El nuevo Pontífice estuvo en Argentina más de una vez
León XIV: el Papa que ya nos conocía

Periodista.

Antes de ser elegido Pontífice, Robert Prevost compartió misas con Bergoglio, bendijo bibliotecas en Buenos Aires y escuchó con atención a docentes, frailes y novicios. Quienes lo cruzaron cuentan cómo es en persona: cercano, silenciosamente profético y con una sonrisa que nadie olvida.
Cuando Robert Prevost visitó La Plata en 2013, no lo escoltaban cámaras ni guardaespaldas. Tampoco hacía discursos ampulosos ni buscaba reflejarse en titulares. Venía a concelebrar una misa —como tantos pastores de América Latina—, en este caso, la ordenación episcopal de su amigo Alberto Bochatey. Lo hizo en silencio, con la austeridad de quienes llevan siglos caminando por los márgenes. Pero para quienes lo vieron entonces, algo quedó claro: ese hombre, con alma agustiniana y sonrisa franca, tenía una luz propia.
Diez años más tarde, esa misma figura asoma en el balcón de San Pedro como León XIV. Y en las comunidades argentinas que lo recibieron antes de su elección, se multiplican las voces que no lo ven como un desconocido, sino como alguien que “ya había pasado por casa”.
“Para nosotros es como un gran padre”, dice Fray Javier Otaka, agustino radicado en Salta, en diálogo con Newstad. “Lo conocí en Roma, en reuniones con la orden. Era alguien que escuchaba con mucha atención. Recordaba nombres, lugares, frailes. Te hacía sentir importante aunque fueras uno más entre muchos”. Otaka también relata una escena casi profética: “El arzobispo de Salta, monseñor Cargnello, me dijo hace tiempo que lo veía como el próximo Papa. Le respondí: ‘Va a hacerle mucho bien a la Iglesia y a la Orden’. Hoy, eso se está cumpliendo”.
El vínculo de León XIV con Argentina no fue simbólico ni diplomático: fue real. El padre Juan Antonio Gil Solórzano, superior mayor de los agustinos en el país, lo recuerda celebrando misa en 2004 junto al entonces cardenal Jorge Bergoglio. “Dos hombres concelebrando en la parroquia San Agustín. Años después, los dos terminaron siendo papas”, dice a Newstad con asombro aún fresco. “Robert Prevost fue misionero en las montañas del Perú, trabajó con los más pobres, y luego sirvió en el Vaticano con humildad. Es alguien que encarna el carisma agustiniano: la búsqueda de Dios, la vida en comunidad y la verdad como horizonte”.
Quien también se cruzó con el nuevo Papa fue Corina Massia, directora general del Instituto San Martín de Tours. No tuvo largas conversaciones con él, pero lo vio en acción. “Estuvo en nuestras comunidades en 2004 y 2014, cuando era superior general. A pesar de su cargo, era muy cercano: preguntaba qué hacíamos, nos hablaba en castellano con calidez. Te escuchaba con interés real”, cuenta en diálogo con Newstad. Lo que más la conmovió, sin embargo, ocurrió el día de la elección: “Cuando dijo 'soy hijo de San Agustín', se me puso la piel de gallina. Yo también me siento hija de San Agustín. Fue un momento emocionante, como si nos abrazara a todos desde el Vaticano”.

Fray Israel Jiménez, párroco de San Martín de Tours, conoció a Robert Prevost mucho antes, cuando era novicio en Colombia y el futuro Papa llegaba desde Perú como formador. “Era alegre, dialogante, compartía la misa y la mesa como uno más. Lo volví a ver en Roma, cuando era prior general, y más tarde en 2019 en un capítulo de la orden. Siempre fue igual: fraterno, prudente, un hombre que une”, relata para Newstad. Incluso recuerda haberle escrito antes del cónclave. La respuesta fue breve pero reveladora: “Gracias, Israel. Que se haga la voluntad de Dios. Bendiciones”.
La figura de León XIV no sólo genera admiración. También despierta una esperanza que se siente propia. “Es un Papa de comunión, de unidad, de paz verdadera. Y lo más importante: un hombre con identidad espiritual y carisma”, dice Fray Israel. “Un Papa que tiende puentes con palabras simples y acciones firmes. Un pastor con olor a Evangelio”.
Y quizás por eso, para muchos en Argentina, su pontificado no comienza ahora. Comenzó años atrás, entre frailes y aulas, entre cerros peruanos y parroquias porteñas. En cada saludo, en cada misa sin estridencias, en cada escucha paciente. Porque hay visitas que no se olvidan, aunque pasen desapercibidas. Y hay pastores que, aun sin buscarlo, ya estaban entre nosotros antes de que el mundo entero pronunciara su nombre.