Herencia, vino y futuro
Sebastián Goyenechea: quinta generación de un apellido que es sinónimo de vino

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De lo clásico a lo moderno, la quinta generación Goyenechea renueva sin olvidar su historia.
Sebastián Goyenechea lleva consigo una historia que se remonta a 1868. Es quinta generación de una de las familias más antiguas de la vitivinicultura argentina y hoy, junto a sus primos, está al frente de la Bodega Goyenechea, de San Rafael, Mendoza. “Nos gusta decir que somos la bodega familiar más antigua del país actualmente funcionando”, señala con orgullo. Su apellido es sinónimo de historia, trabajo y buenos vinos.
La historia familiar comienza en el siglo XIX, cuando Goyenechea Hermanos era apenas un almacén de ramos generales. Entre los productos que comercializaba estaban los vinos de la reconocida casa Arizu. Todo cambió cuando, tras la muerte de uno de sus fundadores, la viuda saldó una deuda entregando tierras en San Rafael. “Hoy todavía es nuestra y allí funciona la bodega; sin quererlo, se convirtieron en productores”, recuerda Sebastián. Fue ese momento el que marcó el inicio de una historia que, siglo y medio después, sigue escribiéndose.
Consultado sobre los desafíos actuales, Sebastián no duda en señalar que el presente de la bodega está profundamente marcado por la necesidad de adaptación y transformación. “Creo que nuestra generación anterior, si bien hizo cosas fabulosas como equipar la bodega, formar parte de la primera denominación de origen controlada de vinos de la Argentina y colocar un vino con esa denominación en los Estados Unidos, tuvo una asignatura pendiente: no logró adaptarse a la transformación de los años noventa, cuando el mercado comenzó a demandar vinos premium y super premium”, reflexiona. Esa falta de actualización se tradujo en una imagen de marca que, si bien conservaba su prestigio, necesitaba urgentemente una renovación para seguir siendo competitiva en un contexto donde la innovación es clave.
La respuesta de la nueva generación fue rápida y decidida. “Cuando ingresamos el objetivo no era claro, pero empezamos a generar nuevos productos: primero el Quinta Generación, luego el 135 Aniversario, más tarde la línea Lorenza, que homenajea a mi bisabuela, con variedades no tradicionales como Bonarda, Cabernet Franc, Sauvignon Blanc tardío, Pinot Noir, un corte de Chardonnay… Después vinieron el 1868 Origen, el Siglo y Medio por los 150 años de la bodega, el rosado Begoña —de Cabernet Sauvignon, uno de los pocos en el país— y el Máxima, un vino naranjo fermentado con hollejos”. Cada uno de estos lanzamientos fue una apuesta al rediseño de la imagen y la calidad, a la innovación sin perder la esencia.
Sebastián explica que el enfoque actual es claro: crecer en la alta gama. “Gracias a Dios, hemos tenido quiebres en todos los vinos de alta gama. No hacemos grandes volúmenes, pero sí productos muy cuidados. Por eso estamos equipando la bodega con tanques más pequeños, de 5.000 y 8.000 litros, para vinificaciones de mayor calidad y menor escala. Los tanques grandes, de 25.000 litros, los seguimos usando para las líneas varietales centenarias, pero lo nuevo, lo moderno, lo jerárquico, va por otro camino”. Gracias a esta transformación, el segmento de vinos premium pasó de representar un 4% de la producción a superar hoy el 20%, una señal clara de que el rumbo elegido está dando frutos.
Una anécdota marca, para Sebastián, el punto de inflexión que empujó a la familia a realizar estos cambios. “Cuando hicimos el primer estudio de mercado, hubo mucha resistencia entre la cuarta y la quinta generación. Se presentaron varias marcas, entre ellas un vino nuestro, con una etiqueta hecha por nuestros padres. La dinámica era comparar los vinos con autos. Algunos fueron comparados con un Porsche o un Fiat Barchetta. Cuando llegó el turno del Goyenechea, nadie decía nada… hasta que un señor dijo que lo compararía con un Ford Falcon. La moderadora, sorprendida, preguntó por qué. El hombre respondió: ‘Porque no me dejaría tirado en ningún lado’. Pero cuando le preguntaron si lo llevaría a una reunión de amigos, dijo que no: ‘Fijate la etiqueta, es antigua, es tradicional, no representa nada’. Ese comentario, tan crudo, fue lo que nos empujó a encarar el rediseño de nuestras etiquetas. Y los resultados fueron impactantes: el rosado creció un 1000% en ventas, el Centenario un 700%. Fue el quiebre que necesitábamos”.
El compromiso con la calidad no es una estrategia de marketing. Es una forma de entender el vino. “Yo viajo mucho durante el año, más de la mitad del tiempo estoy en movimiento, comunicando el vino. No solo comunico un producto: comunico mi historia. El vino representa mi vida, mi historia, mi familia”, afirma. Su entusiasmo no se agota. “Me apasiona estar involucrado en el desarrollo de nuevos productos, escuchar al consumidor, atender las críticas —que a veces duelen, pero ayudan a crecer— y aprender incluso de los fracasos, como el lanzamiento de algunas marcas que no funcionaron. De todo se aprende”.
Sebastián también reconoce que el mercado argentino no es fácil. “El vino es uno de los mercados más competitivos que hay: hay más de 5.000 etiquetas en el país y cerca de 1.000 bodegas. La competencia es feroz. Como te detengas, como dejes de escuchar al consumidor o al mercado, hay 500 bodegas detrás tuyo esperando ocupar tu lugar. Por eso hay que moverse siempre”. En ese sentido, la innovación no se detiene: actualmente están haciendo microvinificaciones con Petit Verdot, Angelota y Criolla, y el objetivo es lanzar nuevos vinos cada dos o tres años.
Pese al contexto económico adverso y a la caída del consumo interno, Sebastián mantiene una mirada optimista: “Creo que la baja en el consumo tiene más que ver con la coyuntura del país que con el producto en sí. La gente deja cosas de lado porque no tiene dinero, pero el vino sigue siendo una bebida que une, que acompaña momentos, que se disfruta con amigos. No es lo mismo tomarlo solo que compartirlo. El vino crea recuerdos, genera vínculos, es parte de la vida”.
En la voz de Sebastián Goyenechea resuena la historia viva de una familia que supo reinventarse sin olvidar sus raíces. La suya es una historia de trabajo, aprendizaje y pasión. Y también de futuro. Porque si algo queda claro tras escucharlo es que el apellido Goyenechea, como el buen vino, sigue madurando con elegancia.