Vínculos eternos
Sobre amores y amistades

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Una reflexión sin tabúes sobre la delgada línea que separa la complicidad de la atracción en los vínculos humanos.
Sepan disculpar esta disgresión gratuita. Hoy quiero empezar nuestro encuentro de este fin de semana con una suspicacia sin fundamentos. Una idea que, desde que nos encontramos en esta tribuna digital, se ha forjado casi sin que ustedes y yo lo hayamos propuesto. Tengo la sensación, humilde y seguramente equivocada, de que esta columna cuenta con la complicidad de algunos amigos. A fuerza de melancolías, de miradas hacia el pasado, de guiños del recuerdo, de imaginarias caminatas por el barrio en que nacimos y de alguna pequeña idea más o menos luminosa, se ha forjado una relación entre quien escribe y ustedes, lectores. Una amistad pasajera, novedosa y posiblemente más hija del aburrimiento dominical que de la posibilidad de leer algo interesante.
Esta relación inesperada, creo, es ya lo suficientemente madura y sólida como para que seamos capaces de ahondar en temas difíciles. Te propongo sumergirnos en el desafío de animarnos a debates mucho más serios y trascendentes. Dejemos nuestras tibiezas de lado, juguemos a la grieta y sumémonos a una polémica que posiblemente deje más heridas que las últimas elecciones en la provincia de Buenos Aires.
Pero cuidado. Si avanzás por los próximos renglones, no vas a poder escapar. Sería un temeroso gesto de tu parte abrir la puerta con sigilo y no entrar. Aunque esté oscuro, barroso y peligroso, te pido el valor de tomar partido sobre algo más viejo que el mundo y más polémico que las listas de Karina y Pareja. Acá no juzgamos a nadie. Y no olvides que estas líneas son, ante todo, un aporte más a la confusión general.
Ahí vamos. El postulado es sencillo. Pero también profundo e inabarcable. ¿Existe la amistad entre el hombre y la mujer?
Empecemos.
Antes que nada, digamos que la amistad entre distintos géneros es un sentimiento que nace irremediablemente durante el secundario. La adolescencia suele ser un espacio de nuestra existencia que es especialmente proclive a las pasiones. Las amistades nacen para durar toda la vida. No obstante, mientras creemos que van a trascender los tiempos terminan acabándose, como mucho, uno o dos lustros después de quinto año.
Otro ítem a tener en cuenta antes de ingresar a la polémica es reconocer que la amistad no siempre es aquello que creemos que es. La verdadera amistad, la que contempla la posibilidad concreta de dar la vida por los amigos, es un sentimiento que pocas veces se presenta en nuestra existencia. Y, por lo general, se da entre hombres. Asumo el primer riesgo y digo: el hombre es más amigo del hombre que la mujer de la mujer. El hombre no compite, sino que se la juega en la sinceridad. Y la mujer juega su partido en el terreno de la comparación.
Hay otro punto que necesariamente debe quedar claro antes de seguir. Sepa el lector que un amigo de verdad es el que trasciende los tiempos, el que crece con nosotros y que, por lo general, está décadas a nuestro lado. Aunque no lo veamos asiduamente, aunque pasen años, la unión es tan fuerte y sólida que no se resquebraja. De esa amistad estamos hablando. En mi caso particular, me sobran los dedos de una mano para contarlos. Y me sobran también algunos retazos de mi vida en los que pude comprobar el férreo lazo que nos une. Es de vital importancia que avancemos con la condición de no banalizar la amistad. De no ponerle el título de amigo a cualquier chichipío que nos escucha en la parrilla de nuestro cuñado. Esos quedan afuera.
Pero vayamos al punto. La amistad entre un hombre y una mujer es un vínculo único y complejo, a menudo idealizado en las novelas de Migré, en el cine y en la literatura, y muy debatido en la vida real del café o de las reuniones de Tupper. Es una conexión que, si estuviera libre de las presiones románticas, podría ofrecernos una perspectiva diferente y enriquecedora.
En ese sentido, si tomamos uno de los rasgos más superficiales de la amistad, podemos decir que una de las mayores fortalezas de la relación entre ella y él es la posibilidad de ver el mundo a través de los ojos del otro género. Un amigo o amiga, según el caso, puede ofrecernos un punto de vista que tal vez no habíamos considerado, ayudándonos a entender mejor ciertas situaciones o inclusive revelándonos a nosotros mismos. Porque una mirada de distinto género siempre podrá revelarnos algo desconocido.
Esta diversidad de perspectiva es invaluable, ya sea para pedir un consejo o para simplemente escuchar una opinión sincera y distinta. Por tanto, si hay diferencias de género, la mirada del otro se hace complementaria. Punto para la amistad. Ahora bien, si esa mujer amiga, confidente, amable y sincera tiene la mirada y la promesa de tu primera novia, la teoría se desmorona.
