Prohibido olvidar
Párrafos para la amistad

Periodista. Publicista.

De Jesús y Lázaro al barrio y las charlas por el primer desamor. Las décadas y las amistades que sobreviven con fuerza.
La Biblia nos dice que Jesús lloró por su amigo Lázaro. Y esta es una razón más que suficiente para darle el verdadero valor a la amistad. La persona que lo puede todo, inclusive hacer milagros, lloró ante la pérdida de su amigo. Si Dios sabía lo que significaba extrañar al amigo, me parece por lo menos interesante intentar reflexionar un poco, aunque sea de manera superficial y seguramente con pocas luces, sobre el valor más preciado que tenemos después del amor.
Como seres humanos errantes, pecadores y contrahechos, y mirando a vuelo de pájaro el mundo, la gente y sus problemas, es cada vez más claro que la amistad cayó en desuso. O que al menos perdió un poco de brillo. Sobre todo aquella amistad que plantea con lógica que deberíamos poder dar la vida por los amigos.
La amistad es sin dudas un tesoro invaluable, un lazo que enriquece nuestras vidas de manera profunda y duradera. No es solo y simplemente la ausencia de soledad, sino que es definitivamente la presencia activa de una conexión genuina, un refugio seguro en el que podemos desnudarnos, ser auténticos, vulnerables y plenamente nosotros mismos.
Los amigos son aquellos con quienes uno comparte lo mundano, las discusiones sobre temas triviales, las pizzerías, las esquinas, la farra y hasta algunos momentos de aburrimiento. Son los compañeros de las experiencias más cotidianas y, también, de aquellas bien dramáticas, como las del amor. Si lloraste ante un amigo por amor, si te abrazaron de madrugada en el hostil barrio de aquella mujer que te dejó, perdiste unproyecto de pareja pero ganaste un confidente para siempre. Y eso no es poco. Aunque los ajustados breteles de una mujer nos hagan creer que es al revés.
Cuando nuestro recorrido llega a los 50 años, empezamos por fin a reconocer aquellas amistades que fueron verdaderas. Las que quedan en nuestra memoria y las que se borran en el camino. Y descubrimos también las diferentes tipologías de este tipo de relación que, sin dudas, nos hace diferentes para siempre.

