El otro lado de la fórmula presidencial
Los primeros vicepresidentes: entre la lealtad y la traición

Historiadora y Periodista

Desde el siglo XIX, la vicepresidencia argentina carga con historias de poder, desconfianza y exclusión.
Salvador María del Carril construyó una brillante carrera política. Siempre al frente de grandes empresas llegó a ser vicepresidente del general Urquiza y, posteriormente, miembro de la primera Corte Suprema de la Nación. Pero su “talento” fue más allá de lo formal y supo manejar los hilos políticos desde las sombras. Muchos años antes, en 1829, convenció a Lavalle de fusilar al general Manuel Dorrego.
La posteridad le jugó una mala pasada. Cincuenta años más tarde el historiador Ángel Justiniano Carranza encontró las cartas que del Carril envió a Juan Galo Lavalle y las publicó en La Nación. Constituyó un verdadero escándalo. Podía leerse al ex presidente de la Corte Suprema incitando al crimen y pidiendo que sus mensajes se eliminaran pues “si es necesario mentir a la posteridad, se miente…”
A pesar de terminar de este modo y tener mala relación hasta con su propia familia, Salvador María fue un vicepresidente fiel. Recibió de Urquiza la mayor de las confianzas y apoyo. Activo unitario durante su juventud, la alianza que mantuvo con el máximo líder Federal se desarrolló sin conflictos. Poco después la fórmula se repitió invirtiendo papeles con el federal Marcos Paz como vice del porteño Bartolomé Mitre.
Nacido en Tucumán hacia octubre de 1811, además de ser un político destacado fue padre de Máximo Paz, tío materno de Julio Argentino Roca y paterno de José C. Paz, fundador del diario “La Prensa”. La confianza de Mitre en él fue absoluta. Le tocó presidir el gobierno durante largos meses, ya que el presidente estaba al frente de las tropas, en plena Guerra del Paraguay.
Dentro de este contexto podemos considerar que Paz no era muy empático. Solía referirse despectivamente a otros provincianos y exigió que los soldados del Norte se trasladaran a pie hacia Corrientes, para incorporarse al conflicto bélico. Las condiciones eran inhumanas, al punto de que muchos de ellos marcharon descalzos. En referencia a esta situación José Posse, gobernador de Tucumán, le escribió:
“Sin duda que la estación fría es buena para caminar, pero te olvidas que en este tiempo en que jamás llueve en estas Provincias, no hay agua ni para los pájaros, y que por consiguiente todo es travesía [desierto], que no hay naturaleza de hombre que resista el caminar a pie; a lo que debemos agregar el polvo del camino, insoportable aún para andar en coche”.
Fueron este tipo de tratos los motivos principales de levantamientos y desbandes. La prédica de Felipe Varela, contraria a la Guerra, tuvo así un éxito arrasador. La mayoría escapaba del ejército y se unía a las mon¬toneras por la crueldad del trato. No se movían por principios “ideológicos” o hermanados con el Paraguay como románticamente plantean los revisionistas. En medio de este caos Paz falleció, víctima del cólera en enero de 1868.
Meses más tarde Adolfo Alsina ocupó la vicepresidencia de Sarmiento. A pesar de pertenecer a la elite representaba a las clases bajas porteñas, a los estudiantes e intelectuales. El sanjuanino carecía de ese apoyo pero contaba con el del Ejército y el Interior. Se unieron con el único fin de vencer. Tuvieron éxito, pero terminaron protagonizando la primera relación tormentosa entre presidente y vice de nuestra historia.
El acto de proclamación de ambos fue emotivo en extremo. Se realizó en el Congreso y debido al fallecimiento de Paz, el Senado fue presidido por un presidente provisional: Valentín Alsina, padre de Adolfo. Al leer el nombre de su hijo las lágrimas se agolparon y no pudo terminar de leer la fórmula vencedora. Ya repuesto, el viejo unitario, pidió nuevamente la palabra y señaló:
“en atención a la especialidad de la circunstancia de haber sido mi hijo proclamado Vicepresidente, permitidme, repito, que exprese cuándo menos, el deseo que me anima, de que mi país (...) se depongan todos los odios, todas las pretensiones que puedan agitar los espíritus; y que relegando las pretensiones que puedan subsistir, para otro período eleccionario, corra toda la Nación en masa a apoyar el nuevo Gobierno y a prestarle el auxilio, sin el cual no hay Gobierno que pueda obrar la felicidad del país, que ardientemente la desee (...) no puedo expresar más, porque me detendría en consideraciones personales; pero disculpadme, teniendo presente que es mi hijo, a quien tal vez me refiero, según sean las eventualidades de los sucesos futuros”.
Lamentablemente las discusiones y pleitos se hicieron presentes de inmediato. El sanjuanino desconfiaba enormemente del porteño y logró anularlo por completo. Ricardo Rojas escribió al respecto:
“El nuevo presidente no tardó en reñir con su vice, el doctor Adolfo Alsina, hombre también aficionado a mandar. Enfriadas las relaciones por una cuestión de ascensos militares, Sarmiento habría dicho algo como esto: ‘Se quedará a tocar la campanilla del Senado durante seis años, y lo invitaré de tiempo en tiempo a comer para que vea mi buena salud’. Mala manera de empezar…”
Elegir un vicepresidente en Argentina ha sido, desde los inicios de la vida republicana, una auténtica ruleta rusa. A veces, el tiro no sale: la fórmula funciona, se complementa, y hasta construye confianza mutua. Pero en otras ocasiones, lo que parecía una alianza sólida termina en disputa, sabotaje o indiferencia. Los primeros vices de nuestra historia —Del Carril, Paz, Alsina— ya dejaron en claro que, más que un cargo decorativo, la vicepresidencia puede ser una caja de sorpresas.
En tiempos recientes, la historia vuelve a plantear interrogantes similares. La fórmula presidencial entre Javier Milei y Victoria Villarruel surgió como una alianza potente, con promesas de cambio profundo y una narrativa común frente al statu quo. Sin embargo, con el paso de los meses, las diferencias de estilo, los silencios estratégicos y las decisiones institucionales han comenzado a marcar una distancia. El Senado, ámbito natural de la vicepresidencia, se ha transformado en un espacio donde se juega una agenda propia, a veces no del todo alineada con la Casa Rosada.
La historia argentina está llena de vicepresidentes que acompañaron, desafiaron o buscaron brillar con luz propia. Del Carril, Paz, Alsina… Cada uno mostró cómo las relaciones entre presidente y vice pueden ser una oportunidad o una amenaza. El tiempo dirá si la fórmula Milei-Villarruel logra mantenerse cohesionada o si, como tantas veces en nuestra historia, la tensión se impone sobre la unidad.