uruguay, Pelé sorprendió al planeta con una maniobra que quedó para siempre en los archivos del fútbol. Recibió un pase en profundidad y, sin tocar la pelota, la dejó pasar para desairar al arquero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz. La genialidad fue perfecta, salvo por un detalle: el remate final se fue apenas ancho. Aquel “casi gol” quedó grabado como una de las jugadas más bellas y frustrantes a la vez de la Copa del Mundo.
Dos años más tarde, en Núñez, el joven Alonso tomó esa inspiración y la transformó en concreción. Durante la abultada victoria de River, recibió un pase de Jorge Dominichi y ejecutó la misma finta: dejó correr la pelota, descolocó al legendario arquero rojo Miguel Ángel “Pepe” Santoro y definió con precisión. Esta vez la red se infló y la tribuna explotó. El Monumental fue testigo de que aquella fantasía que Pelé había acariciado en México, ahora tenía dueño en Buenos Aires.
El partido terminó en goleada, con tres tantos de Carlos Morete, dos del propio Alonso, uno de Víctor Marchetti y otro de Raúl Giustozzi. Pero lo que quedó grabado no fue solo el resultado, sino la jugada que le valió al Beto un apodo que lo acompañaría toda su carrera: “el Pelé Blanco”.
Ese gol fue un anticipo del lugar que Alonso ocuparía en la historia de River. Con el tiempo, se convirtió en conductor, referente y símbolo de la identidad futbolística del club. Su zurda delicada y su inteligencia para leer el juego lo transformaron en ídolo eterno. Y las hazañas se acumularon: desde campeonatos locales hasta la Copa Libertadores y la Intercontinental en 1986.
Entre sus capítulos más memorables se encuentra, claro, el Superclásico de 1986 en la Bombonera, cuando, con la famosa pelota naranja, le marcó dos goles a Boca: uno de cabeza y otro de tiro libre. Esa tarde River dio la vuelta olímpica en el templo rival, y Alonso reforzó su condición de leyenda.
Pero quizá ningún otro episodio simboliza mejor su esencia que aquel gol de 1972. Porque el Beto hizo lo que parecía imposible: convertir la jugada que Pelé no había podido. Y en esa gambeta al destino se cimentó una de las páginas más brillantes de su leyenda.