En los primeros años, el concepto de la amistad es casi una cuestión de proximidad y diversión. Los amigos son los compañeros de juegos, aquellos con quienes compartimos juguetes, aventuras y hasta descubrimos el mundo, o al menos aquelloque creemos que es un mundo y que por lo general no es mucho más grande que el perímetro de una o dos manzanas, avenida de por medio.
Más tarde, durante la adolescencia, las amistades se vuelven más intensas y significativas. Son cruciales para la formación de nuestra identidad y nuestra búsqueda de pertenencia. Los amigos se convierten en confidentes, compartimos secretos, miedos y sueños.
Pero si recordamos bien, la amistad adolescente nos pone ante lo que puede ser uno de los momentos clave en la vida de los hombres, que es cuando experimentamos por primera vez la traición y la lealtad. Allí descubrimos de una vez y que la amistad esuna experiencia humana capaz de modificarnos para siempre. Y descubrimos también que el hombre (como sinónimo de ser humano y no como antónimo de mujer) es a veces tan despreciable que puede traicionar espasmódicamente. Y olvidar la amistad como quien se olvida de sacar la basura de 19 a 21.
Por otra parte, no está demás dejar sentado que es imprescindible entender que la amistad verdadera y profunda nace en la juventud o la adolescencia. Nada más que la muerte supera a la amistad hormonal de los adolescentes, que nace para siempre, aunque no dure un suspiro. Esta época, única para vivir aventuras y aprender de lleno el valor de la ausencia, es el período ideal para aprovisionarse de amigos, ya que después de esa etapa puede ser demasiado tarde para generar vínculos con la misma intensidad que nos da la vehemencia de la juventud. Presentar un amigo “de toda la vida” mientras transitamos la mitad de nuestra existencia suele ser un lujo que a veces soslayamos de manera injusta.
La vida sigue. Y a medida que entramos en la adultez, las responsabilidades que infieren la carrera, el trabajo, el amor que tal vez termine en matrimonio e hijos o los amantes, que por lo general nos quitan algo de tiempo, nos van modificando y, lo que es peor, van transformando nuestras exigencias para la elección de nuestras amistades.
Entre los 20 y los 30 años el enfoque se desplaza de tener muchos amigos a mantener unos pocos, pero importantes. Las transiciones que surgen en esta etapa, como una mudanza, iniciar una carrera, cambiar de trabajo o enamorarse pueden desafiar las relaciones amistosas existentes.
Cuando pasamos los 30, pero antes de los 40, priorizamos el mantenimiento de las amistades que tenemos sobre la creación de nuevas. Y desde los 40 a los 50 años, las amistades más genuinas y fuertes le ganan a la superficialidad para que valoremos tanto esta relación que los dedos de una mano alcanzan para contar a los verdaderos compañeros de vida.
A esta altura es posible que haya un par de cosas que lamentar. En primer lugar, el paso del tiempo nos coloca ante la tremenda dificultad de rescatar amigos perdidos. En toda vida hay un puñado de ellos que quedó varado en algún lado desconocido. Caminaban con nosotros y de repente, casi sin darnos cuenta, la vida o la muerte los corrió del camino. Conviene en estos casos apelar a la memoria e ir a buscarlos por los sitios que solían frecuentar. Pero ojo. A veces la distancia es cruel y abismal. Y aquellos que eran muy amigos, en el momento del reencuentro, se transforman en desengaño. Ahora me clarifico un poco: conviene apelar a la memoria, sí. Pero te sugiero hacerlo sólo para recordarlos.
Lo otro por lamentar, o al menos para tener cuidado, es la importancia de librarse de aquellos desconocidos que llenan nuestro tiempo. Son personajes que a simple vista parecen amigos y que un día descubrimos que nada tienen que ver con nuestro corazón. Por lo general se los reconoce cuando te piden dinero y desaparecen. O cuando conocen una mujer y se van con ella casi sin mirar atrás. Ojo con ellos. Saben disfrazar muy bien sus intenciones. Y no hay antídoto para evitarlos.
Como todos sabemos, en el corazón de la amistad reside la confianza. Reconocer que hay alguien que guardará nuestros secretos, que nos escuchará sin juzgar y que nos ofrecerá una mano firme cuando tropecemos es la certeza de que, incluso en la oscuridad más profunda, no estamos solos. En un mundo que a menudo se siente efímero y vertiginoso, la amistad se erige como un pilar de estabilidad, como un faro en la bruma de la incertidumbre. Nos recuerda que, a pesar de los cambios y las adversidades, hay vínculos que perduran, anclas emocionales que nos mantienen firmes. Los amigos son un eco de nuestra propia humanidad, un recordatorio constante de nuestra capacidad para conectar, para amar y para ser amados sin condiciones.
Para terminar, te dejo una duda dentro de las pocas certezas que contiene estareflexión. Tiene que ver con una pregunta que atraviesa los tiempos. Una duda que genera una grieta casi tan fuerte como la que inunda nuestra política de hoy. ¿Existe la amistad entre el hombre y la mujer? ¿Es posible que seamos amigos de ella y que, al mismo tiempo, ella sea nuestra amiga? ¿Es factible que el sentimiento genuino sea de los dos, en el mismo instante y que nada lo modifique? Definitivamente, no. Somos demasiado diferentes. Al menos del lado masculino (perdón a mis congéneres, pero ya es hora de reconocerlo), muchos de nosotros hemos fingido amistad para que todo termine de manera horizontal.
Pero eso será tema para otro fin de semana. ¡Chau amigos!