Entre el cambio y la decadencia
Milei o populismo: las dos opciones en octubre

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La Argentina se debate entre dos caminos: apoyar el esfuerzo de estabilización o revivir el pasado de fracasos.
En la Argentina de hoy, todavía hay quienes se permiten el lujo de criticar a Javier Milei por sus maneras, por sus gritos, por sus exabruptos o por su estilo disruptivo. Pero detrás de esas críticas muchas veces superficiales se esconde una peligrosa ingenuidad: creer que lo peor que podría pasarle al país es un presidente con formas que no agradan. No. Lo peor que podría pasarle a la Argentina es que vuelva el peronismo, con todo lo que eso significa.
Las “formas” de Milei frente al aparato del saqueo
Milei grita, es frontal, no oculta lo que piensa. Eso molesta a los que se acostumbraron a presidentes que sonríen mientras vacían las arcas del Estado, que hablan de “inclusión” mientras enriquecen a sus socios y parientes, que prometen derechos mientras multiplican la pobreza. Y también molesta a aquellos que añoran el correctísimo modo de Mauricio Macri, aunque este no se animara a ir más allá del discurso y realizar los cambios estructurales que necesitaba el país. Cambios por los que muchos lo elegimos en su momento.
Criticar a Milei por levantar la voz en un discurso, por insultar o por ser políticamente incorrecto, mientras se olvida que durante años el kirchnerismo transformó el Estado en una máquina de corrupción y manipulación, es mirar la política con anteojeras.
La memoria corta: el kirchnerismo y sus cicatrices
Es necesario recordar lo que significó el kirchnerismo para la vida cotidiana de los argentinos:
- INDEC manipulado: un Estado que mentía con descaro sobre la inflación, ocultando la pérdida brutal del poder adquisitivo.
- Corrupción en la obra pública: Lázaro Báez, rutas fantasma, bolsos con dinero, hoteles pagados por contratistas. Todo un entramado mafioso que usó el presupuesto nacional como caja personal.
- Guillermo Moreno y las amenazas: el símbolo de un modelo basado en la intimidación, en el miedo, en la violencia verbal y hasta física contra empresarios, periodistas y ciudadanos.
- El cepo y la economía estancada: fábricas paralizadas, fuga de capitales, aislamiento financiero.
- La inseguridad jurídica: cambiar reglas de juego de un día para el otro, ahuyentando inversiones y condenando al país al atraso.
Ese fue el “modelo” que algunos todavía sueñan con revivir. Un país sin estadísticas confiables, sin justicia independiente, sin economía abierta y con un sistema de saqueo planificado.
Milei y la incomodidad del cambio
Milei no es un presidente cómodo. No lo es para la política, no lo es para los medios, no lo es para la diplomacia. Pero esa incomodidad es justamente lo que permite que exista una ruptura con el pasado.
En pocos meses, el gobierno puso sobre la mesa lo que ningún presidente se animó: equilibrio fiscal, recorte del gasto político, sinceramiento de tarifas y fin de la emisión descontrolada. Medidas duras, sí, pero necesarias para empezar a salir de la trampa inflacionaria que dejó el kirchnerismo.
Lo paradójico es que muchos que hoy lo critican por sus exabruptos jamás alzaron la voz cuando Néstor Kirchner dejaba de rodillas a gobernadores, cuando Cristina Fernández atacaba a la prensa desde la cadena nacional o cuando funcionarios armaban listas negras de periodistas críticos. ¿Acaso esas “formas” no eran violentas? ¿Acaso no eran autoritarias?
Lo que realmente está en juego
El dilema argentino no es si Milei grita demasiado o si incomoda a los foros internacionales. El verdadero dilema es si queremos un país que avance hacia el orden, la transparencia y la apertura, o si vamos a regresar a la lógica peronista de la prebenda, el clientelismo y la corrupción estructural.
Cada vez que el peronismo gobernó, dejó tras de sí una economía más débil, una sociedad más pobre y un Estado más quebrado. Cada vez que tuvo la oportunidad, se dedicó a dividir a los argentinos, a comprar lealtades con dinero público y a usar la justicia como escudo personal.
Apoyar a Milei no es un acto de idolatría: es un acto de defensa propia. Es decirle al pasado que no volverá a gobernarnos. Es sostener un proyecto de cambio real, aunque duela, aunque no sea simpático, aunque incomode a quienes preferirían un presidente dócil y obediente al sistema.
La elección es clara
Quienes hoy ponen el grito y se ofenden con Milei, olvidan que del otro lado no hay un “peronismo moderado”: hay una maquinaria de poder que ya demostró de lo que es capaz. Lo que se juega no es la estética de un discurso, sino la supervivencia de un país que durante décadas fue saqueado por quienes se llenaban la boca hablando del pueblo mientras vaciaban el Estado.
La Argentina no puede darse el lujo de la memoria corta. O apoyamos el rumbo de cambio que propone Milei, con sus formas incómodas y sus decisiones difíciles, o volvemos a abrirle la puerta al mismo peronismo que destruyó nuestras instituciones y nuestras esperanzas.
