La cara oculta del peronismo.
Los militantes de Caín

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Una crítica feroz al peronismo, donde la envidia y el resentimiento son la base de su existencia política.
Javier Milei llama secta al peronismo. Y es verdad, es una secta.
Pero no todavía.
Pasa que Javier viene del futuro: y es cierto, el peronismo va a quedar reducido a una secta. Pero para eso todavía falta: hoy el peronismo sigue siendo una religión. Una religión que sigue generando los mismos milagros de siempre: multiplica de manera ilimitada la corrupción y la pobreza.
Y es una religión porque la diferencia entre una secta y una religión es que la religión tiene apoyo del Estado.
Y hoy el peronismo sigue teniendo apoyo del Estado. El más obvio: los estados provinciales.
Pero a nivel nacional tiene el más poderoso de todos: los sindicatos peronistas. Ellos son los verdaderos dueños del Estado.
Detallo algunos:
ATE, UPCN, CETERA, CONADU, FEDUN, etc.
Sí, he aquí a los verdaderos dueños del Estado.
Y por eso sus apóstoles, esta semana en el Congreso, sabotearon todas las reformas que viene llevando adelante el gobierno de Javier Milei. Porque no quieren que la Ley Bases, esa maravilla planificada por el gran Federico Sturzenegger que vino a salvar a la Argentina, achique y les quite los curros a los verdaderos dueños del Estado delincuente: los peronistas. Que como siempre siguen apostando de manera religiosa por los golpes de Estado y la corrupción. Y van a seguir apostando porque el peronismo es un movimiento golpista que nació con un único objetivo: colonizar el Estado para que sus dioses puedan vivir eternamente del saqueo.
Pero como el Estado argentino no produce nada, hicieron una Constitución a su medida, para poder saquear legalmente a los que verdaderamente producen: los trabajadores del sector privado.
Para eso inventaron y siguen inventando impuestos. Porque impuestar al sector privado es y será siempre la de ellos, para vivir de quien se gana el pan con el sudor de su frente.
Para colmo de males, los saqueadores gozan de la protección que les da la Ley Sagrada: la Constitución Nacional, con su siniestro artículo 14 bis, otra invención peronista y del peronismo de buenos modales. De él se desprende que el empleado público goza de "estabilidad propia", mientras que el trabajador privado de "inestabilidad propia".
Por eso terminar con ellos no es tarea fácil. Las tablas sagradas lo impiden. Se necesita una urgente reforma constitucional que hoy es un imposible. Estamos lejísimos de semejante cantidad de legisladores. Si siquiera contamos con la posibilidad de frenar lo que pasó esta semana, donde sabotearon los cambios que se vienen haciendo hace un año y medio, imagínense lo lejos que estamos de este sueño…
Por eso hay que seguir predicando en el desierto. Cueste lo que cueste. Porque recién estamos escapando de los esclavistas del Estado y para llegar a tener mayoría en ambas Cámaras, faltan por lo menos dos años y medio de caminata. Queda mucha sed por recorrer.
Y la pelea, ya sabemos, no es fácil.
Enfrente tenemos al peronismo, la peor religión de todas porque tiene como mesías al peor de todos los mesías: ¿Judas?
¡No, Caín!
Sí, Caín es el mesías del peronismo. El que odiaba a Abel porque producía, motivo por el cual termina asesinándolo.
La Biblia es el primer policial de la humanidad que propone un desafío: no descubrir quién es el asesino. Como lectores de entrada sabemos quién es. Incluso antes que Dios. Lo que propone La Biblia como desafío cognitivo es descubrir por qué Caín mató a Abel, por qué lo asesinó.
Y el libro de los libros nos lo revela con mucha claridad: Caín mató a Abel porque lo envidiaba. Lo envidiaba porque no soportaba que Abel produjera y triunfara.
La envidia: ese es el ADN peronista. Que viene a contarnos por qué los peronistas, que son los apóstoles de Caín, eligen el resentimiento como forma de vida.
Resentirse les dio una respuesta “tranquilizadora”. Porque los llevó a creer sin dudar que el culpable de sus fracasos siempre es Abel. Los Caínes de la vida se inventaron que no triunfan por culpa de él. Y eso no es lo peor. Lo peor es que se lo creen.
En lugar de asumir que su fracaso está íntimamente relacionado con la inacción, porque no hacen nada, y no hacer nada es garantía de fracaso, se inventaron que la culpa de que a ellos les va mal es porque hay alguien que produce: Abel.
Invierten la carga de la prueba para optar por lo fácil: no hacer nunca nada para nunca frustrarse. Porque hacer, ya se sabe, implica convivir en forma permanente con el error y rara vez con el acierto. Pero ellos no están preparados para poner en juego su narcisismo.
Les gusta lo cómodo: esclavizar mediante impuestos a quienes producen para vivir de los que trabajan.
Es un caso muy curioso el de los peronistas, porque se asumen conscientemente como improductivos, como incapaces de generar riqueza, pero también como esclavistas. Es decir, se asumen como parásitos que se alimentan de los organismos que producen.
Por eso su religión tiene la misma apuesta de siempre: el infierno fiscal. Impuestar. Ese es el objetivo. Ya sea con emisión o con más impuestos, para seguir asfixiando cada vez más a los Abeles de la vida.
La religión peronista no sabe hacer otra cosa que saquear permanentemente. Es por eso que esta semana en el Congreso volvieron por lo mismo. Por más dinero irreal para seguir saqueando al sector privado.
¿Sabés cómo se llamaba el recaudador de impuestos en el Evangelio según San Lucas?
Zaqueo.
De ahí viene la palabra.
Desde siempre lo supimos.
Sólo que ahora lo estamos viendo cada vez con mayor claridad.
Así como estamos viendo, también con mayor claridad, que la única manera de terminar con el infierno peronista es llenando el Congreso de la Nación de los seguidores del apóstol Abel.
Ya lo dije: ahora somos minoría. Y estamos en el medio del desierto.
Por eso pudieron sabotear una vez más la Ley Bases.
Pero si seguimos apostando por Abel, tendremos la chance de colocarle este 2025 el último clavo a la cruz donde está crucificado Caín, el mesías del peronismo.
Eso sí, una vez que le clavemos el último clavo, hay que seguir poniéndole más clavos, para que nunca resucite y quede reducido a lo que será en el futuro: una secta.
Sólo así podremos para siempre desparasitar al Estado.