La controversia por la cobertura de Gaza
¿Periodismo o propaganda? La polémica que sacude a El País

Periodista

El diario español fue acusado de dar voz a Hamás como fuente informativa. ¿Dónde termina el deber de informar y empieza el riesgo de ser vocero del terrorismo?
El 2 de junio, El País —uno de los diarios más influyentes del mundo hispano— publicó una cobertura en vivo del conflicto entre Israel y Hamás que provocó un terremoto en redes y en los círculos periodísticos. ¿El motivo? El uso explícito de datos y relatos aportados por fuentes bajo control de Hamás, organización considerada terrorista por la Unión Europea, Estados Unidos y buena parte de la comunidad internacional.
En uno de los pasajes más controvertidos, el diario informaba: “75 personas han muerto en la Franja en los centros de reparto de comida desde que se reanudó la distribución, según Hamás.” Aunque la nota aclaraba el origen de la información, no ofrecía advertencia alguna sobre la veracidad de esos datos ni señalaba el historial de manipulación informativa del grupo islamista.
Las críticas no tardaron en aparecer. Desde X (ex Twitter), asociaciones liberales, usuarios independientes y referentes del periodismo apuntaron a una misma preocupación: que un medio de prestigio actúe como altavoz involuntario de la propaganda de Hamás. Para muchos, el diario cruzó una línea roja.
Hermann Tertsch, eurodiputado y periodista español, fue tajante: “El País evita llamar terroristas a los asesinos de Hamás. No es nuevo: llevan décadas exhibiendo su hostilidad contra Israel”, afirmó. Para Tertsch, se trata de una tendencia editorial arraigada, donde se minimizan los crímenes del terrorismo palestino y se amplifican las críticas a la respuesta israelí.
No es una acusación aislada. El País ha sido históricamente señalado por sectores proisraelíes por un sesgo editorial que tiende a mostrar al Estado de Israel como agresor, mientras presenta a Hamás —cuando no como víctima— como un actor racional y con legitimidad. Aunque el medio se define como independiente y liberal, sus coberturas del conflicto suelen usar eufemismos como “milicia islamista” en lugar de “grupo terrorista”, incluso tras atentados contra civiles.
Pero esta vez, la crítica va más allá del lenguaje: se cuestiona el principio periodístico más básico. Como señalan expertos en ética informativa, la responsabilidad del periodista no se agota en decir quién dice qué. Citar a un actor como Hamás —acusado de secuestros, violaciones, ejecuciones sumarias y uso de escudos humanos— exige una contextualización mucho más rigurosa que un simple “según Hamás”. No hacerlo, es colaborar con la maquinaria propagandística de quienes cometen crímenes de guerra.
La cobertura de conflictos no es sencilla. Israel no permite acceso libre a Gaza desde el 7 de octubre y los datos independientes escasean. Pero eso no habilita a los medios a convertir en “fuente válida” a quienes utilizan la mentira como arma. En este punto, la línea editorial de Newstad es clara: el periodismo debe informar, no amplificar la voz de los asesinos.
Desde el otro lado, algunas voces relativizan el escándalo. Alegan que en ausencia de fuentes alternativas, los datos de Hamás —o más precisamente, del Ministerio de Salud gazatí que controla— son usados también por agencias internacionales como la ONU, con advertencias. Para estos analistas, El País cumplió con su deber informativo al citar la fuente y dar también la versión israelí, que niega haber disparado contra civiles en los centros de ayuda.
¿Entonces, dónde está el límite? En la advertencia, en el contraste, en el contexto. Lo que un medio como El País no puede hacer —y aquí la polémica tiene razón de ser— es colocar la versión de un grupo terrorista al mismo nivel que la de actores democráticos, sin marco ni distancia crítica. Y mucho menos puede omitir, en notas informativas, que Hamás tiene como política sistemática la manipulación de datos para generar indignación global y legitimar su causa.
El periodismo libre y riguroso no debe confundirse con la ingenuidad. Cuando los datos provienen de quienes siembran el terror, el deber no es amplificarlos, sino someterlos a sospecha. En tiempos de guerra informativa, el rol del periodista no es el de cronista neutral, sino el de vigía ético, que diferencia los hechos verificables de la estrategia de propaganda.
La nota de El País ha puesto sobre la mesa un debate urgente. ¿Puede un medio con trayectoria, en nombre de la cobertura imparcial, legitimar versiones de una organización que comete crímenes de guerra? La pregunta no es solo técnica: es moral. Y la respuesta marcará el lugar que los medios ocupen en este siglo: o garantes del bien común, o cómplices involuntarios del horror.