Más allá de cualquier estereotipo, lo que define una verdadera amistad es la confianza y el respeto mutuo. Este tipo de vínculo crea un espacio seguro donde no hay sitio para el juicio. Es un lugar donde se pueden compartir miedos, alegrías y fracasos sin temor a ser malinterpretado, y donde la honestidad es la base de todo. En este punto hay que decir que, no sé por qué razón, la mujer cree más en esto que el hombre. Ya lo dijo alguna vez Dalmiro Sáenz: “Mientras el hombre se enamora de la mujer, la mujer se enamora de la pareja”. En consecuencia, si el vínculo es honesto, sin prejuicios, respetuoso, saludable, sensible, profundo y confiable, la mujer se desenvolverá cómoda en esa relación amistosa. Y el hombre, probablemente en silencio y luchando para modificar un abrazo de consuelo en un anticipo del amor, sentirá desfallecer.
Claramente, aunque la amistad entre un hombre y una mujer puede ser muy gratificante, no está exenta del desafío de sostenerse sin poner sobre la mesa los sentimientos no expresados. Estos pueden complicar la relación al punto de confundir un hotel alojamiento con la entrada de un taller mecánico.
El debate sobre la amistad entre el hombre y la mujer es tan antiguo como las relaciones humanas. Sin embargo, a pesar de siglos discutiendo, muchos sostienen que no es una amistad pura. Esta postura no niega que pueda haber un vínculo cercano o una conexión profunda, pero argumenta que la dinámica siempre estará teñida por un texto entre líneas, una tensión subyacente, que se manifiesta en él o en ella, nunca en los dos a la vez, y que constituye lisa y llanamente la idea sexual o romántica que viene con el amigo o la amiga. Uno de los dos miente. Sobre todo si esto ocurre cuando ni siquiera llegamos a terminar la universidad.
Para que una amistad sea genuina, debe ser libre de cualquier atracción o posibilidad de ese algo más que te lleva debajo de las sábanas. Sin embargo, es muy común que al menos una de las dos personas desarrolle sentimientos románticos o de deseo en algún momento. Esta atracción, ya sea consciente o inconsciente, se convierte en una variable que cambia las reglas del juego. “Te quiero, amigo, pero mejor vestite”, sería la mejor manera de resumirlo y entenderlo. Y esto no constituye en absoluto una traición a la amistad del otro. No. Solo que de tanto coincidir en ideas, de tanto coincidir en el cine, de tanto leer a los mismos autores y de tanto tomar café con la misma cantidad de azúcar, surge la idea de acostarte con tu amiga para explicarle de una forma más sencilla y silenciosa que la amás. Así de simple.
No debemos soslayar que el hombre, como sinónimo de ser humano y no como antónimo de mujer, de forma natural, busca pareja. En muchos casos, los amigos de géneros opuestos son la primera línea de defensa para encontrar a alguien. Están ahí, al alcance de la mano. Naturalmente, la amistad se convierte en una especie de sala de espera o de precalentamiento para una relación romántica. Las bromas, los coqueteos sutiles, las coincidencias, el total conocimiento del otro o el simple hecho de pasar tiempo juntos deben ser interpretados como señales, no de amistad, sino de un posible interés.
Todo esto que compartimos hasta aquí resume gran parte de nuestro colegio secundario. Mientras uno (por lo general, la mujer) puede estar feliz con la amistad, el otro (por lo general, el hombre) podría estar esperando una oportunidad para declararse o para que la relación avance. Esta desigualdad crea un desequilibrio y puede llevar a la frustración, al resentimiento y, finalmente, al olvido. Como ves, no siempre hay un final feliz. Si la persona que se enamora no es correspondida, la amistad puede volverse incómoda, desequilibrada e incluso romperse por completo. La honestidad en ese momento es crucial, aunque dolorosa. Porque la amistad que una vez existió ha cambiado para siempre. Y será mejor que te vayas, antes de que te inviten al casamiento de la persona que soñamos.
Por último, es importante decir que estas dudas que nos atormentan en la juventud empiezan a tener respuesta luego de varios años. La idea sería así, anoten al margen: conocés a alguien, coinciden en gustos, se hacen amigos, comparten el mate, el cine, eligen el mismo sabor de helado, te despertás pensando en ella, dudás sobre la amistad, te enamorás, ella acepta y te casás. Por eso, si aún no encontraste al amor de tu vida y tenés varias amistades, elegí una. Total, después de tanto filosofar al cuete, viene el turro de Cupido, que siempre está haciendo Alcoyana Alcoyana con los corazones de la gente, y zás! Tenés dos hijas y sos feliz hasta el fin de los tiempos.