Dos periodistas, dos épocas, una misma pasión
Pedro Paulin entrevista a Alberto Amato: periodismo contado sin filtro

Historiadora y Periodista

Redacciones que ya no existen, periodistas que ya no leen y un oficio que resiste.
“Cuando tenía 12 años dije que quería ser periodista. Lo logré a los 23. Esos once años fueron los peores de mi vida”, dice Alberto Amato con una mezcla de ironía y emoción. A más de cinco décadas de haber publicado su primera nota, no habla del periodismo como quien revisa un currículum, sino como quien cuenta una historia de amor que sigue viva.
En esta charla con Pedro Paulin —exdiscípulo y director de Newstad— Amato se permite todo: recordar, cuestionar, reírse, enojarse. Y sobre todo, reafirmar la convicción de que el periodismo, aunque hoy se lo declare en crisis o en extinción, sigue siendo necesario.
“Lo esencial no cambió”, asegura Amato. “El periodismo es buscar lo que alguien quiere ocultar y contárselo a quienes tienen derecho a saberlo. Varían las herramientas, los soportes, pero no el espíritu del oficio”.
Ambos evocan tiempos de redacciones presenciales, de discusiones acaloradas, de crónicas hechas en cafés o en tribunales.
Dignidad en tiempos difíciles
Hablar de periodismo en Argentina es también hablar de precariedad. “En 52 años nunca estuve bien pago”, admite Amato. “Pero eso no me impidió ejercer con dignidad. O, al menos, con prudencia”. Recuerda que muchos periodistas se enriquecieron solo cuando fundaron sus propios medios o se asociaron al poder. “Pero los que trabajamos en relación de dependencia, siempre la peleamos”.
Paulin coincide y aporta su mirada desde el presente: “Hoy los periodistas están más preocupados por llegar a fin de mes que por leer un libro o escribir una buena nota. La urgencia económica se comió la curiosidad”.
Los ataques del poder
Uno de los ejes más potentes de la conversación gira en torno a la relación entre periodismo y poder. Amato traza una línea clara: “Desde 1995, cuando una encuesta mostró que la prensa era más creíble que el gobierno o las Fuerzas Armadas, comenzó una ofensiva contra el periodismo que no se detuvo”.
Ambos repasan los años más hostiles, los escraches, las listas negras, la deslegitimación sistemática. “El poder no tolera que le digan la verdad”, afirma. “Y muchos gobiernos entendieron que el periodismo independiente era un obstáculo”. Pero también reconoce cierta pasividad: “No hicimos lo suficiente para defendernos. Las empresas periodísticas dejaron de respaldar a sus periodistas”.
Militancia, honestidad y doble vara
La charla se interna luego en otro terreno complejo: la politización del periodismo. ¿Se puede ser militante y periodista? Paulin trae el caso de comunicadores jóvenes que se identifican abiertamente con una fuerza política. “Al menos son honestos. Peor es el que se dice independiente pero escribe por un sobre”.
Amato no esquiva la discusión, pero marca límites: “El militante tiene derecho a expresarse, pero eso no es periodismo. Si trabajás para un gobierno o un partido, estás haciendo otra cosa. El periodismo es un servicio público, no una trinchera”.
El modelo que se quebró
Sobre el final, el diálogo vira hacia la crisis del modelo de negocios. “Antes fundar un medio requería vocación, no solo capital político”, dice Paulin. “Hoy muchos medios nacieron al calor de una elección, y eso contamina el periodismo”.
Amato lo resume con una frase filosa: “Todo éxito periodístico es una decisión empresaria. Si el medio decide bancar la verdad, el periodismo florece. Si decide surfear la pauta, muere de a poco”.
Ambos coinciden en que la pauta oficial indiscriminada fue un veneno. “Durante años hubo tipos que cobraban millones por programas que no escuchaba nadie. Eso había que cortarlo”, sentencia Paulin.
La nostalgia que no paraliza
¿Hay lugar para volver al periodismo que ambos conocieron? “No”, responde Amato sin titubear. “Ni al periodismo, ni al barrio, ni a la infancia. Pero podemos construir algo mejor”.
Paulin insiste con su cruzada personal: volver a la calle, a la discusión presencial, a la crónica viva. “Imprimo mis notas, las tacho, las reescribo. No sé si soy un loco o un romántico”.
Amato le responde: “Tenemos derecho a todo eso. Lo que no tenemos derecho es a dejar de formar periodistas que lean, que piensen, que escriban. Porque si eso se pierde, ya no será una crisis. Será el final”.
Y ese final, para ellos dos, todavía no llegó. Mientras haya alguien con ganas de contar y otro con ganas de saber, el periodismo seguirá siendo un oficio irremplazable.