Efemérides del vino
07 de Septiembre: Brindamos por los alquimistas detrás de cada copa

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Más allá de la fecha, es la oportunidad de agradecer a quienes, con ciencia, pasión, mucha paciencia y un toque de magia, transforman la uva en vino.
Generalmente se habla de bodegas, marcas o etiquetas, el trabajo del enólogo suele quedar en segundo plano. Sin embargo, su rol es clave: son los arquitectos del vino, los que interpretan la uva, el suelo y el clima para que, al final, podamos disfrutar de un Malbec potente, un Chardonnay elegante o un blend que sorprenda.
Pero, ¿Qué hace un enólogo?
A simple vista, cualquiera podría pensar que el enólogo “solo prueba los vinos”. La realidad es mucho más compleja. Su trabajo arranca en el viñedo, acompañando el ciclo de la vid, definiendo el momento exacto de la cosecha, entre tantas labores culturales, y sigue en la bodega, donde cada decisión técnica influye en el resultado final. Pero claro, también prueba los vinos periódicamente como parte de su trabajo, más allá del disfrute personal.
- ¿Se fermenta en acero inoxidable o en barrica?
- ¿Cuánto tiempo pasa en contacto con las lías?
- ¿Qué tipo de crianza se busca?
Son algunas preguntas que acompañan a su tarea diaria. Detrás hay conocimiento de química, biología, microbiología, y también, en muchos de los casos, grandes tradición marcadas por varias generaciones y eso es algo intangible, muy difícil de explicar. El vino se siente, desde bien adentro.
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Muchos enólogos coinciden en algo: hacer vino es tanto ciencia como arte. Por un lado, necesitan precisión, control de algunas variables, análisis en laboratorio y decisiones técnicas. Por otro, está la intuición, esa sensibilidad que los lleva a arriesgar con una maceración más larga, con un corte diferente o con el uso de una levadura no tradicional. Son instancias en donde sucede la magia.
En palabras simples: la ciencia asegura que el vino sea correcto; el arte hace que sea memorable. Pero no olvidemos nunca de disfrutar.
El Día del Enólogo es también la excusa perfecta para recordar que cada vino tiene una historia detrás. No es lo mismo un Malbec de Gualtallary que uno de Luján de Cuyo; ni un Pinot Noir patagónico que un Torrontés salteño. El enólogo es quien traduce esas diferencias y las convierte en la bebida más honesta y disfrutable de la historia, en vino.
En Argentina, además, se vive una verdadera revolución enológica. Hoy más que nunca, las nuevas generaciones de profesionales están apostando por vinos más frescos, con menos madera y más expresión del lugar. Otros, en cambio, se animan a rescatar técnicas ancestrales como la fermentación en tinajas de barro o la mínima intervención. Y muchos, son lo que continúan con el legado de vinos más tradicionales. Lo bueno de todo esto, es que siempre pensemos en tomar una copa en buenas condiciones y sin preguntarnos tanto más que solo disfrutar.
Aunque no se hable tanto de su rol fuera del mundo del vino, los enólogos argentinos tienen reconocimiento internacional. Son premiados en concursos, invitados a ferias en todo el mundo y, sobre todo, responsables de que nuestro país se haya consolidado como un referente global en Malbec y más allá.
El 7 de septiembre es, entonces, un día para agradecerles. Porque sin ellos, la mesa no tendría esa botella que acompaña la charla, el asado, los momentos con amigos y las reuniones en familia.
Así que, si ese día descorchás un vino, pensá por un momento en todo lo que hubo detrás: la vid creciendo bajo el sol, la vendimia en las madrugadas frescas de marzo, los dolores de cabeza por las inclemencia climáticas, los costos (otro dolor de cabeza jaja) la bodega en plena fermentación… y el enólogo, en el medio de todo, afinando cada detalle. El contacto con la naturaleza es un regalo del cielo y el resultado final de beber ese vino que tanto uno esperó es como tocar el cielo con las manos, así me decían varios amigos que disfrutan con mucha pasión de su profesión.
Argentina es un semillero constante en formación, si algo tenemos son escuelas con profesores, tutores, maestros, abuelos, padres, tíos, amigos que siguen formando a nuevos enólogos, y cada vez más jóvenes sueñan con aprender el amor por hacer vinos, por el contacto con la naturaleza. Como también muchos sueñan con explorar en otras regiones vitivinícolas y volver al país con ideas frescas e innovadoras. Se trata de una profesión exigente, que pide pasión, paciencia y una gran capacidad de adaptación.
En tiempos donde se valora lo auténtico y lo artesanal, los enólogos tienen el desafío de seguir creando vinos que emocionen, que cuenten historias, sean agradables al beberlos por sobre todas la cosas. Necesitamos que más vino llegue a la mesa de todos los argentinos.
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En conclusión, el Día del Enólogo es mucho más que una fecha. Es un homenaje a esos profesionales que transforman uvas en grandes emociones. Y como ellos mismos suelen decir: “el mejor vino todavía está por hacerse”.
¡Chin Chin!