En el Congreso
Los niños no son un laboratorio de género

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La designación de una militante pro “infancias trans” al frente de la Defensoría del Niño que indigna.
En una jornada marcada por fuertes tensiones y acusaciones cruzadas, el Congreso de la Nación aprobó —con 156 votos afirmativos— la designación de María Paz Bertero como nueva Defensora de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
El nombramiento, impulsado por el kirchnerismo y acompañado por algunos sectores de la oposición, fue rechazado con dureza por los bloques de La Libertad Avanza y parte del PRO, que denunciaron una nueva “colonización ideológica de los organismos del Estado”.
Bertero, abogada egresada de la Universidad Nacional de La Plata, se define como “feminista, militante por los derechos humanos y por la diversidad”. Es una figura reconocida dentro del progresismo bonaerense por su cercanía al gobernador Axel Kicillof y por su defensa pública de la legalización del aborto y de las denominadas “infancias trans”, un concepto que ha generado un profundo debate ético, médico y cultural dentro y fuera del ámbito político.
Una designación que divide y preocupa
La designación de Bertero llega tras meses de vacancia en la Defensoría, y con la promesa —incumplida— de darle al organismo un perfil más independiente y profesional. Sin embargo, la elección de una militante con un fuerte sesgo ideológico deja en evidencia el uso político de un cargo que debería ser ejemplo de equilibrio, empatía y protección genuina de la niñez.
La defensa de las llamadas “infancias trans” ha sido uno de los ejes más polémicos del pensamiento de Bertero, quien sostiene que los niños pueden “autodefinirse” en edades en las que ni siquiera poseen madurez emocional o psicológica para comprender los alcances de esas decisiones. Ese discurso, presentado como una forma de libertad o inclusión, termina siendo una peligrosa forma de adultización precoz y de manipulación emocional sobre quienes todavía están en desarrollo.
La infancia no se debate: se protege
Nombrar a una militante con esa visión para defender los derechos de los niños es un acto de profunda irresponsabilidad. La infancia no es un experimento social ni un laboratorio ideológico.
Los niños necesitan contención, guía, afecto y límites, no etiquetas ni discursos que los empujen a cuestionar su identidad antes de tiempo.
La llamada “sexualización de las infancias” —disfrazada de inclusión— implica introducir en edades tempranas temas, dudas y decisiones que los menores no están preparados para asumir. Promover la idea de que un niño puede “elegir su género” o iniciar procesos de hormonización es, en realidad, una renuncia al deber adulto de proteger la inocencia. El Estado, que debería cuidar esa frontera sagrada entre el mundo infantil y el adulto, la está borrando a través del lenguaje y la política.
Ideología versus protección
Una defensora de los derechos del niño debería ser la voz de la prudencia, la contención y la empatía. No la portavoz de una corriente ideológica que convierte la identidad infantil en una causa militante.
El discurso de las infancias trans, lejos de proteger, puede generar daños psicológicos irreversibles. Numerosos profesionales advierten sobre las consecuencias de intervenir tempranamente en niños que atraviesan etapas normales de exploración y confusión. Pero estas advertencias son silenciadas en nombre del “progreso” o del “derecho a la identidad”, cuando en realidad se trata del derecho a ser niño sin presiones ni etiquetas.
Cuando la ideología suplanta a la empatía, se pierde de vista lo esencial: los niños no necesitan definirse, necesitan ser cuidados.
No necesitan discursos de inclusión, sino familias presentes, docentes responsables y un Estado que proteja su desarrollo integral, no que los convierta en campo de batalla cultural.
La verdadera defensa de la niñez
La designación de Bertero no es un hecho menor: es un símbolo. Representa una visión del mundo que confunde diversidad con experimentación, libertad con manipulación y empatía con adoctrinamiento.
Un defensor del niño debe estar por encima de cualquier bandera, no utilizar la niñez como escenario de propaganda ideológica.
La verdadera defensa de los derechos del niño comienza cuando los adultos dejan de proyectar sus debates sobre ellos.
Porque cada vez que un Estado, una organización o una militancia decide imponer una mirada política sobre la infancia, lo que se pone en riesgo no es solo la inocencia: es el futuro moral y emocional de toda una sociedad.