Perfil
Una sonrisa eterna y la entrega que ni los tiros pudieron frenar

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Rochi Naón, soñadora incansable y madre presente. La enfermedad como entrega y el surgimiento de CONIN Bancalari.
Rochi Naón va a ser santa, la santa del día a día. “Ayudame a ser todos los días más santa”, le rezaba a Dios en sus cartas eternas, sus libritos que ahora son parte del tesoro de la familia. Pedía por todos, ayudaba a muchos y pensaba que no había un límite a la hora de ponerse al servicio de un otro. Esa fue la vida que eligió, incluso en la enfermedad como ofrenda al resto. Su dolor, que a veces le hacía difícil escribir, fue lo que ella eligió para poner como premisa básica de entrega a los demás y a Dios.
Rochi escribía mucho, y sus escritos son muy tiernos y contundentes desde que tenía 16 años. Tenia en claro su misión: estar al servicio de Dios. Pensó en ser monja, decidió tener muchos hijos y quererlos todos los días un poco más santos. Con Pipo Paz, su compañero de 23 años de aventuras, forjó su legado primario: su familia. Fue madraza, compañera, trabajadora incansable y empezó un trabajo de asistencialismo que llenó su vida de sentido.
Rochi nos dejó una vara altísima a los que disfrutamos de la vida en Cristo, a los que creemos que se puede hacer algo por otro sin pensar en qué voy a ganar. Rochi hacía pool y no pedía devolución: eso es ser santo, los pequeños actos de grandeza constantes, esos que en silencio permiten destacarse desde la humildad y la entrega.
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En tiempos de hedonismo y falta de compromiso, Rochi Naón nos recuerda que no todo está perdido, que hay algunos que todavía creemos en hacer las cosas con pasión y sin buscar un beneficio transaccional. Trabajó desde el anonimato más puro y logró la trascendencia, eso que algunos llaman legado y que es sencillamente la sonrisa que se le dibuja en la cara a cualquiera cuando su nombre se menciona.
Rochi se encontró con Pablo Debernardi, un amigo y socio de Newstad, algunos años atrás en el Wall Mart de Bancalari. Pablo empujaba un carro lleno de cajas de leche y Rochi quiso saber por qué semejante cantidad. Pablo le contó que eran donaciones para su centro CONIN, ese que empuja hace años en San Miguel, dentro del mundo de combate a la desnutrición que fundó el enorme Abel Albino.
Rochi volvió a su casa y le dijo a Pipo, su marido, que si Pablo Debernardi tenía ocho hijos y un centro CONIN, ellos también tenían que poder. No pudo con su genio, Rochi generó cuatro centros a falta de uno, y dio una batalla desigual contra la desnutrición en la zona, logrando que más de 150 voluntarios se brinden algunas horas semanales a hacer algo por otro. Eso es Rochi.
Rochi una vez tuvo miedo y lo contó. Había ido a repartir alimentos a un barrio muy pobre y una balacera interrumpió la jornada de trabajo. Todos se tiraron al piso, por suerte nadie salió herido, cuando volvió a su casa, le dijo a Pipo que había tenido miedo. La posibilidad de dejar de ir al barrio se puso sobre la mesa. “Si no voy, quién va a ir”, respondió Rochi. Siguieron yendo y expandieron la red de contención con más centros en el barrio.
Eso es Rochi.