MUNDO BAZÁN
Mogólicos
En el siglo pasado, cuando éramos ingenuos y creíamos en el futuro, gritábamos “¡mongólico!” en el medio del patio del colegio y no pasaba nada. Después, como en tantas cosas, aprendimos. En 2015, el Diccionario Latinoamericano de la Lengua Española del Observatorio de Glotopolíticas de la Universidad de Tres de Febrero define “mogólico/a” así: “1. Ar. Malson.tab. desp. est. juv. fam. Imbécil, idiota, pelotudo/a. Su empleo en referencia a personas con síndrome de Down se ha vuelto muy infrecuente y recibe la censura social. Aun así, se trata de un insulto particularmente ofensivo, si bien esta carga se atenúa en contextos de mucha confianza (“Dale, no seas mogólico”, etc.) Ej.: ¿Qué te pasa, pedazo de mogólico”?
El diccionario más progresista del país se saca de encima el problema diciendo que sí, que se dice mogólico como insulto, pero bueno, el que dice mogólico no quiere decir mogólico, sólo quiere decir mogólico; que sí, que es insultante decirle a alguien mogólico, pero no porque sea mogólicosino porque coso.
Hace ya unos años, en este siglo donde no nos pusimos de acuerdo en casi nada, sí había algo que teníamos claro y que nos unía: no se usa la palabra mogólico para descalificar a nadie. No debe ser usado como insulto. Mucho menos aún en la conversación pública, en donde es factible que el piedrazo oral le pegue en la cabeza de alguien que vive en carne propia la condición de síndrome de Down. Siendo así, uno no tiene derecho de tirar piedras al azar.
En 1866, el médico británico John Landgon Down publicó su trabajo “Observations on an Ethnic Classification of Idiots” donde describe al hoy conocido como Síndrome de Down como “mongolismo” o “idiocia mongólica” porque según él, los rasgos faciales de estas personas se asemejaban a los de la etnia mongol.
Ya desde 1960 se cambió la denominación y quedó en evidencia que el uso de la palabra siempre es discriminatorio hacia personas que no tienen ninguna responsabilidad sobre su condición y que son desfavorecidos en la convivencia social por los prejuicios reinantes. Sin embargo, en los últimos años, en la conversación pública, ese mismo lodo en el que todos estamos manoseados, ha renacido con fuerza la palabra. Y nadie, a excepción de la Asociación de Síndrome de Down Argentina (ASDRA), le horroriza. Qué digo le horroriza, mínimamente le molesta. Nadie. Y retrocedemos hasta el momento en que en el siglo pasado gritábamos “mongólico” y pensábamos que era una gracia. Entonces no aprendimos nada. Ahí está perdido en la oferta multitudinaria de las plataformas el documental “Alamesa. Hay lugar para todos” de Juan Campanella sobre el trabajo del infectólogo Fernando Pollack. “Alamesa” es un restaurante donde todas las tareas, desde el preparado de los platos hasta la atención al cliente, son llevados a cabo por jóvenes neurodiversos.
Una vez que viste el documental, algo en vos cambia. Educados para no soportar la diferencia, hay algo en ese trabajo audiovisual que te recuerda que en lo que todos somos iguales, es que cada uno de nosotros es diferente a los demás. Más o menos diferente, pero diferente. Esa canción feliz, entonces, nos prepara para ser mejores personas. Admitir nuestra diferencia nos abre la puerta para valorar las otras diferencias. De eso se trata la vida en comunidad. Sin embargo, contra esta bella verdad, se alza la conversación pública y los defensores del “mogólico” como insulto.
Sus argumentos son variados: algunos dicen que no tenían idea del daño que podían causar, que no tuvieron la intención, que mirá si por una palabra. Ok, ahora ya lo saben, se cae ese argumento. Otros dicen que bueno, que se habla así, que no jodan, que siempre se habló así. Es gente que cree que las malas prácticas cristalizadas no se modifican. Bueno, hay que decirles que se abolió la esclavitud y que dejamos de comer con las manos, dos prácticas que también, siempre habían sido así. Las cosas cambian, se cae ese argumento. Están quienes alegan que cuando gritan “la concha de tu madre”, no están refiriéndose al aparato genital de la progenitora en cuestión, por eso cuando dicen “mogólico” no se refieren a lo que se conocía como un mogólico. La diferencia está en que hasta ahora ninguna concha de ninguna madre ha declarado lo que sufre cuando usan esos términos.
Un chiquito con síndrome de Down, su familia, sí. No da ni para discutir. También, claro, está el argumento de la libertad de expresión, que quizás sea el más atendible, aunque todos hemos escuchado al Tío Ben cuando le explica al joven Peter Parker que “todo poder conlleva una gran responsabilidad” ¿o no vieron Spiderman? Claro, la frase no es del Tío Ben, parece que viene del Siglo I A.C. y que tiene que ver con la espada de Damocles. Pero como ocurre últimamente las cosas ocurren desde que nos enteramos así que pongamos como fuente de toda sabiduría al Hombre Araña. ¿Es un gran poder la conversación pública? Sí, lo es. Quien tiene posibilidad de ser escuchado, quien mete esa palabra en esa conversación debe saber, claramente, que está siendo cruel. Y que se haga cargo. Otros dicen que es una reacción exagerada, que las generaciones de cristal no aceptan una mínima ofensa. Cuando éramos chicos eso se contestaba con “claro, porque no te pasa a vos”. Y comparan el hecho de usar “mogólico” como insulto con el paroxismo de las academias del norte que buscan negros en la selección de fútbol de Argentina. O a la susceptibilidad suprema de quien se ofende porque le dicen “gordo”, “puto” o “negro”. No tiene nada que ver. Un gordo, un puto, un negro, (me tocan dos de tres, vamos!) están mejor preparados, tienen más recursos para defenderse de la crueldad del mundo, en el caso de que esas palabras le resulten ofensivas. Un chico con síndrome de Down, no.
