Historia argentina
Perón, el “líder de los humildes” que amasó una fortuna en el poder

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Las pruebas del enriquecimiento del matrimonio que decía combatir al capital.
Pocas contradicciones son tan evidentes en la historia argentina como la del general Juan Domingo Perón proclamando la lucha “contra el capital” mientras acumulaba propiedades, joyas, autos y obsequios millonarios. Tras su caída en 1955, el propio Perón intentó despegarse de las acusaciones, afirmando que su único patrimonio eran una casa y una quinta en San Vicente comprada “antes de soñar siquiera que sería presidente”. Pero los hechos desmienten esa versión: los registros, las investigaciones judiciales y las declaraciones posteriores exponen un crecimiento patrimonial imposible de justificar solo con su sueldo militar o presidencial, más cuando declaraba no percibir este último.
Negocios disfrazados de patriotismo
Durante su primer gobierno, Perón aprobó la compra de la flota mercante del empresario Alberto Dodero, alegando modernizar el transporte marítimo nacional. La oposición denunció que Dodero —quebrado— fue rescatado con dinero público, y que a cambio realizó “donaciones” personales a Eva Perón y su Fundación. En los hechos, el Estado pagó fortunas por embarcaciones obsoletas y Dodero agradeció con legados a nombre de Evita, que luego pasarían a su marido.
Detrás del discurso populista se tejió así una red de favores cruzados: empresarios salvados de la ruina que, agradecidos, contribuían con donaciones millonarias; funcionarios que recibían propiedades y autos de lujo; y un matrimonio presidencial que, bajo la bandera de la justicia social, concentraba poder y fortuna.
La confiscación y el mito de la honestidad
Cuando la Revolución Libertadora derrocó a Perón, el nuevo gobierno creó la Junta Nacional de Recuperación Patrimonial. El decreto 5148/55 dispuso la interdicción sobre todos los bienes del matrimonio. La medida estaba fundada en una sospecha clara: el enriquecimiento ilícito del régimen. Los objetos secuestrados fueron depositados en el Banco Municipal —hoy Banco Ciudad—, y la magnitud de los bienes sorprendió incluso a los investigadores.
Perón señaló que muchos eran “obsequios del pueblo”, una frase que hoy resulta casi cínica frente a la pobreza que decía combatir. Lo cierto es que, mientras predicaba la austeridad, acumulaba piezas de arte, joyas, vajillas de plata y regalos valuados en miles de dólares.
El retorno del dinero y la memoria
En 1973, cuando el Congreso anuló los decretos de Aramburu y restituyó los bienes a Perón, muchos de esos objetos nunca salieron del Banco Ciudad. Los litigios por su propiedad continuaron, pero lo que no se discute es el origen dudoso de la mayoría de ellos. El propio Estado argentino, en sus informes de 1956, consideró probado que existió un uso irregular de fondos públicos y donaciones forzadas canalizadas a través de la Fundación Eva Perón, una organización benéfica en apariencia, pero controlada con lógica de Estado paralelo.
La retórica de Perón contra el capital se derrumba frente a la evidencia: fue el líder obrero más enriquecido de la historia argentina. Su discurso de justicia social encubrió un sistema de apropiación y manipulación, donde la frontera entre lo público y lo privado desapareció.
Mientras los trabajadores marchaban con pancartas y consignas, el general y su esposa acumulaban propiedades, joyas, y vehículos. La historia terminó, como tantas veces en la Argentina, con los pobres aplaudiendo y los poderosos robando.
El mito del “padre de los humildes” se desmorona al revisar sus cuentas: Perón no combatió al capital, lo administró, lo usufructuó y lo convirtió en herramienta de poder personal. La revolución justicialista fue, en muchos sentidos, una revolución de los ricos disfrazada de redención popular.