#Familia/Desafío en la era digital
Pantallas vs. Familia: la batalla por la conexión real

Periodista
El abuso del celular está afectando nuestras relaciones más cercanas. Expertos alertan sobre los riesgos y proponen soluciones para recuperar la comunicación en el hogar.
Ya tiene nombre y apellido. Se llama phubbing. Es el acto de ignorar a la persona con quien uno está conversando para mirar el celular. Y automáticamente ignorarla con una buena cuota de indiferencia y mala educación.
“Papá, papá me estás escuchando”, reclama el hijo a su padre quien, con ojos clavados en su dispositivo, le contesta con cara de póker: “Sí decime”. Escenas que se repiten y que pasamos por alto de tan cotidianas que se vuelven. Pero no por eso inofensivas.
Es cierto que gracias a la revolución digital hemos conquistado una extensión y rapidez en la comunicación que nos acerca en segundos a personas del otro lado del planeta con grandes beneficios. Pero, a su vez, es tanto lo que abusamos de ella, que en el camino estamos perdiendo profundidad, escucha y empatía con los seres que más queremos. Conectados digitalmente pero desconectados emocionalmente.
Un estudio realizado por la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) arroja datos escalofriantes. Los jóvenes argentinos pasan en promedio más de 5 horas por día navegando por 7 redes sociales, en un 80% a través de sus smartphones; miran diariamente 3 horas y media de series, deportes y películas y dedican otras 3 a escuchar música o podcasts.
“Las pantallas son la gota que rebasó el vaso”, sostiene el psiquiatra infantojuvenil Christian Plebst, en diálogo con Newstad. Como especie –explica este humanista apasionado por la crianza consciente-, hace añares que los niños de clase media vienen perdiendo procesos naturales del hacer y sentir cruciales para su desarrollo integral, para encontrar sentido a sus vidas, y aprender a frustrarse o postergar gratificaciones en aras de objetivos más edificantes. “Antes un chico aprendía a cocinar, pintar, coser, tejer, construir imitando a los adultos. Esos eran aprendizajes con sentido para ellos. Hoy los tenemos bien cuidados y entretenidos (tenidos entre), quietos (atados a bebesits sin reptar por el piso), con un sinfín de estímulos audiovisuales, recibiendo pasivamente placer gratuito e inmediato (dopamina)”, señala. Para él, los factores de riesgo son múltiples: se redujo el juego libre, viven más desconectados de la naturaleza, rodeados de adultos estresados, arrojados muy tempranamente a una educación formal focalizada exclusivamente en el pensar con poco cuerpo, todo lo cual no colabora para que desarrollen su capacidad de tolerar frustraciones, esperar o aburrirse, para despertar la creatividad y la enseñanza relevante. “Si a esto le sumamos sobre exposición a pantallas el combo es explosivo”, enfatiza.
En su reciente e imperdible libro: “Recupera tu mente, reconquista tu vida”, la psiquiatra española Marian Rojas Estapé, explica con lujo de detalles como este exceso impacta en la salud mental de los niños. Inmersos en una cultura de la inmediatez y la gratificación a golpe de clics, likes, o scrolls infinitos, las redes (diseñadas para ser irrestibles) nos llevan a liberar dosis cada vez más altas de dopamina en el sistema de recompensa cerebral, que nos vuelve adictos a esta hormona que siempre pide más (a diferencia de la serotonina que produce un bienestar estable). El cerebro, dice la doctora, recuerda lo que lo calmó; lo que le dio placebo sin esfuerzo, y por eso lo busca. “Cuanto más reiteramos esta acción más necesitaremos repetirla con intensidad y emoción creciente”, dice. Para minutos más tarde sentir el vacío o bajón anímico.
Chutes dopiminérgicos
Ni hablar de cuando nos sentimos cansados, estresados, tristes o aburridos. “Si huyo de estos estados y los gestiono siempre con la misma recompensa fácil (redes), se generará un hábito con cambios neurobioquímicos en el cerebro”, agrega. Y así, el organismo y la mente se irán acostumbrando a recompensas fuertes y la adicción queda instalada. “Es como llevar un minibar a cuestas. Cada vez que te sientes raro o mal, un chupito”, afirma. Estos “chutes de dopamina”, además bloquean el buen funcionamiento de la corteza prefrontal encargada de la atención, la concentración, la capacidad de resolver problemas y de la regulación emocional. Nos volvemos más impulsivos y menos racionales.
Además del daño cognitivo, se sabe que el exceso de tablets, celulares y notebooks, afecta el sueño (la luz azul frena la liberación de melatonina), acarrea problemas visuales, de obesidad y sedentarismo y ni hablar del impacto nocivo que tienen las redes en la autoestima y ansiedad de los adolescente al compararse negativamente con la vida “idílica” de sus pares. Atiborrada de fotos truchas, que pasan por los filtros de inteligencia artificial.
