La recuperación de la Patagonia
Los mapuches, invasores llegados desde Chile

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La Conquista del Desierto fue una respuesta necesaria a la violencia de los malones.
Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, la Argentina prácticamente duplicó su extensión territorial y logró pacificar la frontera sur gracias a la llamada Conquista del Desierto. Este episodio, tantas veces cuestionado, fue en realidad una respuesta necesaria frente a una situación insostenible para el país, y se llevó a cabo en un contexto histórico que durante décadas fue tergiversado por un relato sesgado e ideologizado.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, los pueblos que dominaban la Patagonia no eran autóctonos de la Argentina. Se trataba de mapuches provenientes de Chile, quienes habían cruzado la cordillera, desplazado violentamente a las comunidades originarias y masacrado a muchos de sus integrantes. Como explica el historiador Ruiz Moreno:
“El núcleo más poderoso y temible de estos indios se constituyó cuando el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, facilitó el arribo y la radicación de un gran cacique para que, dominando a todos los demás, le permitiese tratar con uno solo y no con la diversidad de ellos. Los nativos originarios del suelo fueron aniquilados por los invasores ‘chilenos’ y así nació la peligrosa Confederación de Salinas Grandes, establecida en 1834”.
El propio Calfucurá reconoció en 1861 su condición de extranjero, al escribirle al general Emilio Conesa:
“Le diré que yo no estoy en estas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, sino que fui llamado por don Juan Manuel, porque estaba en Chile y soy chileno; y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras”.
El motivo que impulsó al gobierno nacional a actuar no fue solo la cuestión territorial, sino la violencia constante de los malones. Miles de cabezas de ganado eran robadas y llevadas a Chile, donde se comerciaban abiertamente. Incluso las mujeres cautivas eran tratadas como mercancía.
Ya en 1870, el diputado chileno Guillermo Puelma denunciaba en su Congreso:
“En cuanto al comercio: veamos que el de los animales, que es el que más hacen los araucanos, proviene siempre de animales robados en la República Argentina. Es sabido que últimamente se han robado ahí 40.000 animales, más o menos, y que son llevados a la tierra; y nosotros, sabiendo que son robados, los compramos sin escrúpulo alguno, y después decimos que los ladrones son los indios. ¿Nosotros qué seremos?”.
En el mismo sentido, el ingeniero francés Alfredo Ebelot, testigo directo de la frontera, describió:
“País montañoso y agrícola, Chile produce poco ganado y consume mucho, gracias a los robos que efectúan los indígenas, de los cuales aprovecha solapadamente. Allí han sido conducidos los centenares de miles de bestias con cuernos que han ido desapareciendo de las llanuras argentinas desde hace veinte años. (…) Este comercio escandaloso ha contribuido mucho a perpetuar las incursiones”.
Las protestas diplomáticas argentinas nunca obtuvieron respuestas efectivas de parte del gobierno chileno. La situación era alarmante: miles de kilómetros de territorio fértil estaban en manos de grupos extranjeros que ni eran originarios ni buscaban integrarse al país, sino que vivían del saqueo.
Fue entonces cuando Avellaneda dio carta blanca a Julio Argentino Roca, quien organizó y ejecutó la campaña militar que permitió a la Argentina recuperar la Patagonia. Gracias a esa decisión política y militar, el país incorporó vastas tierras productivas, aseguró la frontera y consolidó su soberanía sobre el sur.
Hoy, esa Patagonia que es orgullo nacional y motor económico fue posible gracias a una política clara y firme frente a la amenaza permanente de invasores extranjeros. La Conquista del Desierto no fue una agresión contra pueblos autóctonos —ya inexistentes en su mayoría a causa de la invasión mapuche—, sino una acción necesaria para asegurar el futuro de la Nación.