Santoral
Consulta el santoral del 14 de diciembre
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San Juan de la Cruz dejó una huella inmensa en la espiritualidad cristiana: poeta místico y reformador carmelita.
Buenas acciones, sacrificios extremos e incluso hechos considerados inexplicables para la razón —pero comprensibles desde la fe— son algunas de las causas por las cuales determinados hombres y mujeres fueron beatificados y canonizados por la Iglesia católica, recibiendo así el nombre de santos. Tal como lo indica el calendario litúrgico, cada día se recuerda la vida y la muerte de estas figuras, cuya existencia quedó marcada por la entrega espiritual, la renuncia personal y la fidelidad a sus creencias.
Este domingo 14 de diciembre, el santoral conmemora especialmente a San Juan de la Cruz, una de las cumbres de la mística cristiana y una voz decisiva de la reforma carmelitana.
San Juan de la Cruz: orígenes, formación y vocación
San Juan de la Cruz nació en 1542 en Fontiveros, provincia de Ávila, con el nombre de Juan de Yepes Álvarez. Su historia familiar estuvo atravesada por la pobreza: el propio santo recordaba que sus padres eran “pobres tejedores de buratos”, es decir, artesanos de tejidos finísimos de seda utilizados como velos delicados, artículos asociados al lujo de la época. Por línea paterna, además, se ha señalado el origen judeoconverso de su padre, y la tradición familiar lo vincula con una rama procedente de Torrijos, con ramificaciones en Toledo y Yepes.
La muerte de su padre, cuando Juan era muy pequeño, dejó a la familia en una situación crítica. Su madre, Catalina Álvarez, debió tomar decisiones durísimas: intentó acomodar a su hijo mayor con familiares, se trasladó buscando sostén y, en medio de esas mudanzas, la familia sufrió otra pérdida: la muerte de Luis, uno de los hermanos, en la infancia. Finalmente, Catalina se estableció con su hijo Francisco y su nuera en Medina del Campo, una ciudad próspera y comercial, famosa por sus ferias.
Allí, Juan pudo estudiar gracias a su condición de “pobre de solemnidad”, ingresando como interno en el Colegio de los Niños de la Doctrina. Ese privilegio venía con obligaciones concretas: ayudar en oficios religiosos, acompañar entierros, servir en conventos y pedir limosna. A cambio, recibía ropa, alimento y alfabetización. También fue enviado a aprender oficios —carpintero, entallador, impresor—, pero no destacó en trabajos manuales; donde sí brilló fue en tareas de sacristía, por su disposición y disciplina.
En Medina trabajó además en un hospital dedicado a atender a pobres enfermos de sífilis (“bubas”), dirigido por Antonio Álvarez de Toledo, quien advirtió su inclinación por los libros y facilitó su acceso a la formación jesuita. Juan ingresó en el colegio de los jesuitas en 1559, donde estudió humanidades (latín, historia, literatura) con un programa fuertemente clásico (Virgilio, Horacio, Séneca, Cicerón, Tito Livio), al tiempo que continuaba trabajando en el hospital. Le ofrecieron incluso ser capellán, pero él rechazó la posibilidad: prefería una vida de clausura y contemplación.
En 1563 entró al Convento de Santa Ana (Carmelitas) en Medina del Campo y en 1564 profesó como fray Juan de Santo Matía. Dado que su formación aún no era suficiente para ordenarse, pasó a la Universidad de Salamanca, donde cursó filosofía y letras bajo un esquema escolástico (Aristóteles y Tomás de Aquino, con huellas de Platón y san Agustín). En esa etapa leyó teología mística y obras que marcarían su sensibilidad: Dionisio Areopagita, Boecio y textos vinculados al Cantar de los Cantares. Su estilo de vida fue severo: oración nocturna, ayunos, penitencias, una disciplina que impresiona incluso dentro de la cultura religiosa del siglo XVI.
El encuentro decisivo con Santa Teresa y el nacimiento del “descalzo”
Ordenado sacerdote en 1567, regresó a Medina del Campo para decir su primera misa ante su madre. Ese viaje lo condujo al encuentro decisivo con Teresa de Jesús, que estaba allí fundando un convento reformado. Teresa buscaba crear una rama masculina que acompañara su reforma: abandonar la regla “relajada” y volver a un régimen más estricto. Juan, por su parte, estaba decepcionado con la laxitud que percibía en su orden y llegó a pensar en hacerse cartujo. De ese cruce de urgencias nació el acuerdo: colaborar, pero sin demoras.
En 1568 dejó Salamanca y, tras reunirse con Teresa, adoptó el hábito de carmelita descalzo y cambió su nombre por el de Juan de la Cruz. Poco después se fundó el convento de Duruelo (28 de noviembre de 1568), donde fue subprior y maestro de novicios. El lugar se volvió célebre por su pobreza radical y su vida austera, al punto de atraer visitantes —incluida su propia familia—. La reforma creció: Pastrana, Alcalá, nuevas fundaciones, más conventos. Juan fue rector del colegio de Alcalá de Henares y luego confesor y director espiritual en el Convento de la Encarnación (Ávila), donde su influencia en la comunidad fue enorme.
