El primer subte de América Latina cumple 112 años.
112 años del Subte A: la revolución que transformó Buenos Aires
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Un recorrido por su historia, su impacto urbano y el valor patrimonial que aún define a Buenos Aires.
El 1° de diciembre de 1913 Buenos Aires vivió un quiebre histórico: se inauguraba la Línea A, el primer subterráneo de América Latina y uno de los pioneros del mundo. Un hito que no solo cambió la movilidad urbana, sino que marcó para siempre la identidad de la ciudad. Más de un siglo después, su recorrido original, sus estaciones emblemáticas y los históricos coches de madera —un símbolo porteño que sobrevivió casi cien años— siguen recordando el espíritu de modernidad que caracterizó a la Buenos Aires del Centenario.
El impulso para construir el subte nació en un contexto de expansión acelerada. A comienzos del siglo XX, Buenos Aires figuraba entre las ciudades de mayor crecimiento del planeta: la inmigración masiva, el auge comercial y la densidad del centro generaban una presión cada vez mayor sobre el sistema de transporte. La decisión política y empresarial de avanzar con una línea de metro respondió a ese escenario: era urgente descongestionar la superficie y conectar más eficientemente las zonas clave de la ciudad.
El proyecto quedó en manos de la Anglo-Argentine Tramways Company (AATC), la empresa que por entonces dominaba gran parte de la red tranviaria. La compañía llevó adelante una obra inédita que posicionó a Buenos Aires a la vanguardia de la región. El plan original unía Plaza de Mayo y Plaza Miserere, un trayecto que, hasta entonces, podía demandar largos minutos en superficie. Con el nuevo sistema eléctrico subterráneo, ese viaje pasó a resolverse de manera ágil y segura, revolucionando por completo la movilidad porteña.
El recorrido inicial contaba con siete estaciones: Plaza de Mayo, Perú, Piedras, Lima, Sáenz Peña, Congreso y Pasco. En 1914 se sumó la extensión hasta Once, completando un trazado histórico que aún hoy continúa operativo. Pero además de la infraestructura, hubo un elemento que se volvió ícono: los coches belgas La Brugeoise, fabricados en madera, con iluminación cálida y asientos transversales. Estas unidades, de una estética tan inusual como encantadora, permanecieron en servicio por casi cien años hasta ser reemplazadas por formaciones modernas en 2013. Hoy sobreviven como piezas patrimoniales y vuelven a rodar en ocasiones especiales, ya convertidas en reliquias de la ingeniería ferroviaria.
Conocidos popularmente como “las Brujas”, los coches La Brugeoise fueron mucho más que un medio de transporte: se convirtieron en un símbolo emocional de la ciudad. Llegados desde Bélgica entre 1911 y 1913, estaban construidos íntegramente en madera, con herrajes de bronce y una iluminación cálida que les daba un aire de tranvía europeo del siglo XIX. Su diseño artesanal, sus bancos transversales y el característico traqueteo al avanzar hicieron que generaciones de porteños los recuerden con una mezcla de nostalgia y fascinación. Estas formaciones permanecieron activas durante casi cien años —un récord mundial para material rodante de este tipo— hasta su retiro en 2013, cuando pasaron a ser consideradas piezas patrimoniales únicas en América Latina.
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La inauguración de la Línea A transformó profundamente el funcionamiento de la ciudad. El subte reorganizó la movilidad, renovó el centro y conectó de manera más eficiente las áreas residenciales, administrativas y comerciales. Su existencia consolidó a Buenos Aires como una capital moderna en el plano internacional, alineada con las grandes urbes del momento que habían apostado por la movilidad subterránea.
En la actualidad, la Línea A sigue siendo una parte esencial de la red. Si bien el servicio utiliza trenes nuevos, muchas de sus estaciones mantienen su arquitectura de estilo europeo, con detalles art nouveau y estructuras que evocan la Buenos Aires del Centenario. Esa mezcla entre modernización tecnológica y preservación histórica le otorga un valor estético y cultural único, difícil de encontrar en otros metros del mundo.
Cada aniversario del Subte A es también un recordatorio del espíritu innovador de la ciudad: una Buenos Aires que se animó a mirar hacia adelante, que incorporó tecnología de punta y que entendió, más de un siglo atrás, que la movilidad es clave para el desarrollo urbano. Hoy, 112 años después, esa decisión visionaria sigue moviendo la vida cotidiana de millones de personas.

