Un susurro que nos acelera
Trastorno de ansiedad: cuando el miedo se apodera

Psiquiatra

La ansiedad, disparada por lo cotidiano, crece tras la pandemia. Miramos sus causas, efectos y formas que puede tomar.
Mientras el sol se va escondiendo en Buenos Aires, una inquietud me da vueltas en la cabeza: el trastorno de ansiedad. No es solo una frase que muchas personas utilizan sin reflexionar; es un grito silencioso que se instala en el alma, un instinto que nos avisaba del peligro pero que, ahora con los dispositivos móviles, salta con una simple notificación de WhatsApp. Desde mi consultorio, donde las voces de quienes buscan paz llegan como un murmullo lleno de sentimientos, siento el peso de esta lucha: jóvenes que se sienten abrumados por las preocupaciones, adultos con miedos que los persiguen como una sombra. Hoy vamos a ver bien qué es la ansiedad, por qué se usa a la ligera, de dónde viene como defensa, y los nuevos desafíos que dejó la pandemia, porque detrás de cada corazón que late fuerte hay una vida que necesita ser escuchada y curada.
La ansiedad, una palabra gastada: el eco de los más jóvenes
Entre los adolescentes, “ansiedad” se usa para todo: “Me pone ansioso el partido” o “Este examen me genera ansiedad”. Pero la ansiedad, en su forma de trastorno, es otra cosa; es un miedo constante y fuerte que te toma por cualquier cosa —el trabajo, la familia, la salud. Una de sus caras más comunes es el Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), que implica una preocupación excesiva y persistente sobre una variedad de temas que dura por lo menos seis meses, según el manual de los psicólogos, el DSM-5. Este tipo de ansiedad afecta al 3,1% de la población mundial, según la Organización Mundial de la Salud (2023). Aquí en Argentina, un estudio de la UBA (2024) dice que el 15% de los jóvenes de 13 a 18 años tiene síntomas de algún tipo de ansiedad, que muchas veces se confunden con nervios comunes. Cuando se usa la palabra así de forma simple, se esconde lo grave que es de verdad. Me acuerdo de Pedro, un joven de 25 años que trabajaba en finanzas y vino a verme en 2018. Él padecía claramente los síntomas de lo que luego diagnosticaríamos como TAG. Estaba con sudor en la frente, con un nudo en la garganta, contándome cómo un correo electrónico de su jefe lo hacía temblar, el corazón a mil como si estuviera escapando de un depredador. Ese uso tan liviano entre los jóvenes no permite ver el sufrimiento de alguien como Pedro, a quien la ansiedad lo dejaba paralizado.
Un instinto antiguo que nos protege
La ansiedad no es un enemigo; es un regalo que viene de lejos, de cuando éramos humanos primitivos. Nuestros antepasados la usaban para escapar de un peligro o prepararse para la caza, un mecanismo que liberaba adrenalina, aceleraba el pulso y ponía los sentidos alerta, para seguir vivos. Ese instinto, que lo tenemos incorporado, nos salvó de peligros reales. Pero ahora, esa misma adrenalina salta con un mensaje de WhatsApp o un aviso en la pantalla de la computadora. Pedro me contaba que, en una operación importante, una alerta lo llenaba de un miedo terrible, sus manos transpiraban y sentía la garganta cerrada como si lo fueran a atacar. Esto muestra un cambio fuerte: lo que nos ayudaba a huir de un león hoy se activa por una fecha de entrega, convirtiendo una defensa en un ciclo que nos arrastra al borde del abismo.
Después de la pandemia: miedos con nuevas caras
La pandemia hizo esta lucha más difícil. El encierro obligó a muchos a enfrentar sus miedos solos, y la ansiedad encontró nuevos desafíos: la agorafobia y la fobia social. La agorafobia, ese temor a lugares donde parece imposible salir si te sentís mal, creció entre quienes evitaban salir después de meses confinados; un informe de la Sociedad Argentina de Psiquiatría (2023) muestra que subieron un 20% los casos desde 2020. A Pedro, después de sentir que “se le cortaba la respiración” en un restaurante, le empezó a dar incomodidad juntarse con mucha gente, un eco de su ansiedad que lo aisló. La fobia social, el miedo a ser juzgado cuando interactúas con otros, se hizo más intensa con las videollamadas; el 25% de los que trabajan desde casa reportó incomodidad social, según la Asociación Americana de Psicología (2024). En mi consultorio, vi cómo estos miedos post-pandemia tejían un laberinto oscuro, donde cada paso era una lucha enorme.
Volver a la calma: un camino con esperanza
El cuadro de ansiedad de Pedro no fue su final. Con terapia y unas pastillas llamadas sertralina, su miedo empezó a ceder, como una neblina que se va con el sol, dejando lugar para respirar hondo. Lo importante es saber que la ansiedad, aunque a veces nos supere, es parte de nosotros. En mi consultorio, aprendí que escuchar ese miedo, desarmar sus nudos con paciencia y encontrar un freno a esa inquietud que no para es totalmente posible. Después de varios meses de trabajo juntos, Pedro me dijo con alivio, “siento que puedo parar y mirar”, una señal de que la libertad, aunque a veces asuste, nos da la chance de soltar y sanar.
¿Cómo se trata la ansiedad que nos desborda?
El tratamiento de los trastornos de ansiedad generalmente combina la terapia psicológica con medicación. Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) son antidepresivos que ayudan a regular los neurotransmisores en el cerebro y pueden disminuir los síntomas. La terapia cognitivo-conductual (TCC) es fundamental; ayuda a la persona a identificar y cambiar los patrones de pensamiento negativos que alimentan la ansiedad, y a desarrollar herramientas para manejar las preocupaciones. Un aspecto importante del tratamiento es buscar los orígenes del miedo, explorando experiencias pasadas y traumas que puedan estar contribuyendo a la ansiedad actual. Aprender a reconocer los desencadenantes y desarrollar estrategias de afrontamiento saludables es un paso crucial hacia la recuperación y el bienestar.
Reflexión: un pulso que nos une
La ansiedad de Pedro me recuerda que este sufrimiento no es solo suyo; es un eco que nos llega a todos. Usar la palabra a la ligera entre los jóvenes nos aleja de lo profundo que es, mientras que después de la pandemia se ha transformado en nuevas formas de miedo como la agorafobia y la fobia social. Como psiquiatra, siento la carga de esas vidas que llegan buscando un respiro, y creo que entender este ciclo —de dónde viene, cuándo se descontrola, y cómo podemos encontrar esperanza— es el primer paso para transformar el miedo en fuerza. Que las experiencias de Pedro y de tantos otros se conviertan en lecciones de resistencia, no en cadenas que les impidan seguir adelante.