Ideas nuevas para frenar el acoso escolar
Por qué el que mira también importa

Coordinadora académica de docentes en la Licenciatura en Cs.del Comportamiento (UCA)

Una investigación revela cómo chicos, padres y docentes pueden intervenir desde su lugar como testigos del acoso digital.
Cada vez más, padres y educadores transmiten su preocupación por la problemática del bullying o acoso escolar. Este hostigamiento sistemático entre estudiantes, tanto a nivel físico como psicológico, afecta severamente la salud mental de la víctima y de la comunidad en su conjunto.
En los últimos años, el acoso entre escolares, especialmente en adolescentes, se viene manifestando de manera creciente en el ámbito de la virtualidad. Este tipo de violencia, que se ejerce utilizando como medio las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), es comúnmente conocido como ciberbullying o ciberacoso. Según el reciente Diccionario de Bullying y Ciberbullying (publicado en Buenos Aires por la profesora María Antonia Osés), el ciberacoso se caracteriza por el efecto de viralización. La humillación se expande exponencialmente, ya sea por medio de las redes sociales o cualquier otro sitio de internet. Debido a esta reproducción ilimitada del daño, se ha prestado mucha atención a la mitigación del ciberbullying mediante leyes regulatorias. Pero, ¿cómo podemos intervenir en el contexto donde esta problemática ocurre y prevenir que se instale el ciberacoso?
Una reciente investigación en el campo de las Ciencias del Comportamiento ha revelado el enorme poder de algunas pequeñas acciones que podemos implementar en el entorno para mitigar el ciberacoso entre adolescentes. Los expertos en Ciencias del Comportamiento hablan de esos pequeños empujones (en inglés, nudges) para referir a aquellas intervenciones que, sin grandes costos, generan soluciones alternativas a un problema o de algún modo “le dan en la tecla”. En otras palabras, operan estratégicamente para generar mejoras en algún comportamiento y contribuir al bienestar de las personas. Para ello, es fundamental el aporte de la metodología científica, que permite comprender por qué se producen determinadas conductas y cómo puede facilitarse el aprendizaje de patrones funcionales.
La novedosa investigación desarrollada en la Rice University de Houston sugiere que la clave está en enfocarse en los espectadores (en inglés, bystanders), es decir, en aquellos que no participan activamente en actividades de ciberacoso pero que forman parte del escenario. De allí su potencial rol en la reducción del hostigamiento, por tratarse de testigos de esas situaciones de violencia. Pero para generar oportunidades de aprendizaje en estos actores pasivos, debemos conocer qué motiva su accionar - o mejor dicho su “no accionar” - en el contexto donde se manifiesta el ciberbullying.
En el caso de los adolescentes que presencian el ciberacoso como testigos, dos razones comunes para no denunciarlo a sus padres o a la escuela son: el miedo a meterse en problemas (por convertirse en el nuevo objetivo de los agresores) y la incredulidad en la eficacia de la denuncia. La primera preocupación puede abordarse mediante el diseño de la propia plataforma virtual. El uso de señales visuales, como por ejemplo botones de denuncia con colores vibrantes y más visibles, puede animar a los estudiantes a denunciar fotos ofensivas. A su vez, ofrecer múltiples opciones específicas para los motivos del informe, en lugar de pedir a los usuarios que los escriban, podría simplificar el proceso. Al reducir los puntos de decisión, se puede aumentar la tasa de presentación exitosa de informes. Y por supuesto el anonimato es un factor a tener en cuenta en el diseño de estos canales de denuncia. Respecto a la segunda preocupación, es fundamental ayudar a los estudiantes a reconocer las políticas de redes sociales y los derechos que les corresponden para generar confianza al presentar informes. Las plataformas de redes sociales pueden mostrar consejos que indiquen la cantidad y el tiempo de procesamiento de los informes. También pueden enviar mensajes y correos electrónicos de confirmación para demostrar su compromiso activo con el manejo de la información.
Por su parte, los cuidadores y educadores también son “espectadores” del ciberbullying. Si bien la supervisión parental del uso de dispositivos electrónicos y la navegación online de los jóvenes resulta fundamental, algunos padres suelen estar ocupados con actividades laborales y les cuesta prestar atención a las actividades en línea de sus hijos. Otros directamente desconocen las características de las diferentes plataformas de redes sociales. En el primer caso, se pueden implementar recordatorios, modificando la configuración predeterminada para que los padres puedan supervisar de forma automática y sencilla. Así, podrían recibir actualizaciones recientes de sus hijos con prontitud y optar por intervenir si es necesario. Para los padres que no están familiarizados con el uso de las redes sociales, es fundamental investigar qué aspecto de la plataforma les resulta confuso. Por ejemplo, si los padres no están familiarizados con los “memes” populares o el vocabulario de moda, la exposición regular a nuevos términos a través de las notificaciones o feeds de noticias puede ser útil para el aprendizaje.
Y así, podríamos seguir pensando en infinidad de “empujoncitos” para romper el círculo vicioso del ciberacoso, considerando la multiplicidad de interacciones que se retroalimentan y, sin quererlo, terminan sosteniendo severas problemáticas vinculares desde el silencioso rol del “espectador”. En este sentido, cabe destacar el valioso aporte de las Ciencias del Comportamiento para repensar estrategias de intervención frente al acoso escolar mediado por tecnologías. O tal vez cabe preguntarse en qué medida esos pequeños empujones podrían generar grandes cambios. Después de todo, cuando la ciencia se alinea con la ética, podemos contribuir al desarrollo de una sociedad más humana.