El silencio que nos atraviesa
Un duelo que resuena en el mundo

Psiquiatra

La reciente muerte de Jorge Bergoglio nos recuerda el peso del duelo colectivo. Exploramos los tipos y etapas del duelo, desde pérdidas repentinas hasta separaciones, un eco que encuentra sostén en la fe.
“‘No hay despedida que no deje un eco,’ escribió Borges, y yo pienso: ¿Es ese eco lo que nos hunde o lo que nos salva?” Estas palabras resuenan al pensar en el duelo, un proceso que, como un murmullo en los huesos, puede abrazarnos o ahogarnos. La muerte del Papa Francisco por un colapso cardiovascular y un derrame cerebral, desató un luto global que tocó a millones. En Argentina, el Gobierno decretó siete días de duelo nacional reflejando el peso de su partida.
Este duelo colectivo nos conecta a todos, pero el duelo es también un viaje íntimo que abarca rupturas y pérdidas inesperadas, con ecos que varían según el tipo de pérdida, las etapas que atravesamos y, a veces, la fe como un ancla para sostener lo inexplicable.
Rosario, una ingeniera agrónoma de 43 años, conoce bien ese eco tras la muerte de su esposo Máximo el 11 de noviembre de 2022 por un infarto masivo. “Acá estamos en un lugar muy hostil, tengo todo el mundo Máximo pero sin Máximo,” dijo en su primera consulta, su cuerpo escuálido gritando un duelo agudo, caracterizado por una tristeza profunda y una desconexión del mundo. Rosario pasó por las cinco etapas del duelo descritas por Elisabeth Kübler-Ross: negación (“la vida es así”), ira hacia el socio de Máximo que intentó aprovecharse de su viudez, negociación al imaginar cómo podría haber evadido el destino, depresión con noches de insomnio y pérdida de apetito, y finalmente aceptación, cuando decidió plantar árboles kiri para honrar a Máximo y renacer junto a su hijo Lorenzo. Su caso refleja un duelo normal, que suele durar de seis meses a un año, aunque los aniversarios pueden reavivar el dolor.
El duelo también se manifiesta en las separaciones, y los hombres no son ajenos a este dolor. Matías, un contador de 40 años de Córdoba, llegó a mi consultorio en marzo de 2025, un mes después de que su esposa lo dejara tras 15 años de matrimonio. “No sé quién soy sin ella,” confesó, sus manos temblando mientras apretaba un llavero que aún llevaba su inicial. Este duelo por separación trajo un duelo ambiguo, donde la persona sigue viva pero ya no está en su vida. Matías también atravesó las etapas de Kübler-Ross. Una depresión lo llevó a dejar de trabajar y aislarse. Su funcionalidad se vio tan afectada que introdujimos venlafaxina 75 mg, un antidepresivo, para ayudarlo a estabilizarse. “Puedo pensar con más claridad ahora,” dijo tras un mes.
No todos los duelos siguen este camino. Algunos se convierten en un duelo complicado, especialmente si hay vínculos conflictivos o pérdidas previas no resueltas. Juan, de 35 años, sintió un duelo ambiguo tras la muerte de su padre, con quien tenía una relación distante. “Me enseñó a trabajar duro, pero nunca a sentir su cariño", confesó, atrapado entre la nostalgia y la culpa. Su depresión se agudizó hasta el punto de perder funcionalidad, dejando de asistir a su trabajo como ingeniero. Iniciamos un tratamiento con sertralina 50 mg, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS), para mitigar los síntomas y permitirle avanzar en su proceso de duelo.
Otros enfrentan un duelo patológico, como le ocurrió a Pablo, de 45 años, tras la muerte de su hijo de 15 años en un accidente automovilístico hace tres años. El adolescente volvía de una fiesta cuando el auto en el que viajaba se estrelló contra un poste en una ruta de Buenos Aires. Pablo llegó a mi consultorio en 2024, incapaz de retomar su vida. “No entiendo por qué él, por qué esa noche,” repetía, atrapado en una depresión que lo llevó a abandonar su trabajo como arquitecto y a aislarse de su familia. Este duelo patológico, caracterizado por un luto que se estanca y no permite avanzar, requirió un enfoque intensivo: terapia cognitivo-conductual y fluoxetina 20 mg para estabilizar su estado de ánimo. La fe se convirtió en un pilar para Pablo. Aunque no era practicante, empezó a buscar refugio en la espiritualidad. “Necesito creer que mi hijo está en un lugar mejor", confesó.
El duelo anticipado, como el que algunos experimentan al prepararse para la pérdida de un ser querido tras una enfermedad prolongada, puede suavizar el impacto, pero no elimina el dolor final. En pérdidas repentinas, la fe puede ser un ancla, como lo ha sido para muchos en este momento de luto colectivo.
El duelo, con sus tipos y etapas, nos confronta con un silencio que puede hundirnos o salvarnos. Ese eco, que resuena tras cada pérdida, no es solo un vacío que nos devora; es también un espejo que nos obliga a mirarnos, a reconstruirnos y a encontrar sentido en lo que queda. Aprender a soltar no significa olvidar, sino transformar el dolor en un legado que nos permita seguir adelante.