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Saluden a NY que se va: un musulmán de izquierda ganó la Gran Manzana

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La ciudad que sufrió el ataque del 11-S hoy celebra a un alcalde musulmán con agenda anticapitalista.
Hay momentos en la historia en que las sociedades parecen renunciar deliberadamente a su propia memoria. Nueva York, la ciudad que fue blanco del atentado más devastador del siglo XXI —planificado y ejecutado por terroristas islamistas el 11 de septiembre de 2001— acaba de elegir, con entusiasmo y mayoría juvenil, a un candidato musulmán de izquierda para ocupar el máximo cargo político local. No es un dato menor ni anecdótico: es un símbolo de época.
Nadie sostiene que un ciudadano de fe musulmana sea responsable de aquel ataque. Es un error caer en esa simplificación. Pero lo que sí corresponde preguntarse es cómo una sociedad puede transitar del duelo a la indiferencia, del trauma a la complicidad simbólica. Qué puente invisible ha permitido que, en dos décadas, una ciudad marcada por el terror islamista hoy celebre en masa a quien, al menos simbólicamente, representa un universo ideológico y cultural ajeno —y en algunos casos, contrario— a los valores que fueron atacados ese día.
Zohran Mamdani, de apenas 34 años, ganó la alcaldía con el 50 % de los votos y se convirtió en el primer regidor musulmán de la ciudad. El mensaje en clave ideológica no podría ser más claro: la capital financiera del mundo hoy está en manos de un militante socialista, que se declara abiertamente anticapitalista, musulmán y activista.
La campaña de Mamdani fue todo menos convencional: lo apoyaron movimientos socialistas, jóvenes activistas pro-inmigración y colectivos que agitan la agenda del progresismo sin freno. De hecho, más de 100.000 voluntarios participaron de su campaña electoral, minimizando el apoyo formal del Partido Demócrata, que lo había rechazado en las internas.
"Soy joven, soy musulmán y soy un socialista democrático, y no pienso disculparme por ello", lanzó Mamdani en su discurso de victoria desde el Paramount Theatre de Brooklyn, ante una multitud eufórica que incluso llegó a corear “Free Palestine”.
¿Y Trump?
El presidente Donald Trump reaccionó de inmediato al conocer los resultados. Desde sus canales oficiales acusó al Partido Demócrata de permitir que “los radicales de izquierda operen desde el interior del sistema”. En su mensaje, Trump subrayó que Nueva York se está convirtiendo en un “experimento ideológico que va a salir caro” y advirtió que los neoyorquinos ya están pensando en abandonar la ciudad por miedo a lo que viene.
Y las cifras lo avalan: según encuestas recientes, más del 25 % de los habitantes de la ciudad ya evalúan mudarse, por temor a que medidas como el control total de alquileres, el aumento desmedido de impuestos y el recorte del presupuesto policial afecten no solo su calidad de vida, sino también su seguridad y su futuro económico.
¿Qué implica para Occidente que las urnas se inclinen hacia el islam político de izquierda?
La victoria de Zohran Mamdani en Nueva York no es apenas una rareza electoral, sino un síntoma profundo de la transformación cultural y política que atraviesan hoy muchas democracias occidentales. Lo que hasta hace muy poco parecía impensado —una combinación de identidad religiosa, discurso anticapitalista y denuncia del poder financiero en el corazón de Wall Street— hoy ya es una realidad. Un socialista musulmán en la Gran Manzana. Esa postal resume una inquietud que va más allá de fronteras y siglas partidarias.
¿Por qué es una señal de alerta? No porque profesar el islam, por sí mismo, implique un peligro para los valores occidentales, sino porque la combinación entre religiosidad militante y agenda política radical —especialmente cuando emerge desde las estructuras electorales de países diseñados sobre el modelo liberal y secular— puede activar tensiones profundas: económicas, culturales y de convivencia democrática.
Las urnas, al fin y al cabo, no solo eligen personas, eligen formas de concebir la vida pública. Si las ciudades faro del mundo comienzan a optar por modelos que señalan al capitalismo como enemigo, que reinterpretan las tradiciones occidentales como estructuras de opresión y que buscan reconfigurar la moral pública a partir de principios ajenos a la historia cultural del lugar, no estamos simplemente ante un giro político: estamos ante el riesgo de redefinir la identidad civilizatoria desde adentro. Algo que ya vemos claramente en Europa.
Lo de Nueva York se inscribe dentro de un movimiento global mucho más amplio, donde la alianza entre islam político, progresismo radical y el desencanto juvenil no está disputando el poder: lo está conquistando. Los musulmanes no buscan integrarse a la cultura occidental; buscan suplantarla. Tratan de reescribir las reglas de convivencia desde una visión ajena —y a veces incompatible— con los valores que dieron forma a Occidente.
