Multitudinaria ceremonia en el Vaticano
Con un homenaje a Francisco, León XIV marcó el inicio de su pontificado

El nuevo Papa recordó con emoción a su antecesor y llamó a construir comunión en un mundo herido por la división.
Desde antes del amanecer, la Plaza de San Pedro empezó a latir con una expectativa contenida. No fue la multitud desbordante que algunos imaginaban, pero sí la suficiente para teñir de color, cantos y banderas —peruanas y estadounidenses por doquier— el corazón del Vaticano. A las diez en punto, bajo un sol impiadoso y frente a cientos de delegaciones oficiales, el mundo católico vio al primer papa nacido en Estados Unidos y nacionalizado peruano iniciar su camino al frente de la Iglesia y sus más de mil millones de fieles.
León XIV no llegó con estridencias ni promesas revolucionarias, pero sí con un tono firme y claro: su papado será uno de continuidad espiritual con Francisco y, al mismo tiempo, de recuperación simbólica de figuras como León XIII. Su mensaje inaugural fue una combinación precisa de gestos tradicionales, discurso social y una profunda apelación pastoral. Si el día comenzó con el ruido de las multitudes, terminó con un eco mucho más sereno: “Amor y unidad” fue el mantra que el nuevo pontífice eligió como hoja de ruta.
El rito siguió el protocolo esperado, pero estuvo cargado de significados. León XIV descendió al sepulcro de Pedro antes de subir al altar, como si quisiera comenzar por las raíces. Recibió el palio y el Anillo del Pescador entre aplausos contenidos y rostros visiblemente emocionados. No hubo desbordes, pero sí una liturgia pensada al milímetro para hablar tanto hacia dentro como hacia fuera de la Iglesia. La presencia de delegaciones de otras religiones, de cardenales progresistas y conservadores, de jefes de Estado de ambos hemisferios, fue una puesta en escena tan diplomática como teológica.
En su homilía, León XIV evitó los titulares fáciles. Habló de “lanzar redes”, evocando el Evangelio y un tapiz de Rafael colgado sobre la entrada de la Basílica. Y no se quedó en la metáfora: insistió en que la Iglesia debe ser un signo de comunión en un mundo fragmentado. Denunció las desigualdades, el paradigma económico que margina y contamina, pero sin caer en el panfleto. Cada frase tuvo un tono pastoral, más dirigido al corazón que a la polémica.
Su elección del nombre —un homenaje directo a León XIII, autor de la encíclica Rerum novarum— marca una intención nítida: rescatar el legado social de la Iglesia como brújula en tiempos de crisis global. Al mismo tiempo, su lenguaje, sus gestos y su homenaje explícito al papa Francisco consolidan una continuidad que algunos sectores necesitaban oír para disipar temores. León XIV no buscará romper con el pasado inmediato, sino tejer sobre él un nuevo tramo de historia.
Uno de los momentos más intensos de la jornada fue cuando recordó la muerte de su antecesor: “Nos sentimos como ovejas sin pastor”, dijo, y las miles de personas en la Plaza estallaron en aplausos. Fue un duelo convertido en promesa: seguir cuidando el rebaño sin desviar el rumbo.
Más allá de las palabras, hubo detalles que revelaron prioridades. La elección de quiénes manifestaron obediencia —tres cardenales, un obispo del Callao, un jesuita, una religiosa, un matrimonio y dos jóvenes— reflejó una Iglesia diversa, intergeneracional y menos clerical. También fue significativa la cordialidad con líderes políticos tan dispares como Zelensky, JD Vance o Dina Boluarte. En esa diplomacia cuidadosa se esboza otro de sus sellos: un liderazgo dialogante pero sin renunciar a la centralidad espiritual.
Lo que propuso no fue un programa de gobierno, sino una actitud: caminar juntos, escuchar, servir y construir un nosotros sin imposiciones ni uniformidades.
Al final de la misa, León XIV pidió oraciones por Gaza, por los niños hambrientos y por los pueblos que sufren en silencio. No lo hizo como un acto formal, sino como quien sabe que el mundo está mirando a Roma esperando respuestas.
Con pocas palabras y muchos gestos, León XIV dejó claro que no llegó para deslumbrar, sino para pastorear. En una época marcada por el ruido, eligió la sobriedad. En un mundo dividido, propuso unidad sin homogeneidad. Y en un momento de incertidumbre, recordó que la fe también es abrazo, consuelo y compromiso.
Así comienza su pontificado: con el Evangelio como brújula, con Francisco como inspiración y con la historia como aliada. El tiempo dirá si su red lanza frutos en el mar agitado del presente. Pero el primer paso, sin duda, ha sido firme.