Confianza en riesgo
Una industria que necesita mayor honestidad

/https://newstadcdn.eleco.com.ar/media/2025/08/sinverguenza.jpg)
Más vale pájaro en mano que cien volando. Los puntajes y amistades del vino tienen que ser serviciales comiendo un asado, en un charla entre amigos y, tal vez, generando una buena propuesta de comunicación.
En la industria del vino, algunas historias han tenido más trascendencia como la protagonizada por Eric Boschman, sommelier y comunicador belga, quien hace algunos años decidió poner a prueba la credibilidad de críticos, periodistas y consumidores. Boschman, con un gesto bastante provocador, presentó un vino inexistente bajo un relato elegantemente construido. Con una etiqueta inventada, un discurso sólido y un marketing bien dirigido, logró que varios “expertos” lo disfrutaran, destacando varias virtudes sensoriales y hasta lo recomendaran como si se tratara de un hallazgo. El engaño no tardó en destaparse y despertaron una serie de interrogantes sobre la honestidad, la transparencia y la influencia del marketing en el universo vitivinícola.
Este experimento dejó en evidencia un fenómeno cada vez más frecuente: la seducción del marketing por encima de la esencia del vino. En muchos casos, los puntajes de críticos o influencers parecen estar más ligados a la relación con los productores, a la búsqueda más personal de cada uno o a intereses comerciales, que a una evaluación seria y honesta. No es casualidad que vinos apenas correctos obtengan altísimas calificaciones, mientras otros proyectos, tal vez más auténticos y arriesgados, quedan invisibilizados por falta de contactos o presupuesto para invertir en comunicación o valoraciones.
Muchas veces, entiendo al mundo en general, como una especie de panic show. Es tal la burbuja que se genera con tantas falsas modestias que me impresiono demasiado. Existe como una especie de fanatismo, casi como parecida al fútbol. Hinchas de tal etiqueta vs hinchas de tantas otras. El circo romano apenas está por comenzar y las reglas del juego son claras: “Dales pan y circo y nunca se revelarán”.
Los puntajes de vinos, especialmente en Argentina y en el mundo, se han convertido en un arma de doble filo. Por un lado, facilitan a los consumidores una referencia rápida y sencilla. Pero por otro, cuando esas calificaciones responden más a compromisos personales que a un análisis profundo, terminan vaciando de contenido al sistema y erosionando la confianza del consumidor. Muchas veces, las decepciones son evidentes y me pregunto: ¿Estamos bebiendo 98 puntos o qué?
No se trata de cuestionar el oficio de la crítica enológico-periodística en sí misma, sino de advertir sobre las prácticas que restan a ese valor. Cuando un crítico actúa como promotor de sus amigos o de las bodegas que lo invitan a viajes y degustaciones privadas, el lector recibe una versión parcial de la realidad. Creo esto pasa a niveles generalizados y no solo en esta hermosa industria que disfrutamos y elegimos estar. Esa falta de transparencia debilita el vínculo con los nuevos consumidores, especialmente con aquellos que buscan autenticidad y se sienten cada vez más decepcionados por un discurso repetitivo y poco honesto.
El caso Boschman, una vez más, expuso esta fragilidad con crudeza: si un vino ficticio podía ser celebrado con adjetivos ostentosos, ¿Qué tan confiables son realmente las descripciones que leemos a diario? No hace falta irse tan lejos solo basta con leer las cotraetiquetas de varios vinos que describen casi como si estuvieran recitando Pasión, un hermoso poema de Almafuerte.
En lo personal, admiro la continuidad en los entrenamientos , las inversiones en todo sentido y las horas de dedicación que muchos disponen. Me saco el sombrero, porque no todos tiran "fruta" a la hora de degustar un vino o, mucho peor, de comunicarlo. Es cierto que entrenar y aprender es la mejor forma. La verdad, todavía hoy me cuesta diferenciar a ciegas muchos atributos… y ni hablar de algunos defectos. Siempre voy a seguir aprendiendo. Lo importante es no tener miedo a mostrarnos tal cual somos frente a los demás. Mejor ir de frente que andar por caminos raros y terminar en la banquina. Ojo con eso.
El vino, más allá de su valor económico, es cultura, identidad y una de las expresiones más genuinas del trabajo humano y de la tierra. Sin embargo, hoy la industria enfrenta un desafío complejo: recuperar valores de honestidad y comunicación clara. Mientras algunos críticos se convierten en figuras mediáticas con más habilidad para el espectáculo que para la evaluación, los consumidores jóvenes, la llamada “generación del cambio”, exigen autenticidad, transparencia y experiencias reales. Y mucho más vino en la mesa.
El riesgo de no corregir el rumbo es evidente: una industria atrapada en el brillo efímero de la publicidad, incapaz de transmitir la verdad detrás de cada botella. Y, peor aún, una generación de nuevos consumidores que podría perder la confianza y alejarse de un producto que debería unir placer, cultura y educación.
La crítica constructiva no apunta a destruir, sino a proponer mejoras. Es urgente que los comunicadores y críticos del vino adopten códigos de ética más claros, con declaraciones transparentes de sus vínculos comerciales y personales. Del mismo modo, las bodegas tienen la responsabilidad de apostar a la autenticidad, mostrando sus vinos con sus virtudes y defectos, en lugar de sostener relatos que solo alimentan egos y amistades convenientes. Esto corre de la misma manera para nosotros, los Sommeliers.
El futuro del vino dependerá, en gran parte, de la capacidad de la industria para recuperar credibilidad. El legado del engaño de Eric Boschman debería servir como una advertencia y, al mismo tiempo, como una invitación para volver a poner al vino en el centro, con honestidad, transparencia y verdadero valor cultural.
En definitiva, la historia no se trata de un fraude simpático, sino de un espejo incómodo que obliga a reflexionar. Porque el vino, al igual que la verdad, merece ser servido sin máscaras ni maquillaje real.
¡Chin Chin!