Salud mental
Muerta la palabra: ¿cómo sobrevivimos los que cumplimos?

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Firmás, pagás, cumplís. Ellos desaparecen. La historia de todos nosotros, los que todavía creemos que la palabra vale.
El otro día firmamos contrato, pagamos la seña y entregamos todas las garantías habidas y por haber. Minutos después, el propietario “tuvo miedo de que no cumpliéramos”.
Tan absurdo que da risa… si no diera tanta rabia, angustia y ganas de mandar todo al demonio.
No hace falta contar el caso entero. Ya lo viviste vos también:
la reserva que se cayó, el cliente que desapareció con el trabajo terminado, el proveedor que cobró adelantado y se esfumó, el socio que se llevó la caja, la pareja que prometió amor eterno y ghosteó. La lista es interminable y la sensación siempre la misma: un vacío helado en el pecho cuando entendés que para muchos, firmar es un trámite descartable.
La palabra se murió. Y nadie le hizo el velorio.
Quedamos apenas unos pocos que todavía sentimos que si debemos un peso no dormimos, que si firmamos cumplimos aunque cueste sangre. Los que llegamos antes, entregamos antes y pagamos antes. Los obsesivos, los ansiosos, los que arman carpetas “por las dudas” y repasan mails a las tres de la mañana buscando la coma que pudo haber cambiado el destino.
Somos la minoría invisible que sostiene la sociedad mientras el resto vive de la viveza criolla, del “después vemos” y del ghosting contractual.
Y pagamos el precio más alto: ansiedad anticipatoria, rabia rumiada que se vuelve insomnio, depresión silenciosa cuando entendemos que ser decente parece no servir de nada.
El loop es siempre igual. Sabemos que van a fallar, pero igual nos preparamos como si fueran a cumplir. Cuando incumplen, la culpa nos cae a nosotros: “¿Dónde confié de más?”. Repasamos chats, mails, promesas. Terminamos deprimidos porque nuestro esfuerzo ético no mueve la aguja. Y el otro duerme como un bebé.
No los vamos a cambiar. Nunca.
Lo único que podemos hacer es blindarnos y usar nuestra obsesión como superpoder, no como condena.
A partir de hoy:
– Seña solo contra entrega real.
– Ningún peso inmovilizado más de 72 horas sin tener lo tuyo.
– Todo acuerdo con fecha de caducidad y cláusula penal del 50 % o más.
Sí, te van a decir pesado, paranoico, intenso. Deciles que sí… y seguí.
Después viene lo emocional, lo que salva cabezas y matrimonios. Repetilo hasta que baje al cuerpo: su incumplimiento habla el 100 % de ellos y el 0 % de vos. Cada vez que pase, abrís la nota del celular y escribís: “Mi palabra sigue intacta. Caso cerrado.”
Borrás el chat y seguís.
Ajustá la expectativa: ocho de cada diez van a fallar o te van a intentar convencer de que pagar 15 % más “te conviene”. Cuando uno cumpla, celebralo como un milagro. Porque ser obsesivo hoy es un superpoder disfrazado. Somos pocos. Por eso valemos. A la corta nos critican. A la larga nos llaman.
Y cuando ya no quede otra, reseña fría: fecha, hechos, capturas. Sin insultos. La verdad sola. Sirve para proteger al próximo obsesivo… y duele más que cualquier grito.
El mundo perdió la palabra, la lógica y el respeto básico.
Pero nosotros no estamos dispuestos a perderlos.
Que se mueran de miedo los que no cumplen.
Nosotros vamos a seguir cumpliendo, aunque nos tomen de boludos. No para cambiarlos a ellos, sino para no convertirnos en ellos.
Porque mientras quede uno solo que crea que la palabra es la palabra, todavía hay esperanza.
Si estás leyendo esto con la bronca todavía en la garganta…
respirá hondo, abrí la nota del celular y escribí:
“Mi palabra sigue intacta. Caso cerrado.”
Bienvenido al club.
Acá seguimos estando los que sostenemos el mundo.