Despertarnos
Tomar conciencia de este fenómeno, de estos “chutes dopiminérgicos”, y reconocer cuán esclavos somos al celular ya es un primer paso para Estapé y para Inés Ordoñez de Lanús, directora del Centro de Espiritualidad Santa María y autora del libro “Asambleas Familiares, una metodología para compartirnos de corazón a corazón”. “La vorágine de la cotidianeidad hace que vivamos bajo el mismo techo pero sin espacios de encuentros profundos”, afirma Ordoñez en una entrevista con Newstad. Esta teóloga sostiene que hemos naturalizado hábitos dañinos como el que cada cual almuerce solo en el living mirando su móvil con la excusa de que tenemos diferentes horarios. Lo cual refuerza el aislamiento y la incomunicación intrafamiliar.
“Hemos perdido la disciplina de dejar el celular en los cuartos o en la puerta de casa cuando llegamos del trabajo”, agrega Plebst para quien urge reunirnos como padres en torno a la escuela y generar acuerdos (a qué edad es conveniente regalar el primer celu; cantidad de tiempo de exposición por día, contenidos). “Pensar juntos y dialogar con respeto es un gran paso. Educar en tribu es más fácil”, añade.
Esto mismo piensa Loli Larguía (46), experta en comunicación y fundadora de “Reset Day”, un proyecto que nació en 2024 para repensar el uso de la tecnología en los espacios públicos y privados. Autora de la masiva movida que logró erradicar los celulares de las aulas, como madre, Loli tuvo un despertar cuando su hijo de 3 años le pidió una mañana que lo acompañara a la plaza pero sin su Iphone. “Yo lo hamacaba respondiendo llamadas. Un horror”, dice. Ese fue un punto de inflexión que la impulsó a cambiar. “Hay que animarse al détox. A pedir a los amigos de tu hijo de 14 años que te den sus dispositivos cuando vienen a jugar a tu casa; a proponer a los tíos y primos que no los saquen de sus bolsillos cuando los recibís un domingo con un rico asado”, dice esta mujer valiente y pionera que considera que controlamos por demás a nuestros hijos en la vida real, y los desprotegemos en la digital.
Rutinas indispensables
Puertas adentro del hogar, Ordoñez y Plebst hablan de rutinas innegociables. Creando zonas libres de pantallas (living, comedor); respetando el desayuno, el té y la cena en la mesa; pidiendo a los más chicos sus smartphones a la hora de dormir (se cargan en el cuarto de los adultos); estableciendo límites de tiempo y horarios de desconexión. Y proponiendo espacios de encuentro cara a cara.
Pero claro primero somos nosotros, los adultos quienes debemos dar el ejemplo. ¡Y cómo cuesta! Por eso, sugieren realizar un sincero examen de conciencia para chequear: ¿cuantas horas me paso en WhatsApp o Instragram? ¿Por qué? ¿Siento que me estoy perdiendo algo? ¿Qué me pone tan ansiosa que necesito informarme a cada rato las nuevas notificaciones? “Conscientes de nuestra adicción podremos luego bajar una línea clara en casa”, subraya Ordoñez. La secuencia sería: parar, mirar, darnos cuenta para luego actuar.
Los especialistas sugieren además, que cada matrimonio se pregunte con sinceridad cómo está siendo la comunicación en su hogar; qué tipo de familia quiere ser y qué valores quiere inculcar en sus hijos. Ordoñez cree que, así como los ayudamos a terminar su tarea, e insistimos con el baño y cepillado de dientes, es importante fomentar hábitos diarios de higiene emocional y estimular en ellos el desarrollo de su conciencia espiritual. ¿Cómo? Proponiendo una corta sobremesa (o acompañando a alguno a su cama a la hora de dormir) con preguntas disparadoras del tipo: ¿cómo fue tu día?; ¿qué te gustó y qué no?; ¿sentís deseo de agradecer por algo?, ¿pedir perdón a alguien?
Juan Pablo Berra, profesor de filosofía, asevera en su libro “Los siete niveles de la comunicación” que la comunicación reclama profundidad y que en cada ser humano late un anhelo de contacto significativo. Para él, un modo de conocer nuestra calidad de vida, es analizar la calidad de nuestros vínculos que a su vez se mide por el nivel de hondura que alcanzamos en el diálogo con ellos. “El único instrumento necesario para cultivar la crucial (auto e inter) escucha, es el propio corazón”, escribe. Ni el celular, ni la tablet.
Cada uno de los consultados apuntan al mismo objetivo: la necesidad de ponerle cabeza y corazón al día para que la vorágine no nos lleve puestos. Y recuperar lo que de verdad nos hace felices: una honda conexión humana (no digital) en casa. Salir del automático y con atención plena llenarnos de miradas, caricias y besos. Para disfrutar de esos vínculos sagrados con los seres que más amamos.