Una misión clave: guiar a quienes educarán mañana
¿Quién forma a los que forman?

Presidenta de la Academia Nacional de Educación

Entre saberes, emociones y tecnología, el gran desafío de preparar a los futuros educadores.
Cada nueva persona que llega a este mundo necesita que alguien se lo presente, pues no trae conocimientos previos, salvo los de la vida intrauterina. Por esta razón, la educación de las nuevas generaciones ha sido y es siempre un desafío para los que vivimos nuestra adultez, en sus distintos estadios, porque en razón de esa adultez tenemos, como bien define Hans Jonas, una responsabilidad no recíproca hacia los recién llegados. Así como los niños y adolescentes a lo largo y ancho del mundo precisan de esos conocimientos para poder vivir y orientarse en la realidad, así también en cada sociedad los adultos asumimos la tarea de la introducción a los saberes y haceres imprescindibles para la vida personal e interpersonal.
Nuestra función es servir de puente entre épocas y entre culturas, para conservar y transmitir los logros conseguidos hasta ahora, incluyendo los estéticos en sus distintos formatos y expresiones, pero además debemos estimular a los próximos adultos a seguir incrementando conocimientos y resolviendo problemas.
La maduración de una persona comienza con una total dependencia de otros y culmina con la autonomía personal, pero el paso siguiente de la madurez es la capacidad de hacerse cargo de otros. En este sentido, los adultos que hayan alcanzado esa madurez son capaces de ponerse al servicio de la vida y del desarrollo de los demás, y así lo hacen especialmente los progenitores y los docentes.
Para preparar a los educadores en su profesión existen los profesorados, que actualmente en la Argentina superan los 1500, cuyos cursos tienen una duración promedio de cuatro años, aunque hay diferencias tanto en la extensión de la carrera como en los contenidos. Como todos los aspectos de la educación formal, no hay programas ni contenidos que no tengan que ser revisados y actualizados continuamente para acompañar a los estudiantes desde su contexto. Habrá contenidos estables, pero quizás renovados en su modo presentación, y habrá contenidos nuevos, así como hay nuevas herramientas que facilitan tareas que antes eran arduas y para pocos muy entrenados. Imaginemos aquí la búsqueda de contenidos históricos, datos geográficos, traducciones de textos, imágenes del pasado, proyecciones estadísticas, etc. Todo al alcance de la mano. Muchos fantasean que esto decretó la muerte de la escuela y por lo tanto la inutilidad de los profesorados y las escuelas universitarias de educación, dado que -dicen- cada niño y cada joven aprenderá lo que le interese, a su manera y con sus ritmos, sin ser obligado por quienes mendigan su atención, como muchas veces nos pasa ahora a los docentes en el aula.
Sin embargo, sin negar esa bienvenida autonomía de aprendizaje, así como el lenguaje lo hemos aprendido de otros que lo hablaban, hay mucho de este mundo que tuvimos que aprender de quienes lo conocían, en el presente y en el pasado, educadores que nos abrieron panoramas que ni siquiera imaginábamos. Entre quienes, por un lado, creen vislumbrar un cambio total que culminará con la desaparición de la educación formal, y aquellos que creen que todo está perdido porque no ven en la escuela actual ‘su’ escuela de antaño, buscaremos una posición de equilibrio aceptando lo nuevo e integrándolo en lo de siempre.
Entre lo que no cambia tenemos las necesidades socioemocionales de los niños y los jóvenes, y -por qué no- también de los educadores, que también somos seres humanos. Mencionar este aspecto implica revisar qué se enseña respecto de los distintos caracteres y sus conductas habituales, y cómo se entrenan a los nuevos educadores para promover el autoconocimiento, la superación de debilidades, la capacidad empática hacia los demás, en la captación de sus diferentes modos de ser. Estos temas ya se están desarrollando en muchos programas, pero es necesario un refuerzo y una oportuna evaluación, dado que un conocimiento solo teórico no es garantía de una práctica fructífera. Sabemos cuánto depende la comunidad de este aprendizaje para posibilitar una convivencia justa e integradora.
La educación socioemocional se ha vuelto muy necesaria también para dar un marco concreto a la reflexión ética y al entrenamiento de las virtudes. La no conflictividad de los grupos estaba antes garantizada por un acatamiento dócil de las directivas de los adultos a cargo, que quizás no desarrollaba suficientemente la autonomía individual frente a las situaciones problemáticas de la convivencia. Hoy propiciamos una mayor espontaneidad en las conductas de los alumnos, lo cual es bueno para su futura vida adulta, pero necesitamos desarrollar más que antes el auto conocimiento y la capacidad de canalización de los impulsos para que no sean destructivos o injustos. No excluyo aquí a nuestros impulsos. Creo que ser educadores nos compromete a una continua autoeducación.
Otro aspecto a tener en cuenta, y se trata quizás del más visible, es la capacitación docente en el uso oportuno de las nuevas tecnologías, muchas veces denominadas TIC, pero hoy eclipsadas por la omnímoda IA.
La innovación ya llegó, y no tiene sentido ni provecho ignorarla, salvo para reconstruir una situación del pasado, como instancia de aprendizaje.
Aquí lo importante es detectar lo que favorece el proceso de aprendizaje y lo que lo dificulta. El uso de los celulares o tablets en el aula es posible cuando los objetivos a alcanzar están bien definidos y el tiempo de uso es acotado. De tal modo que hay que planificar con claridad en las aulas del profesorado proyectos concretos para el uso provechoso de las distintas tecnologías, que en muchos casos, además, permiten añadir algo de dinamismo en el proceso de aprendizaje. Nuestro trabajo rutinario está sediento de alguna experimentación que lo renueve.
Finalmente, es realmente fundamental tener presente que la educación en las escuelas no se limita a preparar a los niños y adolescentes para algún trabajo, sino que los encamina a la vida adulta. Por eso, dado que las personas necesitamos entrenamiento y disciplina, pero también espontaneidad y creatividad, no puede quedar fuera del programa de los profesorados la educación artística y musical. El ser humano tiene necesidades duras, para ser capaz de resolver problemas individualmente y también cooperando con otros, pero necesita también ser capaz de contemplar la belleza, gozar con las armonías, expresar en forma artística sus sentimientos así como captar los que otros expresan o han expresado a lo largo de los siglos.
El programa de los más de 1500 profesorados debe sin duda reforzar sus contenidos , abrirlos a las nuevas tecnologías, estimular la adquisición de conocimientos matemáticos y científicos, pero no debe olvidar que está formando a quienes formarán a las personas del futuro: esta enorme responsabilidad debe ser expresada y plenamente valorada, en la esperanza de que, a la luz de la grandeza de esta misión, más jóvenes se animen a formarse como educadores.