Historia Argentina
Vuelta de Obligado: Rosas no defendió la Patria, la puso en riesgo

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El bloqueo anglo-francés no fue una gesta patriótica sino la consecuencia directa de las decisiones del Restaurador.
El Día de la Soberanía Nacional, cuya fecha real es el 20 de noviembre —aunque el feriado este año se traslade al 21— suele presentarse como una jornada de exaltación patriótica. Sin embargo, gran parte de esa celebración gira en torno a una construcción histórica endeble, que erige como “héroe” a Juan Manuel de Rosas, figura que difícilmente pueda separarse del autoritarismo, la violencia política y el centralismo más extremo.
Empecemos por el primer mito: Rosas como símbolo del federalismo. Nada más alejado de la realidad. Durante su gobierno, el centralismo porteño alcanzó su máxima expresión. Tras la muerte de Facundo Quiroga y Estanislao López, los jefes provinciales se transformaron en meros subordinados, obligados a seguir la voluntad del Restaurador. Si no lograba doblegarlos con dinero, sermones o promesas, los eliminaba sin miramientos.
No es casual que la noche misma en que asumió como gobernador le confesara al agente uruguayo Santiago Vázquez: “Creen que soy federal; no, señor, no soy de partido alguno, sino de la patria”. Rosas venía del Partido Unitario y solo se alejó cuando Rivadavia nacionalizó la Aduana porteña, perjudicando los intereses económicos de la elite bonaerense que él representaba.
Si miramos los hechos y no el relato, el rosismo estuvo en las antípodas de cualquier proyecto federal: todas las provincias terminaron convertidas en apéndices del poder porteño. Rosas usó la bandera del federalismo como un escudo retórico que le permitiera imponer su agenda personal. Quienes lo apoyaban eran “federales”; quienes no, “unitarios” y enemigos de la Patria. Así desdibujó cualquier contenido ideológico real, reemplazándolo por una lógica de obediencia absoluta.
En este contexto, es comprensible que Sarmiento recurriera a nuevos términos —civilización y barbarie— para describir el enfrentamiento político. Para entonces, como él mismo señala, los unitarios ya no existían como partido; lo que quedaba era el choque entre una dictadura personalista y quienes intentaban resistirla.
Otro gran mito es el de Rosas como defensor de la soberanía. Los bloqueos de Francia e Inglaterra, lejos de ser episodios de defensa nacional, le dieron al Restaurador un enemigo externo perfecto para aglutinar apoyo popular. La hostilidad hacia los extranjeros se multiplicó, junto con el respaldo al gobernador y su proyecto autoritario.
El conflicto con Francia comenzó por torpezas diplomáticas evitables, agravado por la ocupación francesa de la isla Martín García. ¿Qué hizo el supuesto defensor de la soberanía? Nada. Como recuerda el historiador Drago: “No se llamó a combate y nadie corrió a las armas. La isla Martín García quedó en poder de los franceses hasta que fue devuelta dos años después por la convención Mackau-Arana, sin que Rosas hiciera ninguna tentativa por expulsarlos”.
El segundo conflicto —esta vez con Francia e Inglaterra— estalló cuando Rosas respaldó a Manuel Oribe en el sitio de Montevideo. Oribe, ex presidente uruguayo convertido en uno de los más feroces lugartenientes de Rosas, mantuvo a la capital oriental bajo asedio. Uruguay tenía garantes internacionales: Francia, Inglaterra y Brasil. Todos exigieron explicaciones. Rosas respondió con intransigencia y exigió, como condición para negociar, que se reconociera a Oribe como presidente.
Así comenzó el famoso bloqueo anglo-francés. Nunca hubo intención de invadir la Argentina, como repite el revisionismo para alimentar una épica inexistente. Lo que Rosas hizo no fue defender la soberanía argentina, sino poner en riesgo la integridad nacional e intentar vulnerar la uruguaya.
En ese marco, bajo los caprichos del Restaurador, ocurrió la célebre derrota de la Vuelta de Obligado, convertida hoy —por obra de una reinterpretación histórica interesada— en gesta patriótica. Fue, en realidad, un desastre militar que poco tiene de heroico y mucho de manipulación posterior.
Quizás sea momento de asumir nuestro pasado sin mitologías ni ficciones. La historia es una ciencia, no un ejercicio de fantasía ni un tributo obligado a tiranos disfrazados de héroes.
