Santos de agosto
17 de agosto: la Iglesia celebra a Santa Clara de Montefalco

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Una vida marcada por la oración, la penitencia y la entrega absoluta a Dios.
Cada 17 de agosto, la Iglesia recuerda a Santa Clara de Montefalco, una de las grandes místicas medievales cuya vida se caracterizó por la contemplación, la austeridad y una fe inquebrantable. Su historia está marcada por la experiencia espiritual profunda de “llevar a Cristo en el corazón”, una frase que se convirtió en su legado y en el centro de su espiritualidad.
Infancia y vocación temprana
Clara nació en 1268 en Montefalco, Umbría, en el seno de una familia acomodada. Hija de Damiano y Giacoma, desde los cuatro años manifestó un fuerte impulso hacia la oración y la contemplación. Con apenas seis años decidió seguir a su hermana Giovanna en la vida de recogimiento, instalándose en un reclusorio construido por su padre en un terreno familiar.
La pequeña ermita se transformó pronto en un espacio de oración, penitencia y austeridad. Allí Clara abrazó un estilo de vida marcado por los sacrificios y las mortificaciones, buscando conformarse con la Pasión de Cristo. El número de jóvenes que querían sumarse a esta vida creció, y en 1290 el obispo de Spoleto autorizó la creación del “Monasterio de la Cruz”, bajo la Regla de San Agustín.
Una abadesa iluminada
Tras la muerte de su hermana en 1291, Clara fue elegida abadesa a los 23 años. Aceptó el cargo con humildad, considerándose indigna, pero terminó dándole un nuevo impulso a la comunidad. Reorganizó la vida monástica, impuso el trabajo manual, alentó la oración y acompañó a cada hermana con sabiduría y ternura.
A pesar de vivir durante once años una dura prueba espiritual de sequedad interior, Clara fue reconocida como una mujer de firmeza y consejo. Pobres, necesitados, sacerdotes y obispos acudían a ella, encontrando siempre palabras de consuelo y orientación.
Cristo en su corazón
En 1294, según narra la tradición, Cristo se le apareció en el jardín del convento cargando la cruz y le dijo: “Yo busco un lugar fuerte para plantarla, y aquí encuentro el lugar adecuado”. Ese lugar era el corazón de Clara, que desde entonces repetía: “Tengo a Jesús dentro de mi corazón”.
De esta visión nació también la leyenda del “árbol de Santa Clara”: el bastón entregado por Cristo a la santa, al ser plantado, dio origen a un melia azedarach, cuyas bayas se siguen usando hasta hoy para confeccionar rosarios.
Pasión y misterio
En sus últimos años, Clara padeció una grave enfermedad. El 17 de agosto de 1308, pidió ser llevada a la iglesia del monasterio y allí entregó su alma a Dios a los 40 años. Tras su muerte, sus hermanas, al preparar su cuerpo, hallaron en su corazón signos visibles de la Pasión de Cristo: la cruz, los clavos, la corona de espinas y la columna de la flagelación.
El biógrafo Berengario di Donadio describió minuciosamente aquel hallazgo, interpretado como un testimonio tangible de la unión de Clara con Cristo. Muy pronto su fama de santidad se extendió y comenzaron a registrarse milagros por su intercesión.
Su legado
Hoy, el cuerpo incorrupto de Santa Clara de Montefalco descansa en la iglesia del monasterio agustino de su ciudad natal, acompañado de frescos que narran su vida y muerte. Su figura sigue siendo ejemplo de fe, humildad y entrega, recordándonos que la verdadera fortaleza se encuentra en dejar espacio a Dios en el corazón.