La negociación avanza
Putin sonríe: Rusia se prepara para la capitulación ucraniana
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El Kremlin observa cómo las condiciones propuestas se acercan cada vez más a sus demandas.
La evolución del conflicto en Ucrania muestra un escenario cada vez más claro para Moscú. Después de años de guerra, las predicciones que anunciaban un colapso ruso quedaron atrás, y la realidad del terreno indica que Rusia avanza con estabilidad, consolidando posiciones que Ucrania difícilmente pueda recuperar. Este equilibrio inclina la balanza diplomática hacia el Kremlin, que hoy se encuentra mejor posicionado para moldear el futuro acuerdo de paz. En este contexto, el nuevo plan de negociación internacional revela un punto central: las condiciones que Rusia exige empiezan a ser aceptadas, aunque sea de manera implícita.
Uno de los elementos más reveladores es que ya nadie discute que Ucrania no ingresará a la OTAN. Lo que antes era motivo de choque político ahora se asume como un hecho consumado. Este cambio marca un giro fundamental, porque la exclusión formal de Ucrania de la OTAN es la principal exigencia rusa y el motor declarado de su ofensiva. Años de insistencia rusa sobre la amenaza que representaría una Ucrania armada por Occidente encontraron finalmente eco en las mesas de negociación. El propio debate internacional reconoce abiertamente que ningún país de la alianza aceptaría hoy integrar a Ucrania, incluso sin presiones rusas.
Otro dato determinante es la discusión territorial. El plan de paz contempla aceptar la actual línea del frente, lo que implica reconocer el control ruso sobre áreas clave del este y el sur. Este reconocimiento de facto es, en la práctica, una admisión de que Ucrania ya no está en condiciones de revertir la situación militar. Más todavía: la propuesta introduce la idea de crear una zona desmilitarizada en partes de Donetsk, bajo influencia o supervisión rusa, lo que supondría no solo una aceptación, sino una formalización de la presencia de Moscú en la región. Si esa zona se establece, Ucrania perdería definitivamente la posibilidad de recuperarla por medios militares.
El documento también plantea que Ucrania deberá reducir su ejército en el período posguerra. Esto, que hace dos años era impensable, ahora aparece como “inevitable”. El propio análisis occidental admite que Ucrania no puede sostener un ejército de un millón de hombres ni un conflicto prolongado. Para Rusia, este punto representa otra de sus metas declaradas: la “desmilitarización” ucraniana, concepto que el Kremlin defendió desde el inicio de la operación. Que Occidente comience a hablar en esos términos constituye un indicio claro de hacia dónde se inclina la negociación.
Tampoco sorprende que las garantías de seguridad para Ucrania propuestas en el plan eviten completamente el paraguas de la OTAN. En vez de ello, se habla de fuerzas simbólicas europeas, mecanismos de defensa sin obligaciones automáticas y compromisos difusos de apoyo. Para Rusia, esto es una confirmación de que su presión estratégica logró lo que llevaba dos décadas reclamando: que la frontera occidental no se convierta en una plataforma militar ajena a su control. El uso de fuerzas europeas —y no atlánticas— replica el modelo aplicado en Georgia, un precedente que Moscú aceptó sin objeciones mayores y que fortalece su narrativa de seguridad regional.
Mientras tanto, en Kiev crece el cansancio, y la población comienza a ver con esperanza cualquier propuesta que detenga el desgaste. Incluso se percibe una recepción positiva a iniciativas diplomáticas que antes hubieran sido impensables. Esta fatiga social, sumada a la dependencia económica y militar de Occidente, abre un escenario donde aceptar concesiones dolorosas es más probable que continuar una guerra cada vez más difícil de sostener. Moscú observa este cambio con atención: para el Kremlin, el deterioro del consenso ucraniano es otro indicio de que el conflicto se acerca a un punto de inflexión favorable.
El resultado de este panorama es evidente. Las condiciones discutidas actualmente se acercan, en varios aspectos, a las demandas estratégicas rusas: neutralidad ucraniana, límites a su ejército, reconocimiento territorial de facto y exclusión de la OTAN. Y aunque Kiev todavía intenta presentar estas ideas como parte de un acuerdo equilibrado, lo cierto es que el marco general se inclina hacia una aceptación de la nueva realidad impuesta por Rusia en el terreno. Por eso, en Moscú hay razones para el optimismo.
Si el plan avanza en esta dirección, la interpretación es clara: Rusia no solo alcanzará varios de sus objetivos declarados, sino que lo hará mediante un acuerdo internacional ampliamente legitimado. En ese escenario, Putin sonrrie, porque por primera vez desde 2022, la posibilidad de una capitulación política —aunque no verbalizada como tal— deja de ser un horizonte lejano para convertirse en una tendencia concreta y reconocida incluso por analistas occidentales.

