Elecciones
Boleta única, la pesadilla del peronismo

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El voto libre rompió el hechizo. El nuevo sistema dejó al descubierto la fragilidad del viejo aparato.
Por primera vez en décadas, los argentinos votamos en un sistema que dificulta la manipulación de la elección. El resultado fue contundente y llamativo: el peronismo tuvo su peor elección desde 1983.
Hay elecciones que marcan un punto de inflexión, no por los nombres que ganan o pierden, sino por el modo en que se vota. Las legislativas de este año pueden quedar en la historia como la primera elección verdaderamente transparente de la democracia moderna. El método seleccionado fue la boleta única, un papel simple que cambió la relación entre el poder y el votante.
Detrás de ese cambio técnico se escondía un cambio político. La boleta única, tan resistida por el kirchnerimo, eliminó al intermediario. Sin punteros que “acompañen” a votar, sin fiscales que “ayuden” a doblar el sobre, sin el famoso “corte” organizado desde los municipios, cada ciudadano tuvo en sus manos una sola hoja, un solo papel dónde expresarse con libertad. Y ese gesto mínimo, solitario, alteró un sistema que durante años funcionó sobre la base de la manipulación territorial.
El resultado fue inmediato. Los números que durante años presentaban a los peronistas como “arrasadores” en la provincia de Buenos Aires desaparecieron de un plumazo. Los feudos imbatibles se revelaron vulnerables. Lo que antes parecía una maquinaria invencible, resultó ser apenas una estructura sostenida en la dependencia.
El fin del voto tutelado
La boleta única no solo cambió el modo de votar: cambió el sentido del voto. Durante décadas, el sufragio en amplias zonas del país estuvo condicionado por redes de favores, presiones o directamente por el control del proceso. Esta vez, el votante no dependió del puntero ni del dirigente local. No hubo “ayuda” para marcar el casillero correcto ni sobres mágicamente idénticos que aparecieran de la nada.
El voto volvió a ser un acto individual, secreto y soberano. Por eso, los resultados fueron tan llamativos: la elección se sinceró. No hubo manipulación posible, y lo que quedó al descubierto fue la verdadera dimensión del apoyo del pueblo a los peronistas.
El error de Kicillof y el silencio de los intendentes
La derrota kirchnerista no fue solo electoral: fue estructural. Durante años, los intendentes peronistas garantizaron triunfos locales a cambio de recursos, cargos o favores. En esta elección, esa maquinaria se detuvo.
El gobernador Axel Kicillof creyó que podía escapar del derrumbe nacional separando los comicios bonaerenses. Desdobló, convencido de que la identidad local lo protegería. Fue su mayor error. Aislado del efecto arrastre y sin el respaldo pleno de los intendentes, su campaña se hundió en el mismo silencio que envolvió al peronismo. Nadie se movió, nadie militó con fuerza. Sin incentivos, sin promesas, el viejo engranaje del poder territorial quedó paralizado.
Un nuevo mapa político
Lo ocurrido trasciende un resultado electoral: redefine el modo en que se construye poder en Argentina. La boleta única puso a prueba a todos los partidos, pero dejó al descubierto que algunos dependían más de la estructura que de las ideas.
Con un sistema que impide la manipulación, los votos pesan lo que realmente valen. Y cuando el voto es realmente libre, el poder deja de ser automático. Por eso, esta elección no fue solo una derrota del peronismo, sino una victoria de todos los argentinos.
