Longevidad y desigualdad en la Argentina
Mayores que siguen trabajando: ¿vocación o necesidad?

Sociólogo. Investigador de la Fundación Navarro Viola.

El trabajo después de la edad jubilatoria crece en ambos extremos de la pirámide social: por obligación o por elección, marca nuevas desigualdades.
El aumento sostenido de personas mayores que continúan trabajando después de la edad jubilatoria no es una excentricidad ni una moda tardía. Es un fenómeno demográfico con fuertes raíces sociales y estructurales. Hace décadas, cuando se diseñaron los sistemas previsionales en la Argentina y el mundo, se pensaba en una vida post-laboral de 5 años. Hoy ese tiempo puede superar los 15 o 20 años, y no para todos por igual: las desigualdades entre niveles socioeconómicos también marcan esta etapa.
Los datos muestran un crecimiento significativo del trabajo en mayores tanto en el primer quintil (el de menores ingresos) como en el quinto (el de mayores ingresos). Dos mundos distintos, dos lógicas opuestas. En los primeros, prima la necesidad: el haber jubilatorio es mínimo y, aunque exista una cobertura casi universal, es insuficiente para llegar a fin de mes. La informalidad también atraviesa a este sector: empleos precarios, changas mal remuneradas, sin estabilidad ni derechos. Una de cada cuatro personas mayores vive en hogares con condiciones de pobreza multidimensional, y el 40% en hogares que declaran insuficiencia de ingresos.
Pese al alcance de los programas sociales, los mayores acceden menos que otros grupos a las transferencias de ingresos y la asistencia alimentaria. En muchos casos, se los supone cubiertos por sus jubilaciones y/o pensiones , aunque éstas sean exiguas. En este contexto, seguir trabajando no es una opción: es la única estrategia de supervivencia. Su única libertad es seguir trabajando o la mendicidad.
En el otro extremo, están quienes siguen activos no por obligación sino por deseo/preferencia. Hay quienes encuentran en su profesión/ocupación un componente identitario, un espacio de pertenencia o una fuente de autoestima. Están los que se resisten a abandonar lo que consideran "suyo": su estudio contable, su consultorio, su empresa familiar. El trabajo se vuelve continuidad de sentido. No es tanto seguir trabajando como no dejar de ser.
Esta diversidad también está cruzada por el tipo de trayectoria laboral previa. Quienes fueron empleadores o trabajaron de forma autónoma/cuentapropistas tienen más margen para adaptar su ritmo, delegar tareas o flexibilizar horarios. En cambio, los que fueron asalariados encuentran más barreras: normativas que hasta hace poco les impedían seguir en relación de dependencia, culturas empresariales que priorizan la juventud, o simplemente la falta de oportunidades. Aun así, muchos reconvierten su experiencia en consultorías o microemprendimientos.
La estructura de oportunidades es profundamente desigual. No todos pueden elegir. El capital educativo, las redes, el entorno familiar, la salud, todo incide. También la posibilidad de combinar ingresos: los que durante su vida laboral fueron asalariados por la mañana y cuentapropistas por la tarde tienen más chances de ampliar esa segunda actividad al jubilarse.
En definitiva, el aumento de personas mayores económicamente activas revela una tensión central de nuestra época: la longevidad como conquista social puede convertirse en una carga si no está acompañada por estructuras que sostengan esa etapa. Y mientras algunos siguen trabajando porque quieren, otros lo hacen porque no pueden dejar de hacerlo. En esa diferencia se juegan no solo las biografías individuales, sino el tipo de sociedad que queremos construir.