Conflicto, cárcel y fuga: el tramo más oscuro
La expansión de los descalzos desató tensiones internas con los carmelitas “calzados” y con autoridades eclesiásticas. En 1575 se endurecieron medidas contra las fundaciones reformadas y, tras el cambio de nuncio, la persecución se acentuó. En diciembre de 1577, Juan de la Cruz fue apresado con autorización del nuncio y con apoyo civil. Fue trasladado primero a Ávila y luego, en secreto, a Toledo, donde quedó encerrado en condiciones extremas: una celda mínima, casi sin luz, frío, hambre, castigos físicos, humillaciones públicas. En ese encierro enfermó gravemente y vivió incomunicado durante meses.
Sin embargo, esa oscuridad fue también un taller interior. Allí redactó versos que se convertirían en parte de su obra mayor, como fragmentos del Cántico espiritual y otros poemas. La noche del 14 al 15 de agosto de 1578 (víspera de la Asunción), logró fugarse: calculó la distancia, improvisó una cuerda con mantas, burló cierres y terminó refugiándose primero con ayuda externa y luego en un convento de carmelitas descalzas, desde donde fue protegido y llevado a recuperarse.
Reconocimientos, disputas internas y caída en desgracia
Tras su fuga, volvió a ocupar responsabilidades dentro de la reforma: prioratos, rectorados, asesoramiento espiritual, fundaciones y gobierno. Su autoridad moral era inmensa, pero también lo fue el conflicto interno que estalló con nuevas formas de organización. Juan defendió la herencia de Teresa, especialmente en lo relativo a las monjas y a la vida contemplativa. En un capítulo de 1591, criticó la dinámica del poder dentro de la orden y pidió votaciones secretas; se quedó prácticamente solo. Fue apartado de cargos, se evaluó enviarlo a México y comenzó un tramo de aislamiento y vigilancia. Hubo incluso intentos de recabar información para desacreditarlo, y la hostilidad interna se volvió un peso concreto en sus últimos meses.
Muerte: el final en Úbeda
En el Monasterio de La Peñuela sufrió una inflamación en el pie y fiebre. Pidió ser enviado a Úbeda, buscando mayor tranquilidad. Allí, sin embargo, encontró un prior que no lo apreciaba, le dio la habitación más pobre, lo reprendió públicamente y limitó visitas. La enfermedad avanzó: supuración, llagas, cauterizaciones dolorosas, fiebre, debilidad. Cuando el provincial intervino, la situación mejoró algo, pero el desenlace ya era inevitable.
En la noche final, pidió que le leyeran versos del Cantar de los Cantares. A las doce del 14 de diciembre de 1591, pronunció sus últimas palabras: “Hoy estaré en el cielo diciendo maitines”.
Destino de sus restos e iconografía
Fue sepultado en Úbeda, pero pronto surgió la disputa por sus restos. Nueve meses después, hubo un traslado clandestino hacia Segovia (según versiones, con episodios posteriores de descomposición forzada para poder moverlos). La controversia llegó hasta Roma: el papa Clemente VIII ordenó devolución, y finalmente se acordó una solución parcial, con retorno a Úbeda de una pierna y un brazo (1607), mientras Segovia conservó el sepulcro principal. El sepulcro actual de Segovia fue realizado en 1927 por Félix Granda.
En términos de imagen pública del santo, se destaca un grabado temprano —obra de Cornelis Boel— publicado en Madrid en 1615, considerado punto de partida para la iconografía posterior.
Beatificación, canonización y doctorado
El proceso de canonización avanzó en etapas: se inició en el siglo XVII y culminó con su beatificación en 1675 (Clemente X) y su canonización en 1726 (Benedicto XIII). Ya en el siglo XX, el 24 de agosto de 1926, fue proclamado Doctor de la Iglesia Universal por Pío XI. Su festividad litúrgica también tuvo cambios históricos: antes de la reforma litúrgica de 1969, su celebración se fijaba en otra fecha.
Otros santos y beatos que se celebran este domingo 14 de diciembre
Junto a San Juan de la Cruz, se recuerda en esta jornada a:
Santos Tirso, Leucio, Calínico y compañeros, mártires (siglo III)
San Dióscoro (siglo III)
San Ateo (siglo III)
San Herón (siglo III)
San Elías (siglo IV)
San Ares (siglo IV)
Santa Dróside (siglo IV)
San Nicasio (siglo V)
San Agnelo (siglo VI)
San Venancio Fortunato (siglo VII)
San Folcuino (siglo IX)
Beato Buenaventura Bonaccorsi (siglo XIV)
Beato Namtala el Hardini (siglo XIX)
Beata Francisca Schervier (siglo XIX)
Beato Protasio Cubells Minguell (siglo XX)
San Folenino
San Matroniano