Y en todo caso, si no te molesta ser especialmente cruel con una comunidad que no recibió buenas cartas en la mano del destino, ¿qué dice eso de vos? Uno de esos famosos instantáneos -y en muchos casos, por suerte, también próximamente anónimos instantáneos- salidos del manicomio televisado denominado “Gran Hermano”, la marplatense Lourdes le dijo a la tucumana Petrona: “Pará boluda, lavate allá, down!”. Ja, ja, qué gracioso.
Al menos, a la dicente así le pareció porque se rió.En realidad, no creo que ningún chico Down se haya sentido ofendido, son demasiado inteligentes como para mirar la edición quichicientas de ese programa. Las autoridades de Telefé -recordar, el canal de la familia con las pelotas por el piso, donde Wanda Nara conduce Masterchef y Bake Off, dos programas que próximamente enseñarán a preparar hamburguesas lácteas- hicieron oídos sordos a todos los llamados de ASDRA. Se habrán mirado las autoridades de las pelotas y se habrán dicho “Somos Telefé. Somos el canal de las pelotas. Mirá si nos vamos a preocupar por un montón de mongólicos!”. Ya no habían atendido el teléfono cuando una participante de una de las ediciones anteriores, Furia, usaba frecuentemente la palabra “mogólica”, claro que seguramente sin querer referirse a una mogólica sino a coso.
Si uno de los principales canales de televisión del país se encoje de hombritos cuando le dicen que está siendo cruel, ¿qué se puede esperar de sus espectadores? Y así entonces el ex dirigente de Racing Flavio Nardini puede mandar en redes sociales “Lo hubieras hecho en casa como cuando enfiestamos a 7 pibes down menores de edad” (hay que reconocer que Nardini pidió disculpas públicas por la barbaridad); Jorge Rial le dice “Gordo Down” al referente oficialista “Gordo Dan”; el auditor general de la Nación, dr. Francisco J. Fernández con posgrado en Administración pública y derecho con especialización en seguridad pública, sistema penal, ¡derechos humanos!, contratación pública, transparencia y ¡responsabilidad social!, con maestrías internacionales en “Nuevos delitos penales” y “Administración, derecho y economía de los servicios públicos” usó la palabra “mogólico” de manera despectiva en una sesión de la Auditoría. Y claro, cómo no hablar del elefante en la sala. “Mogólico, imbécil y tarado. Uno tiene que escuchar al pelotudo del dinosaurio, envidioso, resentido, con síndrome de Procusto, decir cómo son o no deben ser las formas ¿por qué no te vas a la concha de tu madre, hijo de puta“ le tiró el entonces candidato a presidente Javier Milei a su colega economista Roberto Cachanosky.
No sé si ese fue el momento fundacional de la reivindicación de la palabra “mogólico”, si a partirde ahí se abrió la tranquera.
-Ah, preferís los otros que te robaban y te encerraron antes que este presidente que usa malas palabras?? -te tiran los defensores acérrimos del gobierno. Lo único que se puede contestar es ¿qué tiene que ver? ¿Por qué tengo que elegir entre ladrones y malhablados? ¿Tenemos que venir a contar ahora a esta caterva de recién nacidos todo lo que hicimos en todos estos años, mientras ellos estaban jugando al strike? Ahora que “sobame la quena” es la única respuesta que se consigue de una diputada que se autoproclama liberal o que otra diputada autoproclamada liberal sube a las redes una selfie feliz con la leyenda “Serro Campanario” es bueno recordar a don Lisandro De la Torre, quien dijo de sí mismo “Yo estoy afiliado a la democracia liberal, progresista, que al proponerse disminuir las injusticias sociales trabaja contra la revolución comunista, mientras que los reaccionarios trabajan a favor de ella con su incomprensión de las ideas y de los tiempos”. Cuatro horas estuvo en una cena hablando don Lisandro De la Torre con el escritor Alberto Gerchunoff –autor nada menos que de “Los Gauchos Judíos”-. Al finalizar la cena, Gerchunoff le dice a De la Torre: “Ahora sé por qué nunca va aa llegar a presidente. Un político que puede hablar cuatro horas de literatura y poesía carece de futuro en estos pagos”.
No sabían en aquel momento ni Gerchunoff ni De La Torre hasta qué pozos caería la conversación pública. Si la única respuesta que se consigue ante el mínimo planteamiento en la conversación pública es “sobame la quena, mogólico” ya no hay conversación pública. Sólo furia y ruido. Sólo confusión. No me llamen para